La ventana
Luis Carlos Peris
Claro que el cambio mata, pero ayudado
Felicidad Loscertales
Felicidad Loscertales (Sevilla, 1937), ojos verdes que telegrafían su verdadera energía, nunca ha soltado la presa de la mujer y su rol social. "El problema es que queremos actuar como personas con independencia del sexo, pero la sociedad nos asigna funciones a partir de él. También hay una brecha en la diferencia de cultura: las mujeres de mayor nivel -directivas o catedráticas- tienen que renunciar a los hijos o tener muy pocos. ¿Quién pare niños? Justo el otro colectivo, que podrá dedicarles más tiempo pero no podrá enseñarles a leer cuentos".
-Las nuevas tecnologías han transformado las relaciones.
-En teoría, las redes sociales y la tecnología facilitan la vida, pero también aíslan a la persona. De alguna forma, uno ya no necesita pedirle opinión o ideas a la gente porque ya se la ofrecen las máquinas. El hombro amigo sobre el que llorar es ahora Facebook: escribes lo que te pasa y te consuelan respondiéndote. ¿Quién pierde media hora con un amigo cuando puede dedicarle tres minutos en Facebook?
-Esa media hora negada es la pista de otro vicio: implicarse en una trama ajena da una pereza espantosa.
-Muchos desnudan su alma y sus sentimientos a través de un chisme, sin darse cuenta de que ese chisme es una especie de gran cocina de tu vida. Las nuevas tecnologías son una ventana indecente de la intimidad. La diferencia entre mundo público y privado es que el segundo era para tu pareja, tus amigos y tus padres; era una clasificación muy hermosa de las relaciones humanas. Cuando hay gente extraña no se llora, pero en Facebook sí. Cuando pierdes la intimidad pierdes la parte más rica de tu yo.
-¿Hablamos mucho y escuchamos poco?
-La comunicación no es tal cuando se manda un mensaje sino cuando éste llega, ha sido decodificado y se ha asimilado. Sin escucha no hay comunicación.
-¿Por qué prestamos tan poca atención?
-El mundo tecnológico nos dice que lo importante es enviar mensajes. El enorme baño de información de los medios de comunicación, esa grosería de desnudarse ante los demás tan propia de la televisión ha destrozado la auténtica dimensión del contacto humano. ¿A quién le cuento qué? El médico de familia era el gran receptáculo de los problemas familiares; igual que el sacerdote o el consejero. Todo eso ha desaparecido.
-Cada vez más relaciones nacen de las redes sociales. ¿Es malo ese fenómeno?
-Recuerdo que cuando en la universidad empezó aquello de remitirnos trabajos por correo electrónico, un chico y una chica de ciencias contactaron, se vieron, se enamoraron y finalmente se casaron. Se había conocido por lo que escribían, y escribir es una parte de la personalidad. Todo lo que se use bien sirve.
-La salud se monitoriza. Vamos camino de convertirnos en Robocop.
-Yo me convertiría. La ciencia está aportando en ese ámbito un gran bien a la humanidad: que yo con mi edad no necesite gafas, por ejemplo, o que esos atletas sin piernas pero con prótesis corran tanto o más que los otros es fantástico. La pena es que convivan mundos tan distintos: el de las carísimas prótesis con el de quienes se mueren de ébola. Ellos viven en la Edad de Piedra. Menos para comprar armas. Pero ése es otro tema.
-¿Qué está pasando con la educación?
-Los gobiernos no saben lo que hacen, y hay un problema muy serio ligado a la democracia: diseñar una ley educativa es muy difícil. Un colegio, que es una fábrica de personas, necesita 25 años como poco para saber si rinde. Los gobiernos no trabajan con esos plazos sino a cuatro años vista.
-¿Y el civismo?
-Los padres llevan al niño enfermo al médico y saben que o colaboran con él o el niño no se cura. Pero en la educación delegan toda la responsabilidad en el maestro: desde limpiarse los mocos hasta utilizar los cubiertos o saludar correctamente, porque ni siquiera saben decir buenas tardes ni la diferencia entre tú y usted, que es la diferencia entre la amistad y el desconocimiento.
-En España apenas se dan las gracias.
-Las relaciones humanas tienen un lubricante que es la cortesía. Hay varias palabras mágicas que puedes utilizar siempre: perdón, gracias, por favor. Yo las usé con mis hijos y ellos las usan ahora con los suyos. Me acuerdo de una vez que llevé a una de mis nietas a la farmacia. La farmacéutica le regaló un caramelo, la chiquilla lo cogió y yo le dije: "Venga, ¿qué se dice?". La niña no estaba muy segura, así que contestó: "Perdón, señora, gracias, por favor". Más vale que diga eso que no decir nada. No es cuestión de dinero ni de gentuza: charlas con un anciano de pueblo y te cuenta que se quitaba la gorra para hablar con el alcalde.
-Hábleme de la vejez.
-La vejez aglutina a una de las grandes masas sociales. Doy clases en el Aula de la Experiencia desde que se fundó en Sevilla en 1997, y suelo comentar a quienes trabajan allí conmigo, que son de 55 años en adelante, que si las personas mayores nos diéramos cuenta de la fuerza numérica que tenemos y fundásemos un partido, tendríamos mayoría absoluta. Salvo que a alguien se le ocurra que perdamos la capacidad de voto.
-¿Un viejo es un estorbo?
-Julio Pérez Silva, que era catedrático de Bioquímica, decía que un jubilado es como un armario en mitad de un pasillo. Hay que cultivar las aficiones para no sentirte vacío cuando te retires. Como los viejos se vuelven gruñones, también conviene mantener el grupo de amigos de siempre. Es una forma de ganar autonomía. En mi pueblo han montado un campo de petanca. Los viejos se ayudan entre sí. Se cuenta la historia de una señora muy mayor con alzhéimer que está en una residencia y el psicólogo del centro advierte que el marido todos los días va a verla, la peina, la ayuda a desayunar, la acaricia... y se va cuando se acaba la hora de la visita. Entonces, un día, le pregunta: "¿Cómo está usted tan dedicado a su señora?". Y él contesta: "Porque aunque ella ya no me reconozca, yo sí sé quién es ella".
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