"Nadie sabe cuándo dejará el virus de ser un problema de salud pública"
Fernando Arenzana | Virólogo
El médico sevillano dirige la Fundación del Instituto Pasteur en Shanghái, desde donde analiza el curso de la pandemia en la atalaya de China, un oasis en la transmisión del virus
–Decía el otro día un enfermero de un hospital que el SARS-CoV-2 es hoy por hoy un perfecto desconocido.
–Yo comprendo las dificultades del personal sanitario que está en primera línea, pues es algo que ha pillado a todo el mundo desprevenido, pero ésa es una frase hecha que no tiene sentido. Es un modo de evitar todo análisis. Yo diría justo lo contrario.
–¿Es un perfecto conocido?
–La gente habla, no escucha y lo mezcla todo porque está intentando apaciguar sus temores y la impotencia que provoca una pandemia. Por supuesto que el SARS-CoV-2 no es un desconocido. Tiene ciertas particularidades que se están estudiando, pero su secuencia genética se publicó en una semana. Las primeras coordenadas de las proteínas se conocieron a finales de enero. Los primeros antígenos, en febrero. Y todo es el resultado de una colaboración insólita entre las comunidades científicas del mundo.
–Todo bien entonces.
–Bueno, los debates están demasiado politizados. Cuando se intenta generar un debate técnico, siempre surge el que empieza a buscar las responsabilidades.
–Se habla en los últimos días de una variante nueva del virus que se propaga en Europa desde finales de agosto y que, por cierto, parece que se ha originado en España.
–Ninguna variante del coronavirus, ni las más sospechosas de afectar a las zonas que influyen en la entrada a las células humanas, ha podido asociarse a una mayor virulencia de la pandemia. Tampoco será un problema para las vacunas futuras. Todos los virus de ARN mutan, pero lo que éste tiene de singular es su capacidad de recombinarse. Por ahora, las recombinaciones no están provocando un cambio en la evolución de la pandemia.
–Llama la atención que China apenas notifique contagios. ¿Hay una fórmula?
–Se notifican pocos porque hay pocos. Yo estoy en cuarentena por haber vuelto de un viaje a Europa, es la segunda cuarentena en dos meses. Las condiciones de control aquí han sido estrictas desde el primer brote de Wuhan. En China no ha habido alarmas en los hospitales. Hubo un confinamiento leve, como ahora en España, pero se podía ir por la calle, hace deporte, comprar en las tiendas... La combinación de ese encierro leve, hecho de modo estricto, con la realización de pruebas diagnósticas, rastreo y aislamientos, ha ido controlando la situación. Las estrategias son aquí muy diferentes.
–Ser como China es poco inasumible ahora mismo.
–Las costumbres sociales son diferentes. No hay aglomeraciones ni la gente se apelotona. Aquí el uso de la mascarilla no se ha discutido nunca. La clave de China es sin duda el control, algo que no se puede exportar a otros países. Sí cabría importar lo que hecho en Japón y Corea, países en los que la pandemia se está controlando bastante bien.
–Hace unos meses usted se llevaba las manos a la cabeza por la dificultad de imponer las mascarillas en España. Hay quien dice que no ha servido para frenar la segunda ola y los hay que defienden que, sin ellas, la segunda ola estaría siendo aún peor.
–La mascarilla tiene su función, pero no se está todo el tiempo con ella puesta. Ni en las casas ni en las terrazas de los bares ni en los trabajos ni cuando se habla por teléfono, tampoco en las reuniones de amigos. Ya no hay una discusión de llevar o no las mascarillas, pero su empleo no se cumple a rajatabla. El uso de mascarillas sencillas, quirúrgicas o de tela, sin necesidad de que sean profesionales, contribuye a la reducción de la propagación de los asintomáticos o los presintomáticos, porque suponemos que los que tienen síntomas se quedan aislados en sus casas. Pero para que la medida sea eficaz, todo el mundo tiene que llevar la mascarilla...
–Y ahí está el virus que no para.
–Una pandemia se controla con múltiples medidas. Las mascarillas son muy importantes, pero también está la distancia o que los interiores se ventilen, pues están también los aerosoles. Hay personas que tienen una alta capacidad de propagar el virus. Un 10% de los infectados es el origen de en una gran mayoría de los brotes. Por eso hay que mantener la distancia en todo momento, llevar la mascarilla donde se indique y ventilar los interiores.
–Se discute casi desde el principio sobre cuál es la principal vía de transmisión, las gotas de Flügge que caen a menos de dos metros o los aerosoles que flotan en al aire, aunque cada vez hay más evidencia de que ambas vías son relevantes. ¿Usted se posiciona?
–Los dos mecanismos de transmisión existen. No hacían falta muchos estudios para anticiparlo, pero, claro, hay que demostrarlo y para demostrarlo siempre hay un trecho. Y en eso consiste la ciencia. Ahora contamos con estudios detallados que han empleado el estudio de las condiciones físicas, la presión, la temperatura, la física de fluidos... No hay que centrarse sólo en una vía de la propagación y obcecarse. Las dos vías están ahí, todo depende de las situaciones y de sus entornos.
–Ventilar los interiores es una dificultad añadida.
–Pero es que en la vía de contagio por aerosoles hay detalles de casos espectaculares. En autobuses, restaurantes, lugares de trabajo ha habido infecciones de personas que estaban alejadas. Hay que ser precavidos con las distancias... Y con las mascarillas, que limitan la expulsión de esos aerosoles, siempre se reducirá la exposición; mientras que la ventilación es un modo óptimo de eliminar el aerosol o de reducir el tiempo de su permanencia en el aire.
–Después de los anuncios que venían a decir que a finales de años habría un número importante de vacunas, la agencia de medicamentos de EEUU (Food an Drugs Administration, FDA) ha enfriado recientemente las expectativas. ¿Han pecado de optimistas los laboratorios farmacéuticos y los políticos?
–Yo no he percibido un interés para vender algo anticipadamente o para buscar un beneficio. No creo que nada de lo dicho haya sido falso. Estamos en una pandemia, se está haciendo un enorme esfuerzo en todo el mundo y se respetan los plazos y los protocolos.
–Pues la FDA avisa de que será implacable con los controles de seguridad.
–Las agencias ocupadas del control del desarrollo de las vacunas tienen que tener un mínimo de precaución, faltaría más; cometer un error de bulto en este punto sería un desastre.
–Aquí se interpretó que a finales del año iba a haber disponible una buena partida de vacunas.
–No he oído a nadie sensato decir que iba a haber vacunaciones masivas a finales de año. Lo que habrá primeramente serán dosis para las personas en riesgo y, potencialmente, también para personas con comorbilidades, pero que sea extensiva para la población, en general, llevará un tiempo. Hay que fabricar miles de millones de dosis. La administración general de la vacuna llevará tiempo, pero se está avanzando rápidamente; tanto que hay ya vacunas disponibles para pasar a la fase de producción.
–Es un rayo de luz.
–Soy optimista. Las vacunas van a estar ahí. Tenemos una generación de candidatos de futuras vacunas por siete u ocho vías distintas. Es probable que esta primera generación pueda cambiar el curso de la enfermedad, que se manifieste con menos gravedad e incluso que desaparezcan los síntomas. La segunda generación será capaz de bloquear la infección.
–¿Cuándo va a desaparecer el coronavirus?
–Erradicarlo será imposible.
–¿Cuándo se debilitará hasta el punto de provocar una enfermedad leve?
–Nadie sabe cuándo dejará de ser un problema de salud pública. No hay datos para certificar qué mínimo de población debe estar vacunada para lograrlo. Hay también factores individuales, la susceptibilidad de cada uno. Además de la edad y las comorbilidades hay patrones genéticos que condicionan la evolución de la enfermedad en cada persona.
–Al principio llegaron a oírse voces que propusieron no confinar en absoluto, o hacerlo únicamente para ciertas edades, y de ese modo adquirir la inmunidad de grupo o de rebaño.
–De esa opción no puede fiarse uno.
–Entonces, a esperar a la inmunidad que provoque la vacuna, ¿no?
–Eso, además, va a depender de la gestión de las autoridades: que haya jeringas, agujas...
–¿Y estas navidades qué hacemos?
–Es difícil. Las costumbres están arraigadas, las estructuras están consolidadas. Pero, después de esta hecatombe, se impone un cambio de actitud. Tenemos que ser conscientes de que hay valores importantes, como la preservación de la salud, sobre todo la de los mayores. Y que no colapsen los sistemas de salud, pues la mortalidad excesiva va a ser entonces insoportable.
–Está la cosa negra.
–Es que hay que reiniciar; evitar las grandes reuniones, por muy tradicionales que sean. No ha habido una mortalidad reseñable este año por no tomar rebujito en la Feria o por no salir en la Borriquita. Hay cosas que tienen que asumirse. Que se haga realmente eso que llamamos conciencia cívica, que aceptemos las imposiciones sin rezongar. No hay alternativa. Podemos buscar responsabilidades, que las hay, pero debemos trasladarlas a actitudes positivas y proactivas.
–Ha vuelto a mencionar la cuestión de las responsabilidades. ¿Todo se ha hecho mal?
–El control de este tipo de epidemias depende más de la gestión que de la investigación y de la medicina preventiva. Hay que dejar de vociferar y procurar que haya un plan real de anticipación, un verdadero sistema de rastreo, como en Alemania, y una actuación coordinada, algo que no es posible con una gestión confederal, que es lo que sucede en España. Lo que pasa en España no es razonable... Pero no me deje entrar en temas políticos.
–Y los ciudadanos, como decía antes, también nos mereceremos el cate.
–La verdad es que no entiendo la resistencia que hay a la aplicación de rastreo [Rádar-Covid]. Y no lo puedo entender porque muchas protestas por la protección de datos viene de gente que usa continuamente las aplicaciones digitales para comprar, chatear o navegar en las redes sociales. Estas aplicaciones han sido esenciales para controlar la pandemia en Taiwán, Singapur, Corea, China... No acabo de comprender la resistencia en los países europeos. La ganancia de ese ejercicio de libertad es hipócrita.
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