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"No quiero ser ejemplo"

Juan Carlos Unzué | Ex entrenador de fútbol

Juan Carlos Unzué. / Javier Lizón / Efe

Pamplonés del 67 y tilde en la e de su primer apellido: Juan Carlos Unzué. Portero de larga trayectoria, el Barcelona lo fichó muy joven de Osasuna. Zubizarreta le cerró la puerta y triunfó durante siete años en el Sevilla, donde se guarda de él un gran recuerdo. Dirigió como técnico al Celta o al Girona, y fue ayudante de Luis Enrique en el Camp Nou. Hizo público en junio que padece ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y su única meta es echar una mano para encontrar una solución a la enfermedad. Eusebio, su hermano, fue uno de los padres del equipo ciclista Reynolds, hoy Movistar.

–Tomás, Arteche, Goikoetxea y Camacho. El arquero las pasaría canutas para sacar el balón desde atrás con esta defensa.

–Buscaríamos a los delanteros con más asiduidad... Pero los primeros que limitamos a los jugadores somos los entrenadores. Estoy seguro de que esos que ha nombrado hoy tendrían más capacidades de las que creían. Tendemos a comparar épocas y los que eran buenos en los 80 podrían jugar en 2020. Entonces jugaban a otra cosa, a otro fútbol.

–Arconada, Buyo, Ablanedo y usted eran bajos y rápidos. Igual no tendrían hueco hoy con gigantes como Courtois, Alisson, Neuer...

–No éramos muy altos, pero para el tipo de fútbol de hoy creo que un guardameta dinámico tendría menos miedo a separarse de la portería por poder rectificar con más rapidez.

–Compartió vestuario siete años con Monchi. ¿Son la pareja de porteros más estable de la historia del fútbol español?

–Es posible y el mérito no fue mío, sino de Monchi. Fui titular indiscutible, sobre todo en el Sevilla, pero también fui suplente indiscutible. He sentido lo que cada rol te exige. Y quien mide la relación entre los porteros es el que no está jugando.

–El director deportivo Monchi dice que nunca habría fichado al portero Monchi. El entrenador Unzué... ¿habría puesto de titular al portero Unzué?

–Creo que sí porque tuve la suerte de llegar cuando apareció ese cambio de normas y de estilos, y yo tenía unas capacidades inusuales por haber alternado hasta los 15 años entre portero y jugador de campo. Fue algo casual, pero me ayudó mucho para fichar por el Barcelona y que se fijara Johan Cruyff en mí.

–¿Bilardo fue más un profesor de fútbol o de vida?

–Ambos. He disfrutado de entrenadores de mucho nivel futbolístico y personal. Además, mi relación con ellos fue más allá del juego, soy un privilegiado. Uno es Bilardo, claro. En dos años y pico pasé de Cruyff a Bilardo. Eran casi la antítesis, pero los dos te marcaban por cómo transmitían, por su forma de juego y por su manera de ser. Muchas veces nos rodeamos de gente que piensa como nosotros y es poco inteligente. Aprendes de la diversidad.

–Ninguna convocatoria con la selección absoluta. ¿Tan dura era la competencia o es que no tenía padrino?

–No he creído en los padrinos. Uno consigue lo que se merece. Esto es un juego y los entrenadores tienen diferentes formas de verlo. Los seleccionadores pensaron que había mejores porteros que Unzué. Estuve cerca de ir, pero no llegó. Eso estaba fuera de mi control.

–Trabajó a las órdenes de Rijkaard, Guardiola y Luis Enrique. Sin duda, el más salado para unas cervezas es el primero, ¿no?

–Ojo porque Luis Enrique gana en las distancias cortas, es el más irónico y gracioso de los tres, además de íntimo amigo. Frank condicionó mi forma de ser, porque actuaba de manera casi opuesta a la mía, pero lo que veía de él, me gustaba. Vivimos charlas muy íntimas, tenía ese punto de saber escuchar que a mí me cuesta mucho, me gusta más hablar, como está comprobando.

"Nos rodeamos de gente que piensa como nosotros, eso es poco inteligente; aprendes de la diversidad"

–Compañero de Maradona y técnico de Messi. ¿Quiere más a mamá o a papá?

–Me quedo con el matrimonio completo. Cómo no voy a quererlos a los dos. A Leo lo he visto desde niño cuando debutó en Oporto en un amistoso y he trabajado con él de adulto ya con tres hijos. Y Diego en los ocho o diez meses que estuvimos juntos nos marcó a todos los compañeros.

–Le reprochó a Neymar que saliese tanto. "Acabarás mal", le dijo. ¿Le podía haber ido mejor?

–Esto me lo enseñaron Bilardo, Luis Aragonés, Cruyff y compañía: tienes un problema si tu entrenador o alguien del cuerpo técnico no te dice nada; si te lo dicen es que les importas. Con Neymar hablé porque vi indicios, no similitudes, con otro tipo encantador y que cambió la historia del Barcelona como Ronaldinho. Yo entendía que las capacidades de Ney eran para ser como Messi: no durar sólo dos, tres o cuatro años, sino disfrutar de una carrera en el máximo nivel. Desde el cariño le dije que me encantaría que no le sucediera lo mismo.

–¿Es más complejo preparar la defensa de un córner en San Mamés o el ataque en una etapa de cinco puertos?

–Una etapa porque al final no estás implicado tan directamente, cuando se pone en marcha dejas un poco de existir. Como entrenador también, pero te sientes más cercano, involucrado. Tomé una decisión buenísima: que el fútbol fuese mi profesión y el ciclismo, mi hobby.

–Afronta la ELA con buena cara. ¿Es una lección para los que nos ahogamos en un vaso de agua?

–No, mi intención no es ser ningún ejemplo, sino ayudar haciendo público mi problema para dar visibilidad y recaudar fondos para investigar la enfermedad y encontrar una solución.

–¿Qué le pide a Dios antes de acostarse?

–Vengo de una familia católica y muy practicante. Mi madre, que aún vive, va para 94 años y está como una rosa, sigue yendo a misa y reza a diario el rosario. Yo le digo que ya me gustaría tener su fe porque ella tiene una parte interior que la hace ser feliz y no tiene miedo al día que llegue el fin. Yo no tengo esa fe aunque me hayan educado para eso. Creo en las personas y tengo mucha confianza en el ser humano porque he visto en todos lados de España que hay muchísima más gente buena que mala.

–Alguna llorera echará.

–Alguna lágrima siempre sale. Llorar alivia, pero mejor incluso es que cuando tengas un problema, no hagas como la generación de nuestros padres, que parece que el hombre no puede quejarse ni mostrar debilidad. Si no transmites los problemas a alguien, ¿cómo te van a ayudar? Hay que verbalizarlos porque se acaban enquistando.

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