Jaime Martínez: "Los desiertos no están muertos gracias a que no vive mucha gente"
Jaime Martínez Valderrama | Ingeniero agrónomo e investigador del CSIC
Ingeniero agrónomo y especialista en modelos de simulación, Jaime Martínez Valderrama trabaja en el departamento de Desertificación y Geoecología de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC en Almería, donde desarrolla herramientas para vigilar los procesos de desertificación. Martínez Valderrama define como factores principales en la desertificación en Andalucía el cambio climático, la agricultura intensiva y el turismo masivo.
–¿Impresiona adentrarse por primera vez en el desierto?
–Impresiona pensar que todo lo que uno tiene es lo que lleva encima, un claro desafío de supervivencia.
–No hay mejor sitio para mirar el firmamento que un desierto. ¿Qué tienen esas noches aparte de constelaciones y fantasías ancestrales?
–En el suelo hay escorpiones, arañas y culebras y por eso duermo en lo alto de los coches. Aparte de los cielos nítidos, me fascina el silencio. Acostumbrados como estamos a tantas notificaciones y estímulos, ahí no hay cobertura, sólo silencio. Es perfecto.
–¿Ha encontrado también 'desiertos' en las ciudades?
–En un desierto hay poca gente pero si encuentras a alguien o alguien te encuentra a ti, pues lo normal es que te localicen es a ti, en seguida se acercan a hablar. Tienen curiosidad por saber de dónde eres, de dónde vienes y adónde vas. En las ciudades, donde cada uno va a lo suyo, puedes estar más solo que en un desierto.
–A veces hay calima y hay tormentas de arena. ¿Los desiertos caminan o corren?
–El movimiento de los desiertos responde a pulsiones climáticas, pueden expandirse o retraerse, pero cuando vemos en las ciudades polvo en suspensión tiene que ver muchas veces con un mal uso del territorio. Eliminar la vegetación crea tierras desestructuradas. Cuando hay tormentas de viento, esa tierra vuela y llega por los aires.
–¿Corre entonces el Sáhara o viene caminando?
–Va a un ritmo muy lento. No va a llegar aquí. Es un gran error vincular exclusivamente el proceso de desertificación al avance de los desiertos. Muchas veces se ha planteado poner murallas de árboles para frenarlos. Se ha hecho en Argelia y en Marruecos. Mientras, en la otra parte de los árboles se intensifica la ganadería hasta el punto de que gigantes zonas de plantas desaparecen y aparecen dunas donde no las había. Eso es la desertificación, que haya dunas donde antes había vegetación, no que el viento mueva las dunas.
–¿No era el Paraíso de Adán y Eva lo opuesto a un desierto?
–Alicatar todo con bosque es una idea equivocada en la lucha contra la desertificación. Hay sitios donde los bosques no encajan. Ha habido problemas cuando se han hecho reforestaciones en sitios donde no llueve mucho y se evapora mucha agua. Te cargas el equilibrio. En China han tenido que parar reforestaciones masivas por ese motivo.
–La exuberancia del paraíso, si es artificial y forzada, puede conducir entonces a paraísos desérticos.
–El paraíso no es el mismo en todos lados si lo concebimos como el mejor ecosistema posible en un lugar determinado. Un paraíso puede estar hecho por tanto de matorrales, de encinas o de grandes árboles.
–¿Son los desiertos más propicios para el destierro o para el vagabundeo?
–En los desiertos la gente está mayormente ganándose la vida. Son pastores nómadas que dejan el desierto en cuanto tienen una oportunidad de vida mejor. La aventura vagabunda puede ser divertida diez o quince días, pero es muy duro vivir con esa incertidumbre de lluvias y con el resto de las carencias. En el Himalaya, que es un desierto de altura, sí he conocido a ermitaños que han ido buscando la soledad y el retiro.
–El desierto está muy presente en los libros sagrados de las religiones monoteístas. ¿Es más fácil hablar con el Dios único en esa intimidad de la inmensidad?
–Es que desaparecen las interferencias. Con el silencio escuchas tu propia respiración. Eres más consciente de que estás. Eso, en general, te llama a la reflexión. Uno tiene más paz, algo complicado de encontrar hoy.
–Usted que conoce bien el Sáhara, ¿qué encontraría el Principito de Saint-Exupéry que no pudiera encontrarse ahora?
–Hace cien años había en el Sáhara mucha más fauna. Los animales vivían muy tranquilos, apenas estaba el hombre, pero aparecieron los todoterrenos y las miras telescópicas de los rifles. Muchas especies se han extinguido y algunas sobreviven pero en centros de cautividad.
–Hoy hay desiertos que emulan los paisajes de Las mil y una noches y de las cuevas de Alí Babá.
–Bueno, esos parques temáticos están más en los bordes del desierto. Las zonas más profundas son incluso peligrosas.
–¿A qué se refiere?
–Los desiertos están llenos de recursos muy codiciados. En el Sáhara hay unas importantes minas de fósforo, en el altiplano boliviano se encuentra el metal litio y en la Cachemira india hay una disputa en un desierto de montaña. En los tres sitios he encontrado minas antipersona.
–El compositor noruego Grieg le puso música al amanecer del Sáhara sin haber estado nunca en el desierto. ¿Es eso posible?
–Lo veo complicado...
–¿Cómo es el amanecer allí?
–Muy frío. Uno se despierta aterido y con ganas de hacer un fuego, cosa que también da una sensación de libertad, teniendo en cuenta lo difícil que es hacerlo aquí. El fuego ardiendo, el café calentándose en las brasas y la libertad son factores que contribuyen a ese amanecer particular en el Sáhara.
–¿Cómo es posible esa pasión suya por el desierto –le preguntan a Lawrence de Arabia– siendo un lugar que sólo soportan los dioses, los escorpiones y los beduinos? El militar inglés contesta que el desierto está limpio. ¿La civilización pervierte las arenas?
–Se tiende a pensar que las arenas del desiertos pueden cubrir civilizaciones y el problema en realidad es la civilización, que sobreexplota los recursos y crea desiertos adonde va.
–¿Están limpios entonces los desiertos?
–Son sitios que acaban embaucando a quien va. Todo es más simple, todo está la vista, apenas hay vegetación y puedes ver casi todas las cosas. Y hay más sorpresas de lo que parece.
–Y no están muertos…
–No están muertos. Y en parte es gracias a que no hay mucha gente en ellos.
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