"Cuando llegó Gil a Marbella todo se fastidió; fue la década ominosa"
-¿Quién le trajo a Marbella?
-Unos amigos. Nos trajeron primero a su casa, luego al hotel El Rodeo, que era por aquel entonces propiedad del marqués de Ivanrey (Ricardo Soriano). El marqués trajo a su hermano y a su sobrino, Alfonso de Hohenlohe, que fue quien fundó el Marbella Club en los años 50. Y así, entre amigos que traían a amigos, se empezaba a conocer Marbella, a través de la promoción boca a boca.
-¿En qué ha cambiado?
-Hasta finales de los 80, Marbella era maravillosa. No voy a decir que un pueblo de pescadores, pero así la viví yo. También era minera, aunque eso no lo vi. Era un pueblo muy alegre, y ahora parece que todo el mundo sólo tiene problemas.
-¿Era fácil mezclarse con la gente?
-Sí. Primero, porque tampoco había tantos visitantes, y segundo, porque tampoco había tantos sitios a los que ir. Al final se acababa mezclando todo el mundo, y eso hacía aún más especial esta ciudad.
-¿Qué supuso la llegada de José Banús?
-El segundo impulso a Marbella, sobre todo con la construcción del puerto. De hecho, recuerdo que cuando se estaba construyendo, yo hacía esquí acuático dentro del puerto, antes de que existieran los diques. No había olas, y era fantástico. Me divertí mucho en aquella época, tanto trabajando como en mis momentos de ocio. Ahora también lo hago.
-¿También trabajando?
-No, ahora estoy retirado. Soy presidente de honor, vengo cuando quiero, pero sin la responsabilidad de tener que fichar de ocho a tres [ríe].
-¿Cuándo acabó la época dorada?
-Cuando llegó Gil todo se fastidió. Fue la década ominosa, y todavía seguimos con la mala fama. Cuando quieren fastidiar las cosas buenas de Marbella, sacan a relucir los malos trapos. Precisamente, noticias como la visita de Michelle Obama dan la vuelta a esa imagen: hasta en Katmandú se están emitiendo reportajes sobre el Villa Padierna y Marbella.
-¿Quién ha cambiado el chip?
-Uno de los primeros fue Ricardo Arranz. Aquí donde estamos, hace diez años no había nada, era un páramo. Ahora hay un hotel maravilloso, de arquitectura toscana, tres campos de golf, urbanizaciones de lujo integradas en el paisaje…
-¿Golf es sinónimo de calidad?
-De turismo de calidad, sí. Al principio nadie apostaba por él: de hecho, en el 72 se celebró en el Club de Golf Las Brisas el campeonato mundial, y nadie le hizo caso. Es un cliente que viene en temporada baja, y podríamos tener aún más. Además, el golf trae a clientes de toda índole.
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