Gervasio Sánchez: “Las guerras no terminan cuando lo dice Wikipedia”
Fotoperiodista
Gervasio Sánchez (Córdoba,1959) presenta la exposición y el libro Vidas minadas: 25 años, una historia que se estrenó en 1997 y a la que vuelve de forma periódica. Este Premio Nacional de Fotografía, muy cercano al Heraldo de Aragón, trabaja de manera independiente desde que inicio su carrera, algo que le ha permitido, después de “pelear mucho” para encontrar financiación, tratar historias que se salen de lo habitual en el mundo periodístico. Muy vinculado a los Balcanes, donde trabajó durante la guerra, se ha recorrido el mundo narrando las historias de las víctimas de las guerras.
–¿Cuándo termina una guerra?
–Es difícil responder. Lo que está claro es que una guerra no acaba porque se firme un trozo de papel. Hay guerras que han durado décadas y quieren firmar la paz en semanas. Yo repito muy a menudo que las guerras no terminan cuando lo dice Wikipedia. Las guerras se acaban cuando se superan las consecuencias de las guerras. ¿Cuándo se acaban? Nunca se sabe, la Guerra Civil supuestamente terminó en el 39 y ochenta y tantos años después estamos buscando los restos de personas fusiladas en esa guerra.
–Una y otra vez vuelve a esta historia, a Vidas minadas, pese a estar en el mundo de la inmediatez.
–Estoy muy defraudado con los medios por las coberturas de conflictos armados y, sobre todo, por las coberturas de las posguerras. Acaba una guerra y ya no interesa. En el 95 recibí un encargo de una revista del corazón –no vino de un periódico de referencia– de fotografiar a víctimas de las minas y fui a Angola y me encontré con un desastre tremendo con miles de mutilados. Cuando acaba una guerra, los civiles regresan a sus casas, tienen que empezar a plantar en los mismos campos que han sido utilizados para combatir y para plantar minas. Acaba siendo un desastre.
–Le ocurre lo mismo con los Balcanes, vuelve constantemente.
–Creo que es importante documentar lo que ocurre cuando se firma la paz, porque la guerra no se ha acabado todavía. Además, es la mejor manera de equilibrar mi balanza interna después de ver tantas guerras, tanta muerte, de darte cuenta de que los seres humanos son unas bestias. La mayor parte de la gente que he conocido prefiere matar antes que morir, es pura supervivencia. Cuando ves tanta violencia, quieres ver un poco dónde está la bondad, dónde está lo que puedes reconocer como belleza en la vida y eso está en las víctimas.
–Los protagonistas de Vidas minadas forman ya parte de su familia.
–Sofía me llama padre y a su hijo le ha puesto mi nombre. Me he relacionado con ellos durante tantos años que forman parte de mi familia. Yo muchas veces me preocupo más por ellos, hoy con Whatsapp es mucho más fácil, que por gente de mi familia cercana. Siempre estás más preocupado por las personas que son más débiles. Al final quedas atrapado en estas historias. El periodismo te dice que mejor no inmiscuirse en las historias, pero esto no es una historia de periodismo porque sí.
–¿Hasta qué punto es viable hacer historias de este tipo?
–Viable es solamente si consigues la financiación extraperiodística. Los medios nunca han tenido interés por hacer seguimiento y es un gravísimo error. Hay una retórica en los medios por la que se entra en la agenda política, vamos a Ucrania ahora porque la atención está allí, pero nadie critica la venta de armas. ¡Se están renovando los arsenales europeos! ¿A qué jugamos?
–Todo este trabajo le valió en 2009 un Premio Nacional de Fotografía.
–En España es raro que haya periodistas que hagan historias a largo plazo, muy pocos las hacen. Vidas minadas está hecho en nueve países distintos, está hecho en Afganistán, Angola, Mozambique, Bosnia, Colombia… Son países complejos a los que hay que viajar, no pasa al lado de mi casa. Este tipo de proyectos no se hacen porque es muy difícil conseguir financiación y no tenemos paciencia. A los jóvenes fotógrafos siempre les digo: “No corráis, lo importante es que cuando presentéis vuestros trabajos tengan gran resonancia”. La paciencia es importante y también seguir los temas.
–Durante estas coberturas ha perdido compañeros porque se juegan la vida. ¿Cómo se trabaja con eso?
–La lista de periodistas asesinados o muertos por hacer un trabajo parecido al mío es larguísima. Estás con personas a las que constantemente le pides que se cuiden, pero sabes en tu interior que cualquier día te va a llegar la noticia de que lo han matado. Es muy duro trabajar de esta manera porque son personas que conoces desde hace muchos años, con los que has trabajado. A Miguel Gil lo mataron en Sierra Leona y trabajábamos juntos, dormíamos en la misma habitación, viajábamos juntos, llorábamos juntos, reíamos juntos…
–Vidas minadas se estrenó en 1997 igual que la prohibición de las minas antipersonas. Este año la ONU ha denunciado que hay minas en más de 70 países.
–Porque los países que firmaron el protocolo de Ottawa de 1997 se pasaron por el forro la letra pequeña del tratado. No dejaron de fabricar minas por temas humanitarios, dejaron de fabricar minas porque los chinos y los indios las hacían tan baratas que era imposible competir. El tratado tenía una parte fundamental que decía que los países que habían fabricado minas tienen la obligación de ayudar a las víctimas con partidas económicas y todos los países de la UE se han reído de esa parte del tratado.
–Hace este libro también para interpelar a aquellos que controlan el negocio de las armas.
–La palabra exacta para definir el comportamiento de los políticos españoles en el tema de armas es vergüenza. No hay otra. Violan sistemáticamente la ley de venta de armas aprobada en España en 2008 que intentaba que el negocio de las armas fuese más limpio. Hay un articulado que estipula a qué países no se le puede vender armas, España no le puede vender armas a países en guerra. Me parto de risa. Es un atropello permanente de la ley de control de armas.
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