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"Mi vida ha sido trabajo, trabajo y mucho trabajo"

Francisco Obando García | Fundador de Panadería Artesana Obando

Francisco Obando compró en 1965 una panadería en Utrera que se ha convertido en una empresa que exporta picos a medio mundo

El Pico Rústico Gourmet es su producto estrella

Francisco Obando, fundador de Panadería Artesana Obando. / Miguel Ángel González
E. M. Cañas

09 de marzo 2022 - 09:49

Francisco Obando García compró en 1965 una panadería que estaba en ruinas en la Fuente de los Caños de Utrera. Más de 55 años después, aquel pequeño obrador que amasaba pan gracias a una burra que se llamaba Catalina ha pasado a vender pan y picos que exporta a países como Inglaterra, Francia, Bélgica y Corea del Sur.

El Pico Rústico Gourmet es su producto estrella, aunque en los últimos años han sabido adaptarse a las nuevas tendencias del mercado. Actualmente, son sus hijos, Jaime y Víctor, quienes están al frente de la empresa, que se encuentra inmersa en la construcción de sus nuevas instalaciones de más de 10.000 metros cuadrados de superficie.

Cuénteme el secreto. ¿Cómo logra convertir una panadería que estaba en ruinas en una empresa que factura unos cuatro millones de euros al año?

Pues con mucha humildad, mucho trabajo y mucha lucha. Han sido muchas horas de trabajo, de noche y de día, empalmando jornadas... Todo ha sido en este tiempo trabajo, trabajo y mucho trabajo. Mi padre era zapatero; éramos humildes, pero nunca faltó nada en casa.

¿Por qué no quiso ser zapatero?

Yo estudié en el colegio de los Salesianos de Utrera, el mejor de España, dicho por mucha gente. Fui creciendo y mi padre me dijo que en la zapatería tendría porvenir porque a él le iba bien. Pero a mí no me terminaba de gustar porque la gente no valoraba este trabajo, así que con 14 años empecé a buscar otros trabajos. Trabajé de platero en un taller y con 18 años me fui a hacer el servicio militar, primero en la Base de Morón y luego en la de Tablada. En Sevilla, y por mediación de mi padre, empecé a trabajar también para Manuel Carrera Anglada, que tenía una tienda de curtidos en la calle Feria. En ese tiempo, hubo un sargento que me propuso presentarme para cabo y empezar una carrera militar. Y llegué a ser cabo primero. Pero, con 19 años, me eché una novia en Utrera, que era la nieta de la antigua dueña de la panadería. Entonces, cuando me licencié, tuve que elegir entre seguir la carrera militar, continuar trabajando para Manuel Carrera Anglada, volver a la zapatería de mi padre o ayudar en la panadería.

Y acabó eligiendo la panadería...

El padre de mi novia se murió y la panadería estaba en la ruina. Aquello estaba muy mal; no había máquinas y se trabajaba con una mula, que se llamaba Catalina. Solo se hacía pan cada día con 50 kilos de harina. Yo ayudaba en la panadería los fines de semana cuando aún estaba haciendo el servicio militar. Y cuando me licencié, mi padre habló conmigo para ver qué camino iba a seguir. Mi novia me ofreció irme a la panadería y acepté, aunque mi padre me aconsejó que, si elegía la panadería, tenía que ser con papeles. Así, llegué a un acuerdo con los abuelos de mi novia para pasarle una pensión vitalicia y contraté a dos de sus familiares. Algunos dijeron que yo estaba loco por donde me metía y por la responsabilidad que asumía. Pero acabé arreglando los papeles para el traspaso, aunque mi padre tuvo que avalarme porque no tenía la edad para hacerme cargo del negocio. Más tarde me casé con mi novia y tuvimos tres hijos.

¿Cómo logró remontar aquella panadería en ruinas, el germen de lo que hoy es Panadería Obando?

Mi novia y su abuelo empezaron a ayudarme a hacer pan. Aquí había dos fábricas de harina, pero ninguna quería traernos sacos porque había unas deudas por pagar. Un día se presentó en la panadería don Plácido, que era jefe de los municipales de Utrera y representante de la fábrica de harina que tenía Antonio Portillo García en Alcalá de Guadaira. Me dijo que había unas facturas pendientes y llegué al acuerdo de que se las iría pagando poco a poco si me traía harina. Él fue quien me abrió las puertas. Yo me tiré a la calle; me llevaba todo el día repartiendo, porque antes se vendía el pan casa por casa. Y empecé a hacer pan por la tarde cuando nadie lo hacía. Lo que he hecho toda mi vida es trabajar, trabajar y trabajar.

Sin embargo, la vida le dio un revés muy duro siendo muy joven...

La panadería iba muy bien. La industrialicé, compré máquinas, coches para el reparto... Pero cuando iba todo viento en popa, mi mujer se desvaneció y murió un día que estábamos en la Feria de Sevilla. Me quedé viudo y con tres hijos pequeños. Y al poco tiempo murió mi padre. Las desgracias no acabaron ahí porque un día mi hijo mayor se cogió un brazo con una de las máquinas de la panadería. Tuve que ir durante año y medio al Macarena para que lo trataran. Pero allí, gracias a Dios, coincidí con una mujer de Utrera, que se ofreció a cuidar de él durante las horas que yo tenía que irme a trabajar. Y esa mujer, que se llama Ana, es mi Virgen de Consolación. Ella es la madre de mis otros tres hijos.

Francisco Obando, durante la entrevista. / Miguel Ángel González

Y, además de pan, empieza a hacer picos...

Empecé haciéndolos a mano. Y como viendo que la antigua panadería se estaba quedando anticuada, se decidió invertir en las instalaciones que tenemos ahora. Compramos la nave y pensamos en un principio hacer en ella tanto el pan como los picos. Pero teníamos tanta producción que al final en la nave solo hacemos roscos y regañás. Mis hijos Víctor y Jaime, que también empezaron muy jóvenes a trabajar conmigo, ya están al frente de la empresa.

Los picos se han convertido en su producto estrella...

Hace unos años empezamos a vender con una plataforma potentísima de Madrid, Ahorramás. Al principio, nos pidieron un trailer a la semana lleno de picos y no teníamos infraestructura para eso. Pero fuimos invirtiendo y modernizando la planta. Al principio se hacían 40 o 50 cajas y ahora trabajamos a tres turnos con unas 80 personas. Tenemos pedidos de Bélgica, de Inglaterra y de muchos otros países; hasta de Corea del Sur. Y ahora nos han mostrado interés hasta de Islandia. Hubo una vez un cliente de Irún que me dijo que le habían gustado tanto nuestros roscos que dijo que en una comida sobró jamón y faltaron picos.

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