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"La Esmeralda debe tener una calle en Sevilla. Y ya vamos tarde"

Jesús Romanov | Profesor de Historia y escritor

Acaba de publicar el libro 'Historia de la Transexualidad', en el que aborda cómo las distintas culturas y etapas históricas han tratado esta cuestión

Jesús Romanov, autor del libro 'Historia de la Transexualidad", publicado por Almuzara. / Juan Carlos Muñoz

Quien lea Historia de la Transexualidad (editada por Almuzara) comprobará que su autor, Jesús Romanov López-Alfonso (Sevilla, 1979), emplea el mismo tono divulgativo de las múltiples publicaciones que, sobre el arte sacro, aparecen en sus perfiles de las redes sociales. En la primera parte de la obra se aborda cómo han tratado las distintas épocas el deseo de los hombres que se sienten mujer. En la segunda, son diversas transexuales las que adquieren protagonismo con sus relatos.

Romanov es profesor de Historia y Geografía en ESO y Bachillerato y es habitual tertuliano en televisión, radio y medios digitales de toda Andalucía. La entrevista tiene lugar una tarde fresca de junio, mes de la diversidad sexual.

-Desde que el mundo es mundo existe la transexualidad...

-Siempre. Este asunto se nombra hasta en un tratado de Astrología, en el que se habla de hombres que quieren ser mujeres porque nacen bajo el influjo de una determinada estrella. Lo que no existía es el concepto como tal...

-¿Cuándo surge este concepto?

-Es algo ya del siglo XX. Es a partir de Magnus Hirschfeld, un sexólogo alemán que crea una asociación en la que se intenta que haya una sexualidad deseable entre las personas. Se ocupa de la cuestión homosexual y se percata de que hay hombres que se sienten mujeres. Contrata a transexuales a las que permite ir vestidas de mujer y trabajar en su centro de cocineras, limpiadoras y secretarias. Y hasta empieza a realizar operaciones de reasignación de género, con la extirpación del aparato productor masculino. Esos son los primeros balbuceos en la concienciación de la transexualidad, pero desde una visión patológica.

-¿Se puede afirmar que un teólogo alemán fue el primer activista LGTBI?

-Siempre se ha dicho que Kark Heinrich Ulrichs, en el XIX, fue el primero en salir del armario. Aunque yo intento huir del presentismo histórico a la hora de emplear cierta terminología. Se trata de un teólogo y jurista. Él se da cuenta de que ama a otros hombres y de que tiene que vivir conforme a lo que siente y es. Vive en Alemania, donde la homosexualidad estaba penalizada en aquel entonces, por lo que en varias asambleas de juristas pide que se despenalice. Sus libros se prohibieron. Pero lo más interesante es que, siendo teólogo, justifica la homosexualidad desde un punto de vista religioso. A él Dios lo ha creado así y Dios es un ser perfecto que en ningún momento se ha equivocado al darle esa orientación sexual. Por lo tanto, es curioso como la religión le sirve para defender su libertad.

-Algunos hoy se rasgarían las vestiduras con tal afirmación...

-Es que es una figura muy desconocida. En España apenas están traducidas sus obras. Sería bastante interesante que se hiciera.

-¿Qué aporta su libro a todo lo que se ha escrito ya sobre la transexualidad?

-En primer lugar, la historia de la transexualidad desde la civilización romana hasta la actualidad, analizándola según el contexto histórico de cada época. Por ejemplo, dentro del franquismo, no es lo mismo la España de los 40 que la de los 70. En segundo lugar, darle voz a personas que no la han tenido nunca. Y, por último, exponer la problemática que aún existe con estas personas, al sacarlas del mundo del espectáculo e, incluso, de la prostitución. Valeria Vega, que es periodista, habla del fenómeno de "mono de circo", porque, en suma, se trata de personas que quieren llevar una vida como el resto.

-En la transexualidad quedan todavía por romper muchos techos de cristal...

-Uno de los mayores problemas es el laboral. El mundo del espectáculo y el funcionariado suponen las únicas vías de trabajo para el colectivo. Raquel Martín, que es una transexual sevillana, narra cómo la echaron de su compañía de baile cuando comenzó su proceso de reasignación de sexo. Tuvo que irse de España para labrarse un futuro.

El mundo del espectáculo y el funcionariado suponen las únicas vías laborales para este colectivo

-¿Qué papel juega la familia en este proceso?

-En este aspecto es importantísima la labor que desarrolla la Fundación Ángela Ponce, que se dedica a concienciar en colegios, institutos y a las familias sobre la transexualidad, pues se sufre una desorientación profunda en este aspecto.

-Usted es profesor de instituto. ¿Qué se hace en estos centros cuando un alumno dice no sentirse identificado con el sexo asignado?

-Ahí está el servicio que prestan los departamentos de co-educación, donde entre otras muchas cuestiones, como la de prevenir la violencia de género, se atiende a este tipo de necesidades que presenta el alumnado. Y esto se hace con charlas, formación y, sobre todo, con mucha sensibilización.

-¿Se le han presentado casos de este tipo?

-Por supuesto. Ocurre más de lo que la gente se piensa. Y no suele haber problema alguno. Se le atiende y se le empieza a tratar conforme a su sexo sentido. La gente joven, al menos en los centros donde yo he trabajado y por normal general, no provocan muchos problemas. Tal vez porque la cercanía a estas personas hace que lo normalicen y que no prime el "fenómeno".

-¿No ha presenciado ningún acoso hacia este alumnado?

-No. Los mayores problemas de aceptar a compañeros transexuales se producen en Primaria y el primer ciclo de la ESO. Ahí las familias tienen mucho que hacer, puesto que deben enseñarles a sus hijos a respetar la diversidad. En los centros de enseñanza lo tenemos claro: eso ha de respetarse al máximo. Por fortuna, los institutos no están como en los 80.

-El colectivo LGTBI se inclina siempre a la izquierda...

-Hicieron piña a finales de los 70 por la persecución sufrida con Franco. No obstante, en el libro recojo que una cosa era lo que defendían las bases de esos partidos y otra muy distinta, lo que pensaban sus élites formadas con la mentalidad de los años 50 y 60. Tierno Galván llegó a decir que "lo que no es normal, no hay que normalizarlo".

-¿Por qué Pedro Zerolo tiene una plaza en Sevilla y no la Esmeralda?

-Recuerdo que un día le contesté a una señora muy airada porque a Zerolo le habían dado una plaza que este político había hecho mucho no sólo por los derechos de los homosexuales, sino de todos los españoles, porque ella podía tener el día de mañana un hijo homosexual o transexual, por lo que la plaza está más que merecida. En cuanto a la Esmeralda, es un personaje sevillano que ya a finales de los 70, en uno de sus discos, reivindicó el matrimonio igualitario. Pero sí es cierto que he notado olvido e, incluso, maltrato hacia su figura. Por supuesto, Sevilla debería tener una calle con su nombre. Y, por desgracia, ya vamos tarde.

La plumafobia existe. Está a la orden del día. El canon que se impone en el mundo gay es el americano.

-¿Hay rechazo en el propio colectivo gay a la pluma?

-Mucho. La plumafobia existe. Está a la orden del día. Hay un libro muy interesante, que se llama La Sociedad Rosa, de Óscar Guasch, en el que ya habla del rechazo al afeminamiento. En la primera manifestación LGTBI que hubo en Barcelona a las transexuales las quitaron porque daban mala imagen del colectivo, cuando fueron precisamente ellas las que se habían llevado los palos de la Policía en el franquismo. El canon que se impone hoy en el mundo gay es el americano, marcado por una virilidad exacerbada y por un elevado nivel socioeconómico. Esto genera bastante ansiedad y exclusión.

-Usted es un experto en religiosidad popular. ¿Las hermandades han sido en épocas difíciles el único refugio de homosexuales y transexuales?

-Esto no se entiende por ahí arriba. Ocaña decía algo muy interesante y cierto al respecto: el mundo andaluz es un cuadro surrealista. Una realidad que no acepta el gaynormativismo. Yo conozco a personas transexuales que están muy integradas en hermandades. Andalucía, en muchos aspectos, ha sido muy adelantada por el hecho de normalizarlo todo, de querer integrar y no crear guetos, algo que en otros lugares de España no observo, pese a tener fama de ser emblemas de libertad.

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