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"Encuadernamos un códice del siglo X... qué respeto"

Antonio y José Galván. Encuadernadores artísticos

Desde su pequeño taller en Cádiz, trabajan para todo el planeta. Entre sus clientes se encuentran el Palacio Real y la Universidad Colombina.

"Encuadernamos un códice del siglo X... qué respeto"
Pedro Ingelmo

21 de febrero 2015 - 10:36

Hablar de los hermanos Galván, Antonio y José, entre encuadernadores es hacerlo de unas figuras mundiales. Desde su pequeño taller en Cádiz trabajan para todo el planeta. Oficio heredado de su padre, del que aprendieron la meticulosidad y profesionalidad que les ha hecho célebres, la firma Galván tiene asegurado su futuro en la nueva generación: sus cinco hijos trabajan con ellos. Entre sus clientes se encuentran el Palacio Real o la Universidad Colombina, para la que encuadernaron una Gramática de Antonio de Nebrija (1492).

-¿Todavía hay clientes que buscan una encuadernación de autor?

-Están las instituciones y, a pesar de la crisis que vivimos, tanto ética como cultural, los buenos bibliófilos se mantienen. Habrá más o menos clientes, pero en los oficios elevados a la categoría artística siempre se encuentra a quien sepa apreciarlos. Al menos, así ha sido hasta ahora.

-Yo no sé mucho de esto... ¿Da para vivir una familia entera? Ustedes, sus hijos...

-Aquí trabajamos siete personas, todos Galván. Tenemos encargos singulares que nos dan prestigio y desde finales de los 90 encuadernamos los facsímiles de Moleiro, un editor catalán que saca ediciones muy cuidadas y reducidas, sobre los 900 ejemplares, de libros que recupera. El último ha sido El placer de las mujeres, musulmán. Moleiro trabaja para clientes muy selectos, con peticiones anteriores a la edición y dispuestos a pagar por un libro lo que vale. Eso nos da un colchón de seguridad.

-Uno pensaba que en la era de internet, en la que las palabras son humo...

-Se sorprendería. Hay jóvenes bibliófilos que son, además, muy exigentes y conocedores de cómo es este trabajo, que tiene más de creación, de arte, que de proceso mecánico.

-¿Hay un perfil de bibliófilo, de sus clientes?

-No lo hay. Se podría pensar que son escritores, como García Márquez, que nos hizo algunos pedidos a través de su representante, Carmen Balcells, después de haber visto algunos de nuestros trabajos en la Fundación Joly, aquí en Cádiz. Pero no es lo habitual. Parece que los escritores no le dan ese valor de vestir su trabajo. Sin embargo, uno de nuestros clientes más apreciados es un agricultor de Córdoba, que lo sabe todo acerca de la encuadernación. Da gusto cuando te encuentras con clientes que aprecian tu trabajo porque saben lo que vale y lo que cuesta.

-La casa Galván se ha hecho un nombre en el mundo entero.

-Porque son muchos años y no nos desgalvanizamos, somos fieles a los principios que nos inculcó nuestro padre, que empezó en esto en 1945 y siempre defendió un trabajo creativo y artesano. Nuestros hijos han querido seguir con esta tarea. A nosotros nos han pedido presupuestos hasta de Alaska...

-¿Que ustedes sigan en Cádiz tiene algo que ver con la tradición de la ciudad en cuanto a oficios de impresión, de tinta, que tanto se prodigaron en el siglo XIX?

-Posiblemente algo tenga que ver, aunque nuestro padre, a finales de los 50, pensó en dar el salto a Madrid. Tras pensarlo y que incluso un arquitecto muy bibliófilo nos ofreciera cambiar encuadernaciones por ladrillos, mi padre pensó que era mejor traer Madrid aquí que ir nosotros a Madrid. Aquí estamos, no tuvo que ser mala idea.

-Ahora, con el mundo globalizado, todo el mundo ve el trabajo de todo el mundo.

-Pero entonces no era así. Revistas alemanas especializadas llegaron a sacar nuestro trabajo y un editor canadiense muy célebre, Saul Shapiro, nos pidió que trabajáramos para él. En aquella época no era tan frecuente, se lo aseguro.

-¿Cuál ha sido su trabajo más complejo?

-No sé si el más complejo o el más delicado. Fuimos a la catedral de Gerona para encuadernar allí el Códice de Beato, del siglo X. Naturalmente, no nos lo podíamos traer a nuestro taller, había que trabajar allí.

-Qué vértigo, ¿no?

-Respeto más que vértigo. Tocábamos Historia.

-Veo colgada una reproducción de la encuadernación con la que ganaron el Concurso Nacional del Ministerio de Cultura...

-Sí, Verano en Tenerife...

-Pero se me van los ojos a la que está al lado.

-Akela...

-Es una obra maestra.

-Tiene una historia bonita. Es un encargo de un oftalmólogo de Sevilla. Le escribió poemas a su mujer de joven, cuando eran novios, y con 70 años los trajo para regalárselos a su mujer en un libro. Hablaba de la primavera y creamos hierros con flores. Para encuadernar con dignidad hay que leer el contenido. Discutimos mucho sobre los diseños y, una vez hechos, se pasan unos días sobre la mesa para que todos estemos seguros de que son los adecuados.

-Tanto detalle... Tuvo que ser un trabajo descomunal.

-Lo exhibimos en la biblioteca nacional y un encuadernador catalán muy famoso no dijo nada. Me acerqué y le dije ¿no dices nada? Es a plancha, me dijo él. No, es a mano. Sin quererlo me acabas de elogiar el trabajo.

-Pero de elogios van ustedes sobrados. Son una referencia mundial.

-París es el epicentro de la encuadernación artística, aunque ya no sea como antes. Algunos de los grandes maestros han alabado nuestra obra.

-El encargo más raro que les hayan hecho.

-Raro, raro... Vino de alguien que no era bibliófilo, sino miniaturista. Era de Nueva York. Había dormido en un castillo de Escocia, le maravilló su biblioteca y quiso reproducirla en miniatura. Nos encargó un Quijote de poco más de una pulgada y media para ponerlo en su biblioteca de miniatura.

-¿Y con qué están ahora?

-Una Fundación nos ha encargado un ejemplar del Divino impaciente, de José María Pemán. Será un obsequio que van a hacer al papa Francisco.

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