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Jesús Navas, medalla de la ciudad de Sevilla

"Estoy comprometido hasta el hambre con mi trabajo"

Chencho Fernández | Músico

Chencho Fernández. / Álvaro Soto

Músico trianero con querencia alamedera, el cantautor Chencho Fernández (Sevilla, 1972) vuelve a las salas de conciertos el próximo 13 de mayo a las 22:00 en la Sala Malandar para presentar su último disco, Baladas de plata, que vio la luz días antes del confinamiento para infortunio del autor y de sus seguidores. Ahora regresa al estudio para un nuevo trabajo. Con Dadá estuvo aquí se ganó los elogios de crítica y público allende Andalucía. Serrat, Lou Reed, Dylan y Gainsbourg son sus referentes a la hora de componer su rock afrancesado, baladesco.

–Publicó su último disco dos semanas antes del confinamiento. Vaya puntería.

–Fue, además, el día extra del año bisiesto, así que este joven soplará velas cada seis. Quiero pensar que se escuchó más detenidamente gracias a que todos estábamos metidos en casa. El tiro estaba bien calculado.

–Tardó cinco años en sacar el álbum (¿se sigue llamando álbum) después de su debut en solitario, ¿cuánto habrá que esperar para el tercero?

–Las cosas de las multinacionales van despacio... Ya me gustaría que mi ritmo de producción se correspondiera con el de publicación. Sobre el próximo artefacto aún conocido como álbum, hemos empezado a grabar y espero publicarlo pronto si no lo impide otro sobresalto planetario.

–Como no lo promocionó, cuénteme qué historia narra su Baladas de plata.

–Muerte, resurrección, muerte, resurrección... Es la historia de alguien que sucumbe tantas veces, que al final termina viviendo.

–Define sus canciones como dadaístas. ¿Traducción al román paladino?

–Nada, supongo que es porque mis temas, como la vida misma, abrazan el absurdo con alborozo.

–Con su anterior disco, Dadá estuvo aquí, salió del ámbito sureño y entró en el circuito nacional. ¿Es difícil cruzar Despeñaperros?

–Parecido a lo que era en su día cruzar los Pirineos para saltar al mercado internacional. Hoy lo que ocurre en Andalucía recibe la atención de industria y público. Al margen de este giro de guión, lo mío se relaciona con el viento favorable de internet sumado al buen equipo de alpinismo de un álbum en el que confías.

–Uno de sus temas, Radio Fun Club, está dedicado al mítico bar sevillano que cerró y ha reabierto con el mismo nombre y otros dueños. ¿Segundas partes nunca fueron buenas?

–La vida sigue. Me alegro de que mantenga el nombre, la función y espero que el espíritu. Lo veo como una cara B de la Alameda. Los expulsados del paraíso tendremos que recrearnos menos en la nostalgia y adaptarnos; y los nuevos pobladores, ser dignos herederos de esos genes. Si no, los espectros de las Navidades pasadas nos plantaremos allí a atormentarlos.

–Dicen que es el bardo de Sevilla. ¿Cómo lo lleva?

–El título me queda un poco grande, digo yo que habrá más bardos. Sevilla es para mí una ciudad inspiradora, un espejo de calles y vivencias en el que miro y me miro para hablar en universal.

"Mis canciones son dadaístas porque, como la vida misma, abrazan el absurdo con alborozo"

–Escribió el compañero Blas Fernández: "Chencho simuló entrar otra vez en ese aparente estado de letargo creativo tan propio de su guadianesca trayectoria". ¿Es un artista maldito?

–Si he alimentado esa imagen es porque estoy comprometido hasta el hambre con mi trabajo. En todo caso, si el mejor periodista musical de este país dijo eso, no se lo voy a discutir.

–En un combate entre Gainsbourg, Serrat, Lou Reed y Dylan, cuatro de sus próceres, ¿por quién apostaría?

–Conforman mi póquer de ases preferido a la hora de jugarme la mano escribiendo. Serrat me aporta la cepa hispánica; Lou, la neoyorquina, la urbana y subterránea; Gainsbourg, la decadencia y voluptuosidad europeas. Y Dylan me hace ver que se puede llegar muy lejos desde la tradición absorbiéndola con una esponja y proyectándola con una guitarra de palo. Apuesto siempre por una buena canción.

–Si tuviera que formar parte de un supergrupo a lo Traveling Wilburys, ¿elegiría a estos compañeros o gente de otro perfil?

–Ya trabajo con un supergrupo, All La Glory. Pero está el mundo para echarse al monte, más bien me gustaría formar parte de la banda de Curro Jiménez, por ejemplo.

–¿Diría que All La Glory es su The Band particular?

–No en vano toman su nombre de una de sus canciones. Entienden y visten las mías de una forma que las enriquece. Hay entre nosotros un diálogo creativo excelente porque existe una fuerte afinidad musical. Tanto es así, que seguimos cantando fuera de horario. Sí, para mí son La Banda.

–Antes de tocar en solitario, formó parte de grupos vanguardistas de Sevilla. ¿Qué hay de aquella experiencia en el escritor de canciones y músico que es hoy?

–Apretar los dientes y dar bandazos.

–Los productores de medio país han vuelto los ojos hacia la música meridional. ¿Qué opina de este momento?

–En el sur siempre ha habido buenos mimbres para la música, pero el cesto lo suelen hacer más al norte. Últimamente están fraguándose propuestas reacias a vestir sólo el traje regional. Pero, al mismo tiempo, las que más se exportan son las que tienen un fuerte cariz autóctono. Habría que abrir el juego, que rueden las bolas por la mesa.

–¿En el pack de todo buen cantautor no debe faltar un cúter bien afilado?

–Algo afilado con lo que cortar es necesario. Mejor un buen cuchillo entre los dientes.

–Dadá, baladas, plata: en los títulos de sus discos se aprecia un especial amor por la vocal ‘a’. ¿Estaba predestinado a que su novia se llamara Marta...?

–La fortuna me guardaba un presente que me ha dejado boquiabierto: amar a Marta.

–¿Hemos pasado del sexo, droga y rock&roll al running, sushi y reguetón?

–Sí, se ve que las pandemias están de moda.

–Acaba de cumplir 50 tacos. ¿Hizo un fiestón destroyer o se fue a una casa rural de pureta?

–Lo celebré con poco ruido y muchas castañas. Y con el nuevo disco que está en marcha. Bajé a dar un paseo por la ciudad, a invitar y dejarme invitar.

–Ni canta flamenco ni cuenta chistes ni va al Rocío. ¿En serio es trianero?

–Soy del meridiano de Greenwich en su desviación por la margen trianera. Nací cantábrico, qué le voy a hacer. Soy sólo un chico del río.

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