"Bailando la bachata parezco un pato mareado"
Antonio Ruiz 'El Pipa'. Coreógrafo y bailaor
El jerezano es defensor de las esencias, poco amigo de las fusiones y de palabras como 'flamenquito'.
El jerezano Antonio Ruiz Fernández, Antonio El Pipa, ya es un clásico de la danza flamenca. Defensor de las esencias, poco amigo de las fusiones y de palabras como flamenquito. Tras volver de Cuba, donde dirigió el año pasado la versión de Bodas de sangre del Ballet Nacional de Cuba, preparó su siguiente espectáculo, el octavo de su carrera, que lleva por nombre Danzacali y cuyo reestreno, el pasado mes de septiembre, supuso la apertura de temporada en el Teatro Villamarta de Jerez, donde cada año se celebra el más prestigioso festival de baile flamenco del mundo.
-Vuelve con su espectáculo Danzacali, que estrenó en febrero. ¿Cambió algo?
-Que bailo más.
-No me cuente más: por la crisis.
-Pues sí, todo son recortes en este país y esta humilde compañía recorta, desgraciadamente, en lo que más me gusta: tener artistas invitados.
-Fundó la compañía hace más de una década con un espectáculo dedicado a su abuela. Usted es muy familiero.
-Como todos los gitanos. Si algo me ha dado este mundo es la familia. Es la base.
-Y su compañía es un negocio familiar.
-La familia se trata con el corazón y el negocio con la cabeza. Son cosas distintas.
-Baile gitano. ¿Qué es el baile gitano?
-En este espectáculo recuperamos esencias, no contamos ninguna historia. Son las esencias que han hecho ilustre al pueblo gitano y que se ha manifestado culturalmente en el flamenco. Si el flamenco es patrimonio de la humanidad, algo tendrá que ver el gitano.
-Los gitanos no son lo que eran.
-Cambiamos porque los tiempos cambian. Yo estoy orgulloso y feliz de ser gitano. Me marca en mis creencias, lo que no quiere decir que me crea ni mejor ni peor que usted, que supongo que no es gitano.
-En su coreografía recupera la imagen del gitano errante, pero usted no es un nómada.
-Yo he sido poco errante. Por no serlo, ni siquiera emigré a Madrid. Quería triunfar desde Jerez. Lo que sí soy es muy viajero, soy feliz viajando. Supongo que eso me ha quedado de los ancestros. Por lo demás, nací en el hospital de Jerez y sigo viviendo en Jerez.
-La segunda patria del flamenco es Japón. ¿Conoce Fukushima?
-No, allí no he estado, he bailado más al sur.
-¿Qué sintió con aquel terremoto?
-Un gran desgarro. Fue sobrecogedor.
-¿Qué opina de los gitanos errantes de hoy en día, que todo el mundo asocia con rumanos y que están estigmatizados?
-Tengo sentimientos contradictorios. Me da pena que esos gitanos no tengan un lugar en la sociedad, pero también pienso que si son felices con esa libertad, si es eso lo que quieren ser, ¿quién soy yo para censurarlo?
-En su casa, ¿qué flamenco escucha?
-No, no. No escucho flamenco. Separo el trabajo de casa. Escucho todo lo que no suene a flamenco.
-¿Por ejemplo?
-De Louis Armstrong a Luz Casal. Figúrese todo lo que cabe entre una cosa y otra.
-¿Y lo aplica luego a sus montajes? Que yo sepa, a usted no le va mucho lo de la fusión.
-No me va la fusión, pero hay cosas evidentes. El otro día, en un viaje, escuchaba a Rachmaninov y pegué un brinco. La pieza era una bulería, con su compás y todo.
-Dicen que no usa los pies ni para jugar al fútbol.
-Desde luego, para el fútbol no porque soy malísimo. Es cierto que los pies ni los he sentido. Me expreso con mis brazos, con ellos he enamorado y me he enamorado. Han sido mi alma.
-Vamos, que si le ato los brazos...
-No bailo.
-Pues hay quien se gana la vida muy bien zapateando.
-A estas alturas de mi vida no me apetece hacer triples saltos mortales.
-¿No le gusta el circo? ¿Lo dice por alguien?
-No, no, por nadie. Yo soy muy respetuoso.
-Las administraciones públicas no pagan a los proveedores. No quiero pensar a los artistas.
-Mejor no le contesto a esa pregunta.
-¿Esa es su respuesta?
-No sé, ¿le ha parecido poco clara?
-¿Ha pensado en una coreografía sobre la crisis?
-Las penurias son inspiradoras. El flamenco se desarrolla en el lamento de las gañanías. La desesperación y la espera son buenos elementos para el arte y en esta situación catastrófica que vivimos tenemos mucho de ambas cosas.
-¿Pesimista?
-Es aberrante que no podamos creer en nada ni en nadie, que los políticos no sean capaces de llenarnos de ilusiones. Llevamos ya demasiado tiempo escuchando exclusivamente malas noticias. Con este panorama, es muy difícil ser optimista.
-¿Y qué haría usted?
-Yo no puedo hacer nada. La política no es mi guerra. Mi guerra es emocionar al público y a eso dedico la mayor parte de mi tiempo, en buscar cómo conseguirlo.
-Ocho espectáculos lleva a sus espaldas. ¿Debilidad por alguno? ¿En cuál se acercó más a ese objetivo?
-Mi madre tuvo nueve hijos y siempre decía: ¿qué dedo me arranco? Cada uno se ha llevado una parte de mi vida. Ocho hijos artísticos he tenido yo... pero el primero, Vivencias, que estaba dedicado a mi abuela, y Puertas adentro, que nace del dolor y de la desesperación por la muerte de mi madre, pueden ser aquellos más cercanos y emocionales.
-Hablando de hijos, ¿los suyos siguen su camino?
-Para nada para nada, negados para el flamenco. Nulos. Que sigan el camino que ellos deseen.
-¿Qué tal le fue con el Ballet Nacional de Cuba?
-Un mastodonte de la danza, qué movilidad en la escena. Me han dado una fuerza... He vuelto con las pilas cargadas.
-Cuba y baile son una misma cosa.
-Es el aire. En Cuba bailar es respirar.
-¿Cómo baila la bachata?
-Bailando la bachata parezco un pato mareado. Hombre, algo de ritmo tienes, pero vamos, que si a un cubano le pongo a bailar flamenco no va a ver usted a Antonio Gades.
-¿Le molesta si le dicen que su baile es comercial?
-¿Molestar? ¡Genial! Si mi arte es comercial significa que puedo comerciar con él y puedo llevar veinte familias adelante. Si algo que sale del corazón es comercial, perfecto.
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