Ángeles Espinar y Mª José Sánchez Espinar: “Trabajar con Dior ha sido un punto de inflexión”
Bordadoras
Ángeles Espinar (Villamanrique de la Condesa, 1937) y María José Sánchez Espinar (Villamanrique de la Condesa, 1966) han sido capaces de darle un giro de modernidad a una prenda tan tradicional como es el mantón de Manila. Con colores vivos y diseños originales han logrado traer el mantón y la tradición andaluza al siglo XXI. Madre e hija han hecho de la artesanía, una labor habitualmente secundaria, su trabajo. Ese esfuerzo que dedican a sus creaciones les ha valido numerosos reconocimientos como el premio Fortuny y la medalla de oro de la provincia de Sevilla.
–¿Se puede vivir de la artesanía en 2023?
–A duras penas. Tienes trabajo, pero no es un trabajo con el que tú puedas vivir. Tienes que compensarlo con otras cosas porque la artesanía no está pagada realmente, es un trabajo que lleva muchísimo tiempo. Es un trabajo de meses y no todo el mundo puede comprarse un mantón, son artículos que uno se los piensa antes de comprarlos. Es verdad que cuando tienes un mantón, tienes una joya para toda la vida. Pero ahí vamos, capeando el temporal.
–¿Quién compra mantones hechos a mano?
–Normalmente son clientes nacionales. La mayoría, yo diría que un 90% es nacional. También hay veces que trabajamos para fuera, pero el 90% es nacional.
–Y llegaron a trabajar para Dior.
–Trabajar con Dior ha sido un punto de inflexión. A partir de ahí sabíamos que nos iban a conocer fuera de nuestras fronteras. Nos conocían mucho en España y teníamos muchos clientes de fuera, pero ese sello que te da trabajar con una marca de calidad como Dior parece que afianza más tu calidad. Reconocen que tu trabajo es artesano de calidad y ya te conocen más fuera de España.
–Pero sus productos ya habían estado en Tokio o Las Vegas.
–Hemos hecho muchos desfiles y hemos colaborado con algún museo de artesanía, a lo mejor un organismo que ha llevado cosas fuera, con Raquel Revuelta también.
–¿Cómo se llega de Villamanrique a Nueva York?
–Es una cosa que se logra después de 45 años. Llevamos muchos años trabajando como empresa. Da tiempo a conocer a mucha gente, proponer tus proyectos, hacer desfiles, hacer exposiciones y, quieras que no, te conoce la gente y te llaman. Es estar en el sitio y conocer a la persona. Tras 45 años, claro.
–¿Se valora este tipo de producto en España?
–Últimamente se está valorando mucho más la artesanía. Hemos tenido unos años que hemos estado con artículos que duran una temporada nada más, pero ya se está buscando más la calidad en muchos sectores. Se están dando muchos más reconocimientos a la artesanía desde los organismos y se pone en valor el oficio artesano. Los organismos se están dando cuenta de que eso está aquí, es un oficio que es cultura, que lo tenemos de nuestros padres y, quieras que no, está arraigado en la cultura andaluza, como el mantón de Manila.
–¿Hay relevo generacional?
–En Villamanrique se hizo un curso que duró un año que era de la Junta y el Ayuntamiento con el que se enseñó a bordar a 21 mujeres de todas las edades. Nadie ha seguido bordando. Algunas bordaban muy bien, yo fui a ofrecerles trabajo, pero no querían bordar.
–¿Y eso?
–Si se pagaran realmente las horas que lleva un mantón de Manila, habría más trabajo. A la artesanía hay que ponerle un precio y, aunque se pague, no está bien pagado. Si se paga lo que vale, no te lo compra nadie y si no te lo compra nadie, desaparece. La mentalidad de la juventud de querer las cosas ya es muy difícil. El trabajo de bordado es un trabajo artesano que necesita paciencia, necesita echarle horas. La vida ha cambiado, no tienen paciencia.
–Es un proceso lento.
–Un mantón se tarda en hacer seis o siete meses. Si se pagaran las horas que realmente vale el mantón, ¿a cuánto tengo que vender el mantón? ¿Quién lo compra? Es que no lo compran. Al no comprarlo, es cuando desaparece.
–¿Quién puede permitirse trabajar con esas condiciones?
–Las bordadoras que tenemos ahora son señoras más mayores que se dedican a labores del hogar y a esto le echan un rato, no son bordadoras que estén las ocho horas bordando. Imposible.
–Parece que está en peligro de extinción.
–Como esto no se remedie, en pocos años puede ser que se pierda. En los años 80 teníamos casi 100 bordadoras y ahora tenemos cinco. Entre las cinco o seis que tenemos, ahí vamos capeando. No podemos hacer el volumen de trabajo que teníamos antes. Antes teníamos muchos mantones para enseñar y ahora trabajamos más por encargo. Hay que estar continuamente buscando clientes nuevos. No es fácil, hay que lucharlo mucho y trabajarlo mucho.
–¿Y se han planteado trasladar el taller?
–No, no, no. Ni nos lo hemos planteado ni nos lo vamos a plantear. Nuestro taller está en Villamanrique y la que quiera un mantón tiene que venir a Villamanrique. No nos compensa tener una tienda en Sevilla, no podemos. A casa viene gente de todos sitios, hasta del extranjero. El que quiera un mantón va a buscarlo al sitio al que tiene que ir.
–Todo empezó hace más de 40 años.
–Mi madre fue la primera en emprender un negocio. Lo abrió con 41 años, entonces empezó a trabajar por libre. Esto fue en los años 70, que era una época complicada. Empezó a crear su propia empresa sola.
–Fue una pionera.
–Es que, además, fuimos las primeras en subir un mantón a una pasarela. Jamás se había subido uno. Fuimos las primeras que apostamos por decir que si un traje se puede subir a la pasarela, nosotras íbamos a subir mantones e íbamos a hacer un desfile de mantones de Manila.
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