Así fue la visita de Juan Pablo II al Rocío en 1993
Rocío 2023
El sacerdote Manuel Jesús Carrasco recuerda la estancia del Papa en la aldea almonteña, de la que se cumplen tres décadas
Dos momentos marcaron aquel 14 de junio: el silencio mientras el Sumo Pontífice rezaba y el discurso desde el balcón diseñado por Luis Becerra
Un Rocío con pocos cohetes para "las personas vulnerables y los animales"
Una presencia que supuso un espaldarazo al Rocío y que cambió el concepto que buena parte de la sociedad española tenía en ese momento de esta devoción netamente andaluza. El próximo 14 de junio se cumplirán 30 años de la visita que San Juan Pablo II realizó a la aldea almonteña, cuando oró a las plantas de la Blanca Paloma. Un instante convertido en hito de la historia rociera y que se resume perfectamente en la exhortación que el Sumo Pontífice pronunció desde el balcón del santuario que mira a la marisma: "¡Qué todo el mundo sea rociero!".
Fueron las palabras clave para entender la importancia de dicha visita, para la que se trabajó durante nueve años. Aquella estancia del Papa en la aldea onubense suponía la continuación y conclusión de los Congresos Internacionales Mariano y Mariológico celebrados un año antes en El Rocío, con motivo del V Centenario de la Evangelización de América.
Atrás quedaban meses de preparativos para que todo saliera a la perfección. Y así resultó. El sacerdote Manuel Jesús Carrasco Terriza -secretario canciller del Obispado de Huelva hasta 2021- ejerció de coordinador adjunto del comité diocesano preparatorio creado al efecto. En sus recuerdos, tiene constantes palabras de elogio hacia la figura del coordinador general Juan Mairena Valdayo, vicario judicial entonces. "Fue la cabeza pensante que lo movió todo", asegura.
Las gestiones para la visita del Papa comenzaron en 1984. La diócesis onubense celebraba su 30 aniversario, al ser creada en 1954. Los congresos mariano y mariológico estaban previstos que tuvieran lugar en Sevilla en 1992, pero el entonces arzobispo Carlos Amigo Vallejo se lo cedió a Huelva, ya que en aquel año la capital hispalense iba a acoger la Exposición Universal (con el Pabellón de la Santa Sede) y en 1993 el Congreso Eucarístico, que clausuró Juan Pablo II un día antes de acudir al Rocío.
El comité diocesano preparatorio
Fue en 1990 cuando el obispo de Huelva, Rafael González Moralejo, constituyó el comité diocesano preparatorio, al frente del cual situó a Juan Mairena. En este punto, Manuel Jesús Carrasco refiere que el prelado onubense había entablado décadas atrás gran amistad con el Papa polaco, al trabajar juntos en una de las comisiones creadas para el Concilio Vaticano II. Un vínculo que allanaba la presencia pontificia en la marisma.
"El equipo lo formábamos unas 100 personas", detalla Carrasco Terriza, quien abunda en que durante los años previos eran constantes las visitas de delegados de la Conferencia Episcopal Española y también de la Nunciatura Apostólica, "interesada en conocer de primera mano qué era el Rocío, motivo por el cual llegaron a presidir el Pontifical de Pentecostés en alguna ocasión". De hecho, en 1988, Año Mariano, visitó el Rocío monseñor Mario Tagliaferri. Debido a la visita del Papa -como apunta el referido sacerdote- se nombró un obispo coadjutor, Ignacio Noguer, para evitar que la sede onubense se quedara vacante por cualquier circunstancia sobrevenida en los meses previos a la llegada de Juan Pablo II.
La presencia del Santo Padre se confirmó con dos años de antelación, el 5 de junio de 1991. Meses después de esa fecha, la Virgen del Rocío fue trasladada a Almonte con sus galas de dama viajera (Pastora), como ocurre cada siete años, según costumbre instaurada en 1949. La estancia de la Blanca Paloma en el municipio del que es Patrona sirvió también de preparación a los fastos extraordinarios a celebrar en 1992 y 1993. En aquel entonces era párroco de la localidad onubense el cura Antonio Salas y presidente de la Hermandad Matriz, Ángel Díaz de la Serna.
Un año después, el 27 de septiembre de 1992, se clausuraban en El Rocío los Congresos Mariológico y Mariano, acto al que asistieron los Reyes de España. Para esta ceremonia, se instaló un amplísimo altar, en forma de semicírculo, diseñado por el sevillano Luis Becerra, quien también contribuyó en un elemento esencial en la visita que realizó Karol Wojtyla un año después.
Un 14 de junio de 1993
"La estancia del Papa en Huelva se produjo el 14 de junio de 1993. Se organizaron cinco dispositivos especiales, pues estaría en la capital, en Moguer, en Palos, en la Rábida y en El Rocío", detalla Carrasco Terriza. El santuario de la Blanca Paloma no podía quedar fuera de este periplo, pensado en principio sólo para "los lugares colombinos". Así lo defendió Juan Mairena en un encuentro en la Nunciatura Apostólica: "De igual manera que sería inconcebible que el Papa estuviera en México DF y no visitara el Santuario de la Virgen de Guadalupe, también resultaría inconcebible que acudiera a Huelva y no orara ante la Virgen del Rocío".
Explicar al nuncio el lenguaje propio de esta romería deparó un sinfín de anécdotas. El sacerdote Carrasco Terriza rememora "el brinco" de monseñor Tucci cuando le indicaron que para la visita del Papa los simpecados estarían en el santuario. "Entendió como tal a personas impecables". También se extrañó al indicarle que se instalaría un dispositivo sanitario en Huévar. "¿Tan lejos?", comentó. Se referían, claro está, a la casa de hermandad de esta corporación (la más cercana al templo) y no al municipio onubense.
En helicóptero
El Papa llegó en helicóptero desde La Rábida al campo de fútbol de la aldea. Eran poco más de las 18:15. Apretaba el calor. Anduvo varios metros por las arenas hasta alcanzar el santuario, a cuya puerta, la que da a la marisma, lo esperaban las autoridades civiles, el referido presidente de la Matriz y el nuevo párroco de Almonte, Diego Capado.
Juan Pablo II accedió al templo, donde la Virgen del Rocío, en su paso en el que había procesionado por la aldea semanas antes (hubo que hacer un gran esfuerzo para limpiarlo todo con tan poco margen de tiempo) presidía el presbiterio, adornado con altos fanales de claveles rosa y en el que sólo estaba acabado el primer cuerpo del retablo. Lucía la Señora el llamado traje de los Montpensier, el más antiguo de cuantos posee.
Silencio en la marisma
Se produjo entonces uno de los momentos más impactantes de la visita. Por la megafonía -por la que cada Pentecostés se anuncia el orden de presentación de las hermandades- Antonio Bueno avisó a los miles de asistentes congregados en la explanada del santuario: "Su Santidad el Papa está rezando ante la Virgen del Rocío". Se hizo el más absoluto silencio en la marisma. Una quietud sonora histórica. Momento captado por las imágenes de Televisión Española que cambiaron el concepto que se tenía de esta devoción, relacionada entonces -como el propio Carrasco Terriza reconoce- "más con el jolgorio y la jarana que con la religiosidad".
Después de acabar los rezos ante la Patrona de Almonte, el Papa bendijo todos los simpecados, en una muestra de reconocimiento a la labor evangelizadora que realizan las filiales. Vendría después la segunda parte de la visita, cuando se dirigió a los fieles congregados en la marisma. Lo hizo en un balcón creado ex profeso y diseñado por el sevillano Luis Becerra, que tanto colaboró aquellos años con la diócesis onubense. Becerra ya había tenido experiencia previa en la visita que realizó Juan Pablo II a Sevilla en 1982, cuando diseñó el majestuoso altar para la beatificación de Sor Ángela de la Cruz. En esta ocasión, se unieron dos balconadas en una esquina achaflanada, timbrada con la tiara papal y las llaves de San Pedro, emblemas del Vaticano.
Un Rocío para el nuevo siglo
Tras unas palabras del prelado onubense, Juan Pablo II pronunció un discurso con el que sentó las bases de la devoción rociera para el siglo XXI. En él, aludió a los aspectos folclóricos y de raigambre cultural que envuelven el culto a la Blanca Paloma. Ahora bien, advirtió de la necesidad de purificar "el polvo del camino", para evitar que todo este movimiento quede reducido a "una mera expresión costumbrista". Hizo hincapié en la necesidad de "no traicionar la verdadera esencia cristiana" de la fiesta y en profundizar en su capacidad "evangelizadora", de manera que el Rocío se convierta "en una verdadera escuela de vida cristiana".
Treinta años después, para Carrasco Terriza aquellas palabras siguen vigentes. "La visita supuso un respaldo de la más alta autoridad eclesiástica, el Papa, a una romería multitudinaria que estaba muy cuestionada por su ambiente festivo", incide este sacerdote, quien destaca que a partir de entonces "el mundo rociero profundizó en aspectos litúrgicos, doctrinales y teológicos", además de "dar un aldabonazo y marcar el camino a seguir a las filiales en su tarea evangelizadora". Tres décadas de Juan Pablo II en la marisma, el Papa que guió a los rocieros a un nuevo siglo.
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