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Buscan a una banda de ladrones de viviendas que actúa en el Aljarafe

Viernes de Rocío en el Quema y la Raya Real: El triunfo de los 4x4

Rocío 2023

La restricción de los tractores provoca un predominio de los todoterrenos en este antiguo camino, bastante más aliviado

Triana y Sevilla cruzan un río Guadiamar reducido a una charca de barro

Las hermandades de Sevilla en la Raya Real, todas las fotos

Triana y Sevilla en el vado de Quema, toda las imágenes

El paso de hermandades por Villamanrique: la enjundia rociera

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Las hermandades rocieras pasan por la Raya Real

De la más amplia gama. Y de los más diversos colores. Para todos los gustos. La Raya Real parece este viernes un concesionario al aire libre de todoterrenos, vehículos que adquieren un protagonismo colosal tras la restricción de los tractores en este camino entre Villamanrique y la marisma por el que transitan la mayoría de las hermandades rocieras de Sevilla. Si usted no anda prevenido, se lo llevan por delante en un despiste. Algunos circulan con tal velocidad, que se te echan encima con todo el avituallamiento gastronómico que los acompaña.

Pero antes de meterme en las arenas, déjenme que les narre cómo llegué aquí, hasta el Palacio del Rey, punto de fuga de la Raya Real. La proeza no fue mía, sino del fotógrafo que ilustra estas líneas, Antonio Pizarro, conocedor de estas lindes por su afición a fotografiar linces y todo tipo de fauna (también la humana) que puebla el entorno de Doñana.

Salimos del vado de Quema a las 10:00, una vez que la Hermandad de Sevilla había atravesado su turbias (turbísimas) aguas. Nos metimos por la Marisma Gallega hasta dar con la Dehesa de Abajo y de allí a Hato Blanco. Todo era felicidad -la mañana estaba luminosa tras los chaparrones de la madrugada- cuando nos topamos con 50 carriolas de Coria. Sí, medio centenar. Una detrás de otra por un estrecho carril en el que había que ir sorteando los vehículos que venían de frente. La tensión ya galopaba por las nubes.

Una proeza por las arenas

Hilera de todoterrenos por la Raya Real. / Antonio Pizarro

Un agente forestal nos aconseja que "nos armemos de paciencia". Manida expresión que me irrita aún más. Tal sucesión de tractores y carriolas parecía una exposición de maquinaria agrícola. Había que echarle mucha imaginación para hallar un encanto bucólico. A la escena no le falta su caganet rociero. Ya saben: esa figura del Belén, de invención catalana, que satisface sus necesidades fisiológicas a la vista de pastores y otras figuras navideñas. Pues idéntica estampa presencié desde la ventanilla del coche para mal de mis ojos y de mi estómago, sin una pizca de comida todavía a esas horas. Les prometo no ahondar en más detalles para evitar arcadas innecesarias. Sólo apuntarles la cara de satisfacción del peregrino, que parecía haber recobrado la vida tras la meritoria faena.

Pues bien, tras las 50 carriolas con sus tractores de Coria, vino la hilera interminable de charrés y todoterrenos que conducían al Palacio del Rey por un supuesto atajo que acabó convertido en vía dolorosa. Cada tres minutos, una parada. Los botelleros daban rienda suelta ya a esa hora a todo su contenido para gloria de gaznates ajenos. Éste que les escribe optó por desviar la mirada y fijarla en los diversos cultivos que pueblan la zona (almendros, pimientos, naranjas...), ahora que tanto debate se ha generado con los famosos regadíos de Doñana. Estos terrenos, por cierto, están a menos de tres kilómetros de la Raya Real, entorno del famoso parque natural.

En mitad de este atasco rural, aparece un matrimonio septuagenario vendiendo bolsas de hielo y pan. Suben terraplenes y cunetas con un movolumen rojo que lleva una rueda delantera pinchada, prácticamente en la llanta. Los socorre un responsable de la alcaldía de carretas coriana. Los vendedores siguen su camino adelantando a todo mortal que vaya al volante.

Un camino más aliviado

Peregrinas de promesa tras el simpecado de Utrera. / Antonio Pizarro

Al fin superamos la comitiva de Coria, que aparece ya mezclada con la de Lebrija cuando se está a punto de alcanzar Palacio, la meta buscada desde hace una hora y 50 minutos. Pocas veces en mi vida había sentido tanta angustia dentro de un coche. Al poner un pie en la Raya la sensación es de bochorno, sólo apaciguada por la suave brisa que corre a intervalos. El cielo empieza a nublarse. Amenaza lluvia por la tarde. Una predicción que intento comprobar en mi teléfono móvil. No hay cobertura alguna. Adiós al whatsapp y a las redes sociales por unos momentos. Toca sumergirse en la naturaleza nada pacífica de este viernes postrero de mayo. Una reflexión que se interrumpe bruscamente cuando siento a escasos centímetros de mí la embestida de uno de los cientos de todoterrenos que pueblan la anchísima senda. Muchos son de alquiler. Todos vienen hasta arriba de viandas. Que no les falta de. Eso sí, este antiguo camino parece, a priori, que sufre menos colapso tras restringirse el número de tractores y carriolas por hermandad.

Junto a Palacio del Rey está la zona de acampada donde sestean hasta seis hermandades: el Cerro, Almensilla, Alcalá de Guadaíra, Dos Hermanas, Gines y Utrera. Estas tres últimas llevan adornadas las carretas de sus simpecados con flores amarillas, un color muy repetido este Rocío. En la de Gines está a punto de comenzar la misa, previa al almuerzo. La preside "don Juan, el cura", toda una institución en la filial ginense. La carreta de Utrera me abre el apetito: lleva mostachones colgados de las columnas de plata. Un auténtico manjar en este día de prolongado ayuno.

En la diversidad está el gusto

Tres peregrinos descansan bajo la rueda de una carreta. / Antonio Pizarro

Las comitivas de las hermandades levantan el mítico polvo de la Raya, cuyas arenas habían amanecido bastante asentadas con la lluvia de anoche. Aquello simula por un momento la niebla londinense, sin té que se sirva de merienda pero sí con algún que otro rostro que recuerda a la recién coronada reina Camila (no todo tiene que ser bello en estos parajes y en la diversidad está el gusto).

De buenas a primeras, aparece de nuevo el matrimonio septuagenario con su monovolumen invencible. No se le resisten ni los bancos de arena. Como el legendario Lute, camina o revienta. Aprovecho para preguntar nombre y procedencia. Ella se llama Dolores Cabrera. Vienen todos los años desde Alcalá del Río para ganarse unos jurdeles por estas sendas. En cuanto escucho el nombre del municipio intento probar suerte y le pregunto si son cruceros o soleanos, las dos hermandades que vertebran antropológicamente este pueblo de la Vega sevillana. "Somos de la Cruz". Yo le doy un viva a su dolorosa y, ¡bingo!, obtengo un mendrugo de pan que llevarme a la boca. Algo que calme la impetuosa hambre en este mediodía carente de invitaciones.

La mañana en el Quema

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Triana y Sevilla cruzan el vado de Quema

Me arrepiento durante largo tiempo de haberme negado a probar el bizcocho que un grupo de almonteñas me ofreció a primera hora de la mañana junto al vado de Quema. Llevaban allí bastante tiempo antes de que pasara Triana, la primera en atravesar este tramo del Guadiamar reducido a una charca de barro. Muchos peregrinos de cordón verde esquivan el tránsito, a sabiendas de que acabarán manchados por el lodazal del río.

Un grupo de rocieras de la Hermandad de Sevilla en el vado de Quema. / Antonio Pizarro

El frío cala en esos instantes y provoca extrañas combinaciones en el vestuario de romeras y peregrinos. Pese a la turbidez del agua, hay nuevos rocieros que se bautizan, recibiendo nombres dignos de estudio sociológico: Flequillo de la Marisma, Reina de Saba, Océano Marismeño y Gordito del Camino (éste último con permiso de los doctores del lenguaje políticamente correcto).

Se va Triana y en menos de una hora aparece Sevilla. Aquí los peregrinos sí se manchan de barro hasta más arriba de la pantorrilla. La carreta del simpecado va rodeada de una marea humana. Se produce uno de los momentos clásicos del camino. Tras la salve, se hace ese silencio que reconcilia al género humano con la naturaleza. Se escuchan con nitidez, en la inmensidad del campo, los acordes de una guitarra. Los romeros entonan el cántico con el que se alzan los sombreros al unísono, en una coreografía que calienta el alma y alivia el frío. Como un buen trago de aguardiente al alba. El verdadero caudal que empapa los adentros.

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