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Paso de hermandades del Rocío por la Raya Real 2019
José Manuel Rodríguez, El Mani, acaba de entonar una de las sevillanas míticas que se cantan por las arenas en estos días de Rocío. Aquélla que remata con un condicional negativo: "Que si no están los amigos..." A este ginense no le ha faltado nunca quien lo acompañe en el camino con la hermandad de su pueblo. Viene con el grupo Los Tristes, nombre que no hace justicia al ambiente que se vive entre estos romeros de cordón verde y amarillo.
Es la sobremesa de un viernes en Palacio de Rey. Meollo de la Raya Real. Espina dorsal del camino. Temperatura perfecta. Corre una ligera brisa que hace apacible el sesteo bajo los pinos. El almuerzo acaba de concluir. Tomates aliñaos y melva canutera de entrantes. Cocido de primer plato y pollo en salsa de segundo. De postre, sandía. Y para acompañar los combinados -que contribuyen a una correcta digestión- un brazo gitano que por sus dimensiones más bien parece una pierna de raza calé.
El Mani canta y se hace el silencio. El aroma de los pinos se confunde con el del humo de los puros que fuman los más veteranos. Queda una hora para volver a echarse a andar. Esta mañana lo hicieron bien temprano. A las 7:30. Desde unos terrenos que esta hermandad adquirió hace años a las afueras de Villamanrique.
La senda que une el último pueblo de Sevilla con la marisma es un Manhattan de arena a hora punta. El caos circulatorio agota la paciencia del más santo. Charrés, carretas, carriolas y todoterrenos se mezclan en un desorden sin avance alguno. La saturación de los caminos de Sevilla tiene en la entrada de la Raya Real su imagen más dantesca. Desde la Venta Mauro resulta complicado avanzar. Como una vía urbana en día de atasco. Las arenas se encuentran este año, falto de lluvias, muy secas, lo que dificulta el transitar de los vehículos. Y hasta de los peregrinos.
El polvo es una constante. Una densa niebla que obliga a cerrar ojos y bocas. Barniz blanquecino que cubre el rostro de los romeros que descansan tras la fatigada travesía. Los camiones acuden constantemente a vaciar las grandes cubas de basura. Los técnicos de Medio Ambiente guardan especial celo en que se proteja este entorno en el que no hay una sola hectárea sin vallar.
Varias peregrinas de Gines ponen sus pies en remojo. Lo hacen en un barreño donde el agua de inmediato pierde su transparencia. Se vuelve barro. Un cartel en la carreta del simpecado anuncia que a las 13:00 se celebrará la misa de los niños. La responsable de este grupo infantil es Ana Pérez. Tiene a su cargo 70 niños, los que acompañan a una de las hermandades sevillanas con más enjundia. La eucaristía da comienzo bajo los pinos. En un remanso de sombra y tranquilidad que sólo altera el eco de los generadores eléctricos.
Quien la oficia es una institución en esta corporación. Se trata de Juan María Cotán. Hizo su primer camino con Gines en 1961. Desde entonces nunca ha faltado. A este cura se le debe el rosario cantado, una iniciativa que en su día levantó cierto recelo en la curia eclesiástica. "No gustaban en aquel momento las guitarras en las iglesias", recuerda este sacerdote de clériman, camisa negra y pantalón campero. Cuatro años después de su estreno, en 1969, aquel rezó lo grabaron Los Amigos de Gines. El disco fue durante varias semanas éxito de ventas en El Corte Inglés.
"La cadencia de Gines es particular. Como aquí se canta 'Lloran los pinos del coto' no lo canta nadie", asevera el cura emérito de un pueblo donde se huye del protagonismo a la hora de entonar las sevillanas. Aquí sobran los gorgoreos y las letras intrascendentes. Sus coplas sólo hablan de la verdad de una fiesta que la desmedida ha adulterado. Las que agitan la conciencia de quien sólo busca el escaparate de la celebración. La jarana.
Los romeros salen de Palacio y buscan el Ajolí. Esta noche dormirán en la aldea. Cerquita de la Virgen a la que tanto han cantado. Dejan por la Raya el eco sonoro de sus plegarias. La alegría compartida bajo los pinos. La siesta en una hamaca. El sabor de un cocido, el abrazo de un amigo y el recuerdo de un sermón. Gines condensa el mejor Rocío. Reconcilia el alma. Y hasta hace olvidar los atascos.
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