Rocío 2022: El Aljarafe, el puerto de montaña para las hermandades de Sevilla
Los caminos de Sevilla
Más de 8.000 peregrinos acompañan a las cuatro hermandades de la capital que se han puesto en camino en este 'supermiércoles' rociero
La Cuesta del Caracol es la primera prueba de fuego para los romeros del viejo arrabal
50 aniversario del cruce de hermandades por Coria con subida de tarifas
Glorieta entre Castilleja de la Cuesta y Tomares. Son las tres y media de la tarde. Tres pasajeros llevan esperando más de media hora a que pase el autobús metropolitano que los deje en la estación de Plaza de Armas. El calor es soportable. No así el hambre. Enfrente, un centro comercial de origen nórdico y referente del mobiliario asequible. A alguno de los presentes le entra la tentación de saciar el estómago con sus famosas albóndigas. Hay quien no espera más y llama a un Uber. Es el final de una mañana protagonizada por las cuatro hermandades rocieras de la capital que se han puesto en camino hacia la aldea almonteña. El supermiércoles rociero que tiene en la subida al Aljarafe su especial puerto de montaña.
Triana, Sevilla, Cerro y Macarena se ponen en camino en una jornada que se inicia con cielos nubosos, algo que se agradece. Más de 8.000 peregrinos las acompañan. La más tempranera es la de San Gil, que abandona la ciudad antes de las once de la mañana, y la del Salvador, que ha adelantado una jornada su salida. Poco después de las 10:00 ya se adentra en Los Remedios. Despide a la ciudad en la Avenida de Blas Infante. La del Cerro lo hace en los aledaños del recinto ferial.
En el antiguo arrabal hay bares atestados de gente antes de que la comitiva romera se ponga en marcha. Desayunos bien surtidos para echarse a andar. Acaba la misa de romeros en la parroquia de San Jacinto. La puerta del templo es un continuo fluir de peregrinos. Al bueno de Javier Márquez, periodista de Radio Sevilla, se le quedan atrapados los botones de su camisa con los flecos del mantón de una peregrina. En el tumulto que precede al simpecado se encuentra Pepe Luis Trujillo, apuntador personal en los menesteres rocieros. No se le pasa por alto donde me encuentro: debajo del ficus que conoce su último Pentecostés. Todo indica que en poco tiempo será talado. "Ya estaba aquí cuando la Virgen del Rocío se coronó en 1919. Hay fotos de ello", me advierte.
Javielito de la Cava anima el ambiente. Empieza a tocar el tamboril y la gaita rociera (así la llaman los ortodoxos del habla rociera, que en esta fiesta también hay expertos de la palabra). El joven, de 26 años, siempre ha ido con Triana, desde niño. Es calentero, porque lo de churrero suena mal y es una atentado de "lesa sevillanía". Exhibe en uno de sus dedos un sello de grandes dimensiones, con piedra de color rojo. San Jacinto tarda tiempo en desalojarse.
La carreta llega ya a Pagés del Corro. Viene con un combinado de flores en color fucsia, la misma tonalidad que luce Mercedes Morón en su vestido. Hay abrazos entre peregrinos que llevan más de dos años sin verse. La caballería está dispuesta. La banda de las Nieves de Olivares interpreta la marcha real. El simpecado sale a un atrio atestado de gente, con bulla y refriega de cuerpos por hacerse un hueco. Comienza el recorrido por las entrañas de un barrio con ansias de fiesta.
Entre los que contemplan la escena bajo el polémico ficus se encuentran Carmen Romero y Lorena Sánchez, que hacen su primer camino. Vienen apadrinados por Belén y Cristóbal. Forman parte de un grupo de 12 peregrinos. Confiesan su "nerviosismo" por una experiencia "inédita". Entre los varones que la integran no falta la típica cubana, indumentaria que alcanza su apogeo máximo en esta fiesta, que la ha devuelto a la primera línea de los armarios sevillanos. Las hay de todo tipo de tejido y colores.
El recorrido, tras tomar por Rodrigo de Triana y alcanzar la parroquia de Santa Ana, llega a Pureza, donde se entona la salve a la Virgen de la Esperanza, vestida de blanco para el aniversario de su coronación canónica. Sigue por un Altozano atestado de público y continúa por Castilla hasta alcanzar la basílica del Cachorro. Es aquí cuando la mañana cambia de piel. Se pasa del café al botellín. Sin tregua. Toca andar por el alquitrán de la carretera que une la capital con la Pañoleta. Se van las nubes y el sol empieza a pegar fuerte. Se busca la sombra bajo el puente de la SE-30. Son las doce de la tarde, pero parece que se lleva ya un día entero andando.
Si algo atesora el Rocío, y en concreto Triana, es el privilegio de albergar la más variopinta tipología de peregrinos. Desde romeras con indumentarias que parecen sacadas de la última edición del Simof (esas espaldas al aire son una invitación a la insolación) a devotas que acuden con el repertorio más cómodo que encontraron en casa. El más amplio surtido de Decathlon. Una jauría de manos se afana en buscar un resquicio libre en la barra de promesa de la carreta del simpecado. Tras superar la Pañoleta, hay que subir.
Empieza la Cuesta del Caracol. Vueltas y vueltas hasta alcanzar Castilleja de la Cuesta. El Alpe d'Huez rociero con una pendiente que presagia dolor de gemelos. El sudor traspira en camisas y frentes. "Esto es vitamina D para el cuerpo", proclama una peregrina de piel nacarada mientras el sol le da de lleno. La bulla delante del simpecado se dispersa. Hay que coger carrerilla para subir este puerto de montaña que conduce al Aljarafe. Se cuelan ya los charrés, que vienen con un amplio surtido gastronómico. Pasada la estación del Carambolo, la aparición de Vicente Flores, hermano mayor de la Paz, supone un oasis para el grupo que me acompaña. Invita a botellines -oro líquido en estos momentos de cansancio- y a comida muy saludable: croissant vegetales. Todo sea por la salud.
Castilleja es una fiesta en este supermiércoles. Los vecinos despliegan en las puertas de sus casas mesas con abundantes viandas. No falta la tortilla de patatas, la carne mechá, un buen aliño y hasta melva. En el Centro de Día, hay mayores que hacen sonar las castañuelas. Es tiempo de Pentecostés, de renacer el espíritu mientras se viva. Nuestros pasos recorren la Calle Real (de azul siempre) y llegan a la Plaza (el colorao por bandera). Allí coincido con Nieves, una vasca de San Sebastián que viene con tortilla de patatas colgada del brazo. La acompaña Fernando Vega, ilipense soleano, de pura cepa. Nieves conoció el Rocío con la Hermandad de Toledo. Pero aquello, según confiesa por lo bajini, "era un poco aburrido", por lo que se pasó a Triana. "Esto es otra cosa", remata.
La hilera de carretas ocupa toda la Calle Real. Una estampa que parece sacada de otro siglo. Toca ahora bajar a la ciudad, despedirse de este torbellino de alegría. El regreso supone una aventura. Hay que recorrer polígonos y parcelas desiertas con el sol en lo alto. Al fin, una parada de autobús, que tarda lo suyo en pasar, debido a los desvíos de tráfico en este día de salidas de carretas. Se escuchan, a lo lejos, cohetes en los pueblos, cuyos rastros se dibujan en el cielo. El hambre y la sed aprietan. Ningún bar cercano. El transporte metropolitano al fin llega. Parece un espejismo. Las albóndigas del Ikea quedarán para otro día. El supermiércoles rociero agota. Mucho.
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