DEL 20 DE SEPTIEMBRE AL 20 DE OCTUBRE
La hermandad Matriz llevará la dimensión taurina del Rocío a Madrid
Romería 2024
Se llama Virginia Quintin y lleva un año viviendo en Coria del Río. Se vino con su marido a residir al pueblo ribereño y este martes de mayo acude al embarcadero para ver el cruce de hermandades rocieras. Lo hace acompañada de dos amigas más. Todas son francesas. De Nimes. Virginia se defiende con el español, aunque hay que hablarle muy pausado para mantener una mínima conversación con ella. Llega a esta orilla del antiguo Betis con el carro de la compra, como tantas otras vecinas que pasan a pocos metros en sus quehaceres diarios.
Virginia no sabe que está a punto de salir la hermandad coriana, que se encuentra de aniversario. 175 años de devoción rociera que le han servido para constituirse en uno de los pilares de la fiesta. El Rocío ya no se entiende sin estos romeros de cordón grana que se multiplican desde bien temprano por el pueblo donde arribaron los samuráis.
Al Guadalquivir no llega eco sonoro alguno de la fiesta que empieza a vivirse en las entrañas del municipio. La razón nos la dan quienes atienden tras las barra en el bar contiguo a la capilla de la hermandad. El Ayuntamiento ha prohibido los cohetes en esta celebración y en cualquier otra que tenga lugar en suelo coriano. "La feria de este año no acabará con los fuegos, sino con un espectáculo visual", refiere un camarero entregado a la faena de servir desayunos por doquier. El empleado hostelero avisa a los clientes: queda poco pan y son las once de una mañana que no conoce el ayuno.
Coria es historia del Rocío por su hermandad -una de las más antiguas- y por las barcazas en las que los rocieros cruzan el Guadalquivir para adentrarse en el Aljarafe. La primera en hacerlo, hace más de medio siglo, fue Dos Hermanas. Virginia espera junto a sus amigas la llegada de la Hermandad de Ronda. Tenía previsto embarcar a las diez de la mañana, pero el reloj a punto está de dar las doce y sólo han llegado cinco carriolas, esos vehículos equipados con todo tipo de instrumental que relegan a la memoria las incomodidades pretéritas del camino.
Las tres galas visten ropa veraniega y sumamente cómoda. Podrían estar en Coria o en uno de esos grupos turísticos que colmatan el centro de la capital. El olor a protector solar delata su temor a que el astro rey enrojezca en exceso sus pieles blanquecinas. Preguntan con insistencia cuánto queda para ver a la caballería sobre las barcazas. Por ahora, sólo lo hace una sucesión de carriolas con tractores, en los que no falta la bandera rojigualda, reminiscencia de aquellas protestas agrarias que abrieron informativos a principios de año.
En esos momentos, la parroquia de la Virgen de la Estrella acoge la misa de romeros de la hermandad coriana. Este año hay novedades. El oficio religioso no se celebra en la plaza que antecede a la capilla. El aniversario justifica el cambio de ubicación. No todas las primaveras se cumplen un siglo y tres cuartos. Va in crescendo (expresión cursi donde las haya) el número de romeras con batas rocieras. El día de la salida es una puesta de largo del ajuar peregrino. Todo luce impoluto.
En El Mellizo, a pie de río, sólo se desayuna café y aguardiente, reconstituyente de quienes se levantaron antes del alba para meterse en faena. Se ha puesto a maniobrar una segunda barcaza. Hay que reforzar. "Viene carga", vocifera uno de los barqueros al ver cómo se alarga la hilera de carriolas en la otra orilla. La Policía Nacional vigila la zona, que se llena de fotógrafos para capturar una de las estampas más peculiares de la celebración.
Virginia es una enamorada de los toros. Nada extraño teniendo en cuenta su ciudad de origen. Sus otras dos acompañantes, también. Ha vivido en Costa Rica. Y sabe algo de catalán después de años de permanencia en Barcelona. "Esto no tiene nada que ver con aquello", afirma en referencia a la tierra de la butifarra y el procés, puesto en entredicho en los recientes comicios. "Yo hablo en andaluz", defiende la francesa con un deje que genera muestras de cariño entre quienes la escuchan.
Vive "en el campo". Su casa ésta a pocos metros de la de Diego Ventura y Morante. Amigos y dos de sus ídolos en el ruedo. "He ido muchas veces a la Maestranza", recuerda Virginia, quien asegura que estará en la novillada del 26 de mayo. También acudió a la despedida de El Juli el pasado 2 de octubre. "Me encantan los toros", insiste.
La gala interrumpe la conversación cuando percibe que, a pocos metros, hay tres compatriotas. Los ha escuchado hablar en su idioma. Tres parisinos que descubrieron el Rocío por medio de los Domecq. La saga jerezana ejerció de anfitriona en las arenas para estos franceses, que peinan canas y cargan con un abultado equipo fotográfico. Amplían sus objetivos mientras la caballería cruza en barcaza.
Casi 30 hermandades repiten la estampa en vísperas de Pentecostés. Una de las más esperadas es la de Granada, que la noche del lunes llenó de ambiente el centro de Coria en el acto de hermanamiento con la filial sevillana. La antesala a un día festivo que gana en ambiente cuando al mediodía el cajón que porta el añejo simpecado visita los distintos templos del pueblo de los albures. Un pescado del río, el mismo por donde ahora desembarca Ronda con sus romeras bailando a bordo. Es la foto esperada y captada por los franceses. Los de la ciudad malagueña ponen toda la fuerza del mundo para que la carreta del simpecado salve el desnivel entre la orilla y el suelo firme. Le echan reaños. El público aplaude la proeza.
La comitiva coriana discurre por las entrañas de un pueblo en día de asueto. Familias enteras acuden a ver este desfile de la alegría. Abuelas sentadas en su andador, con mantoncillo y flor en el pelo. Niños que dan sus primeros pasos vestidos de corto. Y las tres francesas que descubren la romería con cara de asombro. Nadie falta a la cita sin cohete que la anuncie. Aquí no hay más pólvora que la que arde: Coria se va al Rocío. El estruendo de la historia.
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