A la búsqueda de un modelo de ciudad

Política

La campaña que comienza apelará a las emociones, pero debe revelar soluciones al turismo desmesurado y al transporte. El PSOE y el PP deben enseñar sus proyectos específicos para el futuro de la urbe más allá de sus intrigas naciones

Vista aérea de Sevilla
Vista aérea de Sevilla

Sevilla/CADA vez que Sevilla afronta unas elecciones locales se mira en su propio espejo y encara el debate fundamental sobre si quiere apostar por un modelo definido de ciudad, que garantice un futuro próspero como urbe en el contexto de un mundo globalizado, o si prefiere ligar su suerte a hitos, acontecimientos aislados y, en definitiva, a soluciones improvisadas que pueden ser rentables pero que siempre van a dar resultados inmediatos.

La ciudad nunca debe abonarse a las políticas proyectadas a salto de mata, por atractivas que sean en algún caso. Está demostrado que Sevilla tiene capacidad para organizar en tiempo récord una final de la Davis o una cumbre mundial del Turismo. Sabemos asumir a la perfección los grandes retos a corto plazo, pero hace tiempo, quizás demasiado, que la urbe debe demostrar que es capaz de planificar medidas a plazo largo que hagan posible la prosperidad sin perder el sello identitario, que permitan la construcción de un rascacielos al mismo tiempo que se fomenta el mantenimiento de la cafetería de la Campana, las artesanías del esparto o los espacios con sombra. Que permitan avanzar a Sevilla en el ránking del PIB por habitante, donde ocupamos el puesto número 38 de las 51 provincias.

Isla de la Cartuja
Isla de la Cartuja

Málaga es la segunda provincia andaluza en el escalafón, situada en el puesto 45. Que permitan que la ciudad no dependa de un turismo estacionalizado y que el sector industrial (Airbus, Iturri, Persán, Astilleros...) crezca a mayor velocidad.

Empieza hoy una campaña electoral que estará cargada de esloganes, movimientos en las redes sociales, fórmulas de márquetin político, algunos debates, guiños a sectores concretos de electores y otras formas de proceder propias de la política de hoy, marcada por el pensamiento ligero y las llamadas continuas a la emoción. Pero en el fondo sabemos que las ciudades no viven de la emoción a la que apelan los políticos, sino de soluciones basadas en criterios acertados. La política de hoy es tan cortoplacista que abandona en un plisplás cualquier estrategia que se haya demostrado inútil. Hemos visto hace muy pocos días cómo Pablo Casado, el líder del PP, se acostó con 3,5 millones de votos menos tras una errática derechización en los planteamientos y cómo se despertó anunciando un eslogan que claramente apuntaba a la centralidad de cara a estas municipales.

La política está cautiva de la inmediatez, no ya de los titulares de prensa. Se deja llevar por el más mínimo movimiento contestatario de las redes sociales. Se echan en falta temple y serenidad. Y eso en clave municipal pasa por retornar al concepto de modelo de ciudad, que fue denostado a conciencia por el alcalde con mayor apoyo electoral en la historia de la democracia, Juan Ignacio Zoido, que gobernó de 2011 a 2015.

Si la clase dirigente no apuesta por un modelo concreto a medio o largo plazo, la ciudad irá a la deriva creando uno propio sin que nadie tome las riendas ante las nuevas realidades, con un turismo creciente, desmesurado y que muchas veces chabacaniza los lugares más representativos, un turismo que multiplica los hoteles y los apartamentos turísticos y que genera una hostelería de quita y pon que poco tiene que ver con la que dio fama a la ciudad, o con un comercio tradicional que dificilmente resiste la irrupción de las franquicias de las multinacionales, lo que repercute en la despersonalización de los negocios. El caso más flagrante a este respecto ocurrió cuando el gobierno reconoció que abrió la mano con los veladores y se produjo un auténtico tsunami. No había un modelo sobre el uso de los espacios públicos. Se dejó hacer con la coartada de la crisis económica, para dar facilidades a unos cuantos empresarios, pero se creó un problema de grandes dimensiones.

Colas de turistas para acceder a los Alcázares
Colas de turistas para acceder a los Alcázares

La apuesta por los hoteles de cinco estrellas no puede ser discutida por nadie, porque ayuda a atraer a un viajero de alto poder adquisitivo, pero al mismo tiempo se está colando en Sevilla un turismo de despedida de solteros, zarrapastroso y de chanclas que genera una imagen de la ciudad muy poco recomendable, sobre todo porque un número de chirigota y chufla en la Plaza del Salvador (con el templo barroco y Martínez Montañés de fondo), se hace viral en escasos minutos por medios de los vídeos difundidos por las redes sociales. A este respecto solo cabe luchar con legislación. Y, una vez más, todo pasa por tener claro un modelo, una senda y unas medidas.

El modelo del futuro debe apostar por ese turismo de alto nivel, por un turismo cuanto más desestacionalizado mejor (no limitado a las grandes fechas, sino activo todo el año) y por controlar el de bajo coste. El nuevo gobierno debe regular los apartamentos, decidir si se mantiene el crecimiento que parece irrefrenable, o si se toman medidas como la de obligar a que los bloques completos sean dedicados a apartamentos para evitar así conflictos entre los vecinos permanentes y los inquilinos pasajeros.

Sevilla es mucho más que el centro. Pero el centro es el gran foco de la ciudad. La campaña electoral debe abordar qué tipo de casco antiguo se desea para el futuro. La imagen de la ciudad al exterior se basa fundamentalmente en sus atractivos histórico-artísticos. Si los promotores y constructores no ven unas reglas claras que conduzcan a un modelo que conserve el sello de la ciudad, buscarán siempre las soluciones exprés, que son las que menos respetan el legado que hemos recibido, como son los casos del caserío del XVII y XVIII y el regionalismo. Siempre es más fácil derribar y construir de nuevo que tener que mantener y respetar. Son innumerables los casos de edificios históricos de los que sólo se conserva la fachada, o que se tiran al completo, se paga la multa y punto. En cuestión de patrimonio histórico es difícil la reversibilidad.

Esta campaña servirá para conocer si los políticos han preparado un modelo claro, proyectado para un número razonable de años y con la intención de definir de qué quiere vivir la ciudad del futuro, dónde quiere que se encuentren sus principales fuentes de ingreso, cómo pretende recuperar población después de que hayamos bajado de los 700.000 habitantes, cómo debe Sevilla reclamar la capitalidad efectiva de Andalucía, cuál debe ser la relación con los municipios del área metropolitana y con las provincias hermanas.

Aeropuerto de Sevilla
Aeropuerto de Sevilla

El nuevo gobierno de la ciudad debe definir en materia de transporte si apuesta de una vez por la conexión ferroviaria entre el aeropuerto y Santa Justa, si quiere que el aeródromo sea una suerte de complemento del de Málaga o potenciar un crecimiento propio que haga de Sevilla ese primer apeadero entre América y Europa del que hablan en ocasiones los políticos; si apuesta de una vez por el dragado o mantiene un Puerto limitado en sus opciones de crecimiento, si el Metro está en realidad agotado en la Línea 1, si el tranvía está finito, si se suman más apuestas por transportes (caso del fluvial, más microbuses, trolebuses, etcétera).

Pérdida de habitantes

La recuperación de población, por cierto, no es un asunto menor. Una ciudad con menos habitantes, amén de perder concejales (Sevilla pasó de 33 a 31), pierde recursos y demuestra que también ha perdido atractivo. Sevilla era una ciudad que captaba población en los años 50 y 60 por su oferta de trabajo basada en Hytasa, Astilleros, Hispano Aviación, etcétera. El padrón municipal quedó fijado en 697.000 vecinos en 2014, lo que dejó a la ciudad por debajo del registro de 1996. Desde entonces no se ha recuperado. La ciudad sigue bajando en habitantes en favor de los grandes núcleos del área metropolitana, ora por el precio de la vivienda, ora porque la presión fiscal es menor en muchos pueblos.

¿Y la Cartuja?

Quizás ese modelo que necesita la ciudad debería contemplar una aproximación del distrito de la Cartuja a los sevillanos. La isla sigue siendo una gran desconocida para la inmensa mayoría de los vecinos, un lugar que es visto en el mejor de los casos como el espacio donde varias generaciones recuerdan que se celebró la Expo, pero que no tiene actividad por las noches, salvo algún concierto. Los suelos de la Cartuja están prácticamente agotados, es una zona muy aprovechada tras 25 años, pero poco valorada por los vecinos de la ciudad. Lo que no se valora no se quiere. Ocurre con el patrimonio, como ocurre con zonas emergentes o recién consolidadas.

Pareciera que en el imaginario colectivo continúa ese divorcio entre la isla y el resto de la urbe del que se hablaba en los años previos a la Expo. Los sevillanos no sienten orgullo por la Cartuja pese a la transformación positiva que ha experimentado. Quizás sea porque nadie vive en la Cartuja, porque sea una zona carente de calidez, fría y a la que se acude sólo a trabajar. Intentos hubo de convertir la Cartuja en distrito único de la ciudad, cuando lo más rentable tal vez fuera convertirla en el gran escaparate de la Sevilla que es capaz de innovar al mismo tiempo que mantiene la identidad que la hace distinta. Si Sevilla es una ciudad única o no debe ser ya cosa de los poetas y de viajeros observadores, urbanistas y otros entendidos.

El mal ejemplo de Tablada

Un modelo de ciudad está claramente ligado al PGOU. No pocos consideran que el todavía vigente, aprobado en los años de Monteseirín como alcalde, ha funcionado como una gran caja registradora por medio de los convenios urbanísticos firmados entre la Gerencia y los empresarios. Ha sufrido un sinfín de modificaciones que para muchos suponen la prueba de que no estaba bien diseñado. Otros consideran que, muy al contrario, el PGOU dio soluciones a grandes viales y permitió la revitalización del Norte del Casco Antiguo: de las Setas a la Alameda. Ahí están, por cierto, los suelos de Tablada, como icono de la ineficacia en la gestión durante varios años de diferentes corporaciones. En Tablada no se ha hecho nada: ni viviendas ni parque periurbano. A esta ciudad pareciera costarle un mundo resolver grandes asuntos. Ocurrió con la Plaza de la Encarnación, más de 50 años pendiente de una solución. Tablada suma décadas hecho un páramo desde que se fue el último avión. Y Altadis, otro ejemplo, comienza a acumular lustros.

Sevilla se enfrenta por enésima vez al reto de convertirse en una ciudad verde, preparada para los meses de fuerte calor, o seguir parcheando mediante la rehabilitación de plazas diseñadas de acuerdo con el urbanismo duro sufrido en los años ochenta y noventa. Este reto pasa una vez más por políticas urbanísticas que obliguen al diseño de espacios urbanos donde primen la sombra, los árboles, las fuentes de agua y otras medidas tendentes a rebajar la temperatura varios grados.

Quizás el modelo a largo plazo que necesita la ciudad no pueda incluir medidas para rebajar la indolencia, la afición a la comodidad o el escapismo continuo que practican muchos sevillanos, pero dejar una urbe a la deriva es asumir el riesgo de que el modelo venga impuesto desde fuera. Y que la imagen de Sevilla quede en manos de operadores turísticos y de representantes de multinacionales. La campaña que hoy comienza es una buena oportunidad para evaluar si algún candidato tiene un modelo más allá de alusiones a una rica historia, al alma y a las fiestas mayores de esta ciudad. Si algún candidato tiene la mentalidad de los romanos, que construían para mil años, y no la que tuvimos para la última gran Exposición, que nos aportó infraestructuras que se quedaron cortas en sólo cinco.

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