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Sevilla/EN el baile mareante de cifras sobre supuestas inversiones para el futuro, promesas de aparcamientos, nuevas peatonalizaciones y réplicas y contrarréplicas, la campaña electoral se topa, quién lo iba a decir, con la Iglesia. Nada menos que con el Papa Francisco. Juan Espadas quiere más. Todos queremos más, que decía la canción. No nos basta Obama, ni las cumbres de turismo y cine, ni los premios Goya, ni los hoteles de cinco estrellas. Queremos más, aspiramos al máximo, a la gloria vaticana, a ver de nuevo a esa figura de la sotana blanca descendiendo por la escalerilla del avión en el aeródromo de San Pablo, que en Sevilla no hay más forma de ver una sotana blanca que yendo al museo de la Macarena donde está la de Pablo VI en una vitrina. El alcalde aprieta, se ve seguro y apuesta por pescar votos en el caladero de la Sevilla conservadora. Y nos anuncia la gran noticia: Annuntio vobis gaudium magnum.
Está convencido de que la Sevilla de los empresarios, de las hermandades, la de misa de una, la que muchos identifican don desdén como usuaria de la pila de agua bendita, le apoyará frente a un PP que se ha llevado medio mandato entretenido en peleas internas. Los gurús le han dicho que el camino correcto es arañar por la derecha. Y a él se le ve convencido, más seguro de sí mismo que nunca. Se percibe que está a gusto con esa Sevilla, donde mantiene el equilibrio que su antecesor no supo. O no pudo. Espadas confesó en el foro de Radio Sevilla (Cadena Ser) una aspiración que es la confirmación de su estrategia: traer a Bergoglio. El único pontífice que ha visitado la capital de Andalucía ha sido Juan Pablo II, que lo hizo en dos ocasiones: en 1982, con ocasión de la canonización de Sor Ángela de la Cruz, y en 1993, con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico.
El actual Papa no ha mostrado especial predilección por España en los años que lleva de pontificado. Acaso estaría previsto una visita a Loyola, pero en 2021 con motivo del año santo jubilar. Tal vez el alcalde ha consultado a la Embajada o lo ha hecho través del cardenal Amigo y le han hecho albergar la esperanza de que el obispo de Roma duerma de nuevo en el Palacio Arzobispal de la Plaza de la Virgen de los Reyes, donde se conserva la cama donde pernoctó el Papa polaco.
Espadas estuvo en una celebración vaticana en octubre de 2015, poco después de estrenarse en el cargo. Fue con ocasión de la canonización de Madre María de la Purísima, superiora de las Hermanas de la Cruz.
Ha viajado a Roma no hace mucho con un acompañante que ha hecho de guía inmejorable: el profesor universitario y cofrade Carlos López Bravo. El alcalde siempre se ha confesado católico practicante, cultiva una gran relación con el cardenal Amigo y con el arzobispo Asenjo, tiene en Enrique Belloso a un amigo con grandes contactos en la curia local, y siente predilección por la hermandad de la Redención.
Distinto es si el votante puro y duro del PSOE aprueba una apuesta tan descarada por el voto de centro-derecha, si estos guiños continuos a la denominadas Sevilla-Eterna, sumados a que ahora no se percibe el peligro de Vox, pueden acabar por desmovilizar al electorado de las agrupaciones socialistas, las de los barrios, la de las grandes masas de población. En la tarde de ayer se pudieron apreciar algunas muestras de rechazo en las redes sociales.
¿La Sevilla de derechas encantada con Espadas acudirá a meter la papeleta del puño y la rosa en las urnas? ¿Es suficiente la simpatía y el reconocimiento que puede generar el trabajo de un delegado como Juan Carlos Cabrera para que cierto electorado coja la papeleta del PSOE? Está cada día más claro que el socialista Juan Espadas quiere hurgar en clave local en la herida del PP de Pablo Casado, una suerte de ahora o nunca, no sólo de afianzarse en la Alcaldía, sino de convertirse en el nuevo icono andaluz, ambición que nunca ha rechazado y que se fue al traste cuando Susana Díaz perdió las primarias con estrépito.
Ayer hasta se mostró reivindicativo con el presidente Moreno Bonilla, combatiendo así uno de sus puntos débiles: la falta de colmillito contra el nuevo Gobierno andaluz, con el de antes y con el ejecutivo de ahora, con el que, por cierto, se entiende bastante bien en privado. Pero el tam-tam electoral suena ya con la mayor fuerza, la Feria se acabó y este Espadas aspira de alguna forma a convertirse en la versión andaluza de Paco Vázquez, el alcalde de la Coruña que llegó a embajador de España cerca de la Santa Sede y la Soberana Orden de Malta. Roma ya se la conoce estupendamente.
Al margen de la aspiración a la gloria vaticana, Espadas rescató asuntos más terrenales, como el proyecto de ampliación del Metrocentro por Laraña, la peatonalizada Plaza Ponce de León y la Puerta Osario. Pegó un tirón de orejas al PP:“Se oponen radicalmente a todas las peatonalizaciones, cuando deberían haber aprendido porque después cuando gobernó no las echó atrás”. “No ha apoyado la de Mateos Gago ni la de la calle Betis, ni siquiera una de cincuenta metros en Los Remedios, junto al mercado”. Y el alcalde pareció pedir misericordia cuando se justificó por haber gestionado “lo humanamente posible con once concejales”.
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