Urinario, agua y mordisco al bocadillo en la Catedral
El Fiscal
Mejor respetar a los nazarenos y darles formación que prohibir los accesos a los urinarios o someterlos a un control excesivo
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A uno le encantan esas reglas que dictan que la hermandad no enviará representación a ningún acto que por su duración y características impidan guardar la debida compostura que es marca de la casa. No se puede decir más en menos. ¿Dónde están los límites cuando se trata de una procesión? Pues mire usted, que diría Felipe González, la cosa no debe pasar de las tres horas si es a cara descubierta y de las cinco si es con antifaz. Sobrepasar ciertos límites en el caso de un nazareno es correr el riesgo de tener que ir al servicio, rascarse, bostezar, perder la verticalidad debida, desparramar la vista hacia el público, girar la cabeza de tal forma que el capirote quede al modo del Mago Merlín, etcétera. Uno no tiene nada en contra de esas estampas populares de nazarenos de la Madrugada, café, pitillo y antifaz sobre el hombro, en los bares del Mercado de la Encarnación o del Arenal. ¡Son auténticas si cabe! Pero se plantea ahora una vieja cuestión: la Catedral no puede ser el punto donde muchos cortejos se desintegran de forma que hiere los sentidos. ¡Cáspita, se nota la mano del dean o del todopoderoso delegado Román, personaje del año en Sevilla!
También uno recuerda que de las experiencias más desagradables como nazareno fue entrar en la Catedral por la Puerta de San Miguel y salir.... por la del Lagarto. Bromas, las precisas, señores del Cabildo. Pero no por el simpatiquísimo reptil al que tenemos de excedencia en esta página, sino porque tuve que salir de la Catedral vestido de nazafreno por los tornos de los turistas. ¡Y mire que hemos entrado y salido de la Catedral y de Palacio Arzobispal en las circunstancias y por las puertas mas variopintas! Ningun nazareno de Sevilla debe ser sometido a este trato en el templo metropolitano. Se exige decoro a las cofradías con toda razón en el punto más importante de la estación de penitencia. Pero también hay que demandar un trato correcto. El nazareno ya está suficientemente desconsiderado en la Semana Santa que nos ha tocado vivir como para obligarle a salir por una puerta secundaria e incorporarse al cortejo cuando la cofradía se va por la calle Placentines. Dicho de forma sencilla: "Oiga, no".
Hay cofradías conocidas por todos que en su día decidieron mantener los servicios cerrados en la Catedral y permitir que sus nazarenos se salieran del cortejo a lo largo del recorrido, por nunca en el templo metropolitano, no sin sugerir el mayor decoro posible. Criterio se llama. El caso es que son cofradías con itinerarios de entre ocho y diez horas de duración ya me dirán ustedes qué se hace con los cuerpos... humanos. Una cofradía ejemplar como el Cerro gestionó con gran acierto una suerte de parada en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Otras hacen uso de las casas de hermandad por las que pasan. Recordamos ahora los útiles y decorosas que resultan las de la Redención en la calle Santiago, la Candelaria en la Plaza Ramón Ybarra, los Estudiantes en la calle San Fernando, o la del Baratillo en Adriano, por poner solo algunos ejemplos. Nada más discreto y apropiado que un nazareno que se sale y accede a los servicios de la casa de hermandad de otras cofradías o de reconocidos sevillanos de puertas abiertas cuando más se les necesita. Porque hay casas de cofrades que esos días están dispuestos a atender a un nazareno necesitado, no digamos ya a los de menor edad, como el domicilio de don Jesús Creagh Álarez de Toledo en la calle Dormitorio que ha dado de beber al sediento; o la casa de Andrés Olmedo y María José Mena en Gamazo para atender a monaguillos y nazarenos de Los Estudiantes, o la de los Ybarra en Miguel Mañara. O cualquiera de tantos sevillanos de buena voluntad que en cuaresma comunican a las cofradías que sus casas están dispuestas para atender a nazarenos, capataces, costaleros y acólitos ante cualquier circunstancia sobrevenida. Y, cómo no, para recoger cirios rotos o varas de nazarenos indispuestos.
Cada cofradía tiene su guía de puntos de socorro. O debe tenerla. Cerrar los servicios de la Catedral no se lo pueden permitir muchas cofradías. El día que aceptamos la incorporación a la nómina de la Semana Santa de hermandades que vienen más allá del Prado de San Sebastián, también lo hicimos con la necesidad de que la Catedral fuera un lugar donde tener unos minutos de recuperación. No estamos en la Sevilla del siglo XIX. Distinto es que cuando se abandona la fila, se acuda al urinario y se retorne al tramo con la debida compostura para que no se olvide que se está en el interior del templo metropolitano: sin descubrirse, sin síntomas evitables de relajación, sin hablar con nadie y con la vista al frente. ¡He ahí la cuestión! Casi se podría de decir que un nazareno puede hacer muchas cosas siempre que guarde las formas exigibles. Cuando se va revestido de nazareno no se va disfrazado. Por eso no puede uno hacer el indio, lo que incluye a diputados que se exceden en los aspavientos, los palermazos (¡un saludo a Antonio Garrido!), las indicaciones histriópnicas como un guardia urbano en tiempos de Franco y las carreras propias del cofrade que se quiere hacer notar. Todo es más sencillo, todo debe ser más natural. El asunto de las desbandadas en la Catedral nos recuerda de nuevo a lo de siempre: la falta de educación, la escasez de formación, la necesidad de enseñar la razón por la que se sale de nazareno, el sentido de la estación de penitencia... Podemos poner vallas, carriles y guardias. Podemos prohibir el acceso a los urinarios y poner un contador de tiempo, pero será siempre mejor enseñar y formar. Y solo un detalle a recordar al Cabildo y a las hermandades. Se entra por la Puerta de San Miguel y se sale por la de los Palos. Los tornos son para los turistas a los que se permite el calzón corto y las axilas peludas al viento, que para eso pagan. Y todos callan ante el poderoso caballero. Un respeto a un nazareno. Y que el nazareno se haga siempre respetar.
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