Las sillitas y la mala educación lastran una Semana Santa plena
Las cofradías son las que más brillan en una celebración en la que los nazarenos no molestan, pero sí parte del público que no está a la altura de la belleza de la fiesta
El lujo de la nostalgia tras una Semana Santa plena
Sevilla/Lo mejor sin duda han sido las cofradías, el buen tiempo y la ausencia de incidentes en la Madrugada. Lo peor, la actitud de parte del público que pone en jaque la movilidad. Y lo hace con un punto más de vehemencia, marca de los tiempos de la pos-pandemia.
Una Semana Santa plena permite un análisis certero sobre el estado de una fiesta que nunca deja de evolucionar. La que hoy acaba es víctima de una perspectiva consumista, de una crisis de valores, del turismo exagerado que sufrimos todo el año y del culto al confort que caracteriza a la sociedad actual. Por supuesto que sigue siendo una fiesta religiosa con innumerables oportunidades para dar cabida al sentimiento, la fe, la memoria y, por supuesto, la belleza. Todo se combina en esta semana que arrancó con 390.000 personas por las calles del centro en la tarde del Domingo de Ramos, según los medidores oficiales.
Vivir la semana en la calle, como muchos aprendimos en los años 80 y 90, es hoy mucho más difícil que antes. La Semana Santa posterior al coronavirus es todavía más estática, con un público muy pasivo y, lo que es peor, bastante crispado a la mínima que se pide paso por mucho que se empleen las mejores formas. Ese punto de brusquedad añadida es cada año más evidente, propio de una sociedad con una consolidada cultura de derechos que considera una cesión o debilidad cualquier muestra de cortesía, cuando en realidad sería la prueba de una buena y deseable convivencia.
La Semana Santa pone a prueba la buena educación. Sufrimos una semana cada vez más de mochila y menos de traje, más de zapatilla deportiva que de calzado oscuro, más de búsqueda del efecto del sofá callejero que de patearse las calles como forma de conocer la ciudad.
Sufrimos también una Semana Santa con mucha menos movilidad por culpa del uso indiscriminado de sillas plegables, el segundo mal de la Semana Santa contemporánea tras las cinco Madrugadas truncadas en dos décadas. El gran reto del futuro es garantizar de nuevo la movilidad. Es cierto que no ha habido problemas de falta de seguridad, lo cual es ya todo un logro. Las referidas sillas plegables se suman ya a los asientos de playa en muchos casos, a un público rumiante de frutos secos y a las actitudes ayunas de decoro para presenciar cofradías…
¿Quién será el primer alcalde que sancione el uso de estos asientos, quién establecerá un plan contra el principal problema de la Semana Santa de este tiempo, quién promoverá una ordenanza específica y útil para esta fiesta como la tiene la Feria? Se deben evitar juicios demagógicos en defensa de las sillitas como derecho del pueblo y atacar a los críticos por supuesto clasismo. El clasismo (que rima con egoísmo) en todo caso sería el de quien instala la silla en la vía pública y se cree con derecho a cerrar el paso a los demás.
Ciudad desvestida
La ciudad, en general, aparece cada vez más desvestida en esta fiesta en la que antes se acicalaban las personas y no sólo los balcones. Ha sido mejor, por cierto, no mirar estos días a ciertas terrazas de hoteles y apartamentos turísticos o podría darnos la impresión de estar en la playa de Cuesta Maneli. Tal vez el Ayuntamiento y el Consejo podrían repartir entre los turistas y viajeros alguna guía práctica y breve sobre como desenvolverse en Semana Santa.
Cada vez se aprecian menos trajes oscuros el Jueves y el Viernes Santo. Parece que solo las cofradías salvaguardan celosamente sus particulares conceptos estéticos. Entre el público prima cierta idea de comodidad que no se sabe, o no se quiere, con ciertas formas para contribuir al realce de estos días. El público de la Semana Santa ha aumentado tanto como ha empeorado su calidad. Una prueba de ello es que muchos bares cierran los días de Semana Santa para no aguantar la ‘paliza’ que supone el servicio durante jornadas interminables.
Demasiados políticos
También hemos presenciado una sobre-representación institucional en los cortejos. Se han visto a demasiados consejeros de la Junta, concejales del Ayuntamiento y delegados territoriales en puestos principales sin que hubiera ningún motivo, más allá de la proximidad de las elecciones municipales. Nadie discute la presencia de autoridades en la Hiniesta, el Cristo de Burgos o el Santo Entierro, pero se han forzado las representaciones en muchas otras cofradías y no siempre con el atuendo debido.
Otro reto de la Semana Santa está en mejorar la formación del público, no en la reducción del número de nazarenos. Y esta circunstancia alude directamente a los valores, a la educación de la sociedad de cada momento en la que se celebra cada Semana Santa. En la posguerra el problema era la adquisición de nuevos enseres o cómo asumir el gasto en flores y cera, como hoy los problemas son otros bien distintos que tratamos analizar.
La remodelación de los horarios, tan polémica en los meses previos, podrá necesitar mejoras, pero no ha sido ni mucho menos el fracaso que algunos esperaban. ¡Las cofradías han andado! ¡Hay pasos que ya no sufren tanta parsimonia cuando suenan determinadas marchas! Se ha producido el milagro. ¡Sí se puede! El esfuerzo de cofradías como la Macarena, con nazarenos de cuatro en cuatro por la carrera oficial, es un ejemplo de esfuerzo especial.
El Consejo tendrá que seguir profundizado. La institución se ha hecho respetar este 2023. Y todas las cofradías saben que pueden verse afectadas o beneficiadas por futuras decisiones. Hay aspectos que han funcionado muy bien. El Consejo se puede dar por satisfecho, aunque por supuesto haya habido enojos públicos, como el mostrado por la Sagrada Cena en tiempo real por la vía de las redes sociales, o algunas cofradías que querrán retornar a sus antiguas posiciones y horarios.
La reducción de casi más de mil sillas en Sierpes ha sido imperceptible en el primer tramo, el más próximo a la plaza de la Campana, y sí se ha notado en el segundo, el más cercano a la plaza de San Francisco. Los controles de acceso a la carrera oficial han funcionado generalmente bien. Se echan en falta quizás vigilantes de las parcelas durante la tarde.
La gran ventaja de una Semana Santa plena es que genera afición, digámoslo así. El problema, insistimos, es cierto concepto de calidad cuando se trata del público. No se trata de participar por participar (visión preferida por cierta corriente laicista), sino del cómo, el por qué y el para qué. Por analogía defendemos que no hay problema en que haya muchos miles de nazarenos más. El problema estaría acaso en que los nazarenos no sepan la razón por la que se revisten como tales. Si la Semana Santa ha llegado a nuestros días, ha superado regímenes, guerras y hasta dos suspensiones consecutivas es precisamente por la base de autenticidad que atesora.
Comercios
Muchos comercios y negocios deberían cuidar sus fachadas. Demasiadas luces estridentes, rótulos y banderolas se han visto en las horas y horas de retransmisión televisiva y, por supuesto, en plena calle. Hay un ejemplo de saber hacer las cosas, como el Bar Duque, siempre en a tiro de cámara de la Campana. Volvió a colocar el rótulo especial de Semana Santa sobre fondo de damasco. Se pueden hacer las cosas bien cuando se quiere ayudar a embellecer la Semana Santa.
Los servicios municipales han funcionado de forma más que correcta. El esfuerzo de agentes y cuerpos de seguridad ha sido encomiable y a la vista de todo el público.
El apartado musical nos ha dejado verdaderos espantos. Los dos años sin Semana Santa han sacado a la luz las partituras de demasiadas nuevas marchas y de otras antiguas que estaban en el fondo del cajón. Y ahora se entiende la razón por la que se fueron a ese fondo. El arzobispo se ha volcado con las cofradías. Ha derrochado entusiasmo. Nadie recuerda un prelado que haya vivido la Madrugada completa en el palquillo y después se haya ido a visitar a todas las cofradías del Viernes Santo.
El Santo Entierro Magno fue un éxito, como cabía esperar desde el punto de vista logístico. La ciudad tiene los mejores ingenieros de la hipérbole. El motivo oficial del acontecimiento (los 775 años de la recuperación del culto católico) era lo de menos. Se trataba de recuperar algo de las dos Semanas Santas suspendidas por la pandemia. Era sencillamente eso. Al igual que el último año que se celebró, fue una gran procesión sólo para abonados. Los amantes de lo histórico tuvieron numerosos detalles para su particular deleite. Y una vez más se demostró que la televisión no resta público. La mayoría prefirió vivirlo in situ.
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