El encanto perdido
Semana Santa
Los dos retos de la Semana Santa actual son volver a durar una semana y el blindaje de la seguridad
La Semana Santa es una. Y hay que educar a saber esperarla. En la Semana Santa actual se ha sustituido el gozo de las vísperas, vivida en las charlas improvisadas de tertulias en los comercios o en los preparativos domésticos, por la angustia anticipativa, síndrome que se trata en los despachos de los psiquiatras. La excepcionalidad, lo extraordinario, eso que se daba en llamar histórico, no existe ya. No tiene lugar hoy. Está muerto.
De tanto sacar pasos nos toman a risa, nos tratan con una frivolidad no pocas veces justificada. De tanto repetir los mismos esquemas parecemos fotocopiadoras estropeadas a las que el tóner de la imaginación se les va gastando y escupen folios de tinta desparramada.
Estamos confeccionando una Semana Santa para las redes sociales, consumista de vivencias, pasto de cultivo del neo-frikismo o del frikismo en versión 3.0, heredero de los años en que los costaleros tenían la supremacía exclusiva. Muchos no se identifican ya con tantas salidas extraordinarias, aunque sean de los pasos de palio más bellos con las Dolorosas de mejor hechura. Prefieren seguir esperando la Semana Santa que se celebra… en Semana Santa.
La Semana Santa auténtica se vive cuando la Amargura retorna por una calle Cuna vacía y un celador susurra algo al oído de un sufrido penitente. Tal vez un mensaje de ánimo, quizás una muestra de interés por el estado de salud, o cualquier confidencia que siempre quedará en el misterio de esos instantes en que la cornetería del Señor Despreciado se evade ya por los cielos de la Plaza de la Encarnación.
Muchos están hartos de pregones, salutaciones, carteles y otras gaitas que estarán concebidas con la mejor voluntad, con el mayor cariño, pero que echan otra paletada de tierra en la sepultura de la excepcionalidad.
Tal vez haya una mayoría silenciosa en el mundo de las cofradías que por puro respeto no se expresa en estos términos. Urge que miembros de esa mayoría vayan accediendo a cargos de responsabilidad para que se ponga freno a tanto exceso.
Los dos retos que tiene la Semana Santa actual son volver a durar una semana y el blindaje de su seguridad. No podemos estar todo el día con las trompetas y el tambor por la calle. El testimonio público de fe no puede quedar devaluado, las coronaciones no se pueden multiplicar como hongos porque se corre el riesgo de ser vistas como la coartada para el enésimo tachiro.
El menú de la actual Semana Santa incluye el postre especial diario, cuando sólo debía ser para los domingos. Por eso sufrimos un sobrepeso preocupante, por eso estamos al borde de una Semana Santa mórbida que tiene perdida la capacidad de sorprender, de hacer algo extraordinario. Esta Semana Santa está sobrada de grasa. Seamos francos (y sigamos por Placentines).
Sólo el traslado de Santa Ángela a la Catedral, el besamanos de la Macarena en la Parroquia del Sagrario y los traslados del Gran Poder por el Año de la Misericordia han sido acontecimientos que han generado un verdadero movimiento de masas en los últimos quince años.
Urge una gran reflexión, porque más pronto que tarde nos vamos a topar con un muro. Y aquí parece que nadie tiene la generosidad de adoptar una perspectiva global de la cuestión, más allá de lograr sus particulares días de gloria efímera.
Prefiero pensar que la Semana Santa dura una semana. Que las torrijas se comen en cuaresma. Que pregón sólo hay uno. Y que la belleza y la autenticidad están en esos ritos particulares que componen el mejor cartel anunciador. El encanto perdido de la espera.
La importancia de las redes
Decía el cardenal Amigo que las cofradías inventaron las redes sociales hace muchos años, con sus tertulias, sus conciliábulos y sus dimes y diretes. Es cierto. Las hermandades fueron vanguardia en esta materia, como fueron democráticas y mantuvieron las urnas en los períodos de la historia en que, precisamente, no se utilizaban. Ahora quiere usted saber por dónde va una procesión extraordinaria, o por qué calle discurre una advocación de gloria, y lo consulta en las redes sociales. Y en ellas, cofrades como José María Carmona (en la imagen, captando a su Virgen de la Victoria), le informan de todo con puntualidad. Son los denominados community manager. Tienen su papeleta de sitio. Y hacen su estación o prestan su colaboración de esta fructífera manera.
Una simple curiosidad
El Cabildo Catedral repartió determinadas credenciales para la asistencia a la ceremonia de coronación canónico de la Virgen de la Victoria. Hasta ahí todo normal. Ocurrió que alguien, al escribir el nombre de la hermandad, anotó La Cigarrera. Pruebas hay de ello. Si el nombre en plural nos resulta hermoso (Las Cigarreras), en singular lo es mucho más. Si fue un error o descuido, ¡bendito error!
Oído
"No hay que fiarse de ningún hermano mayor cuando hablan sobre el sentido de su voto en las elecciones del Consejo. Los hay que prometen su voto a todos los candidatos. La ojana mayor es la que del dice que votará lo que le diga su cabildo de oficiales. En esos casos me entra la risa. Pero el mejor fue el que me dijo a mi, sí a mi, que en su día votó a Adolfo Arenas porque le había llevado dos veces a cenar a Becerrita. ¡Y el tío se me encogía de hombros para justificarse y decuirme que había que entenderlo! ¡Se quedaba tan pancho!".
Calentadores
No es que haya entrado todavía un frío excesivo. Pero los calentadores ya funcionan. Son esos personajillos que le calientan el oído al candidato sobre hermanos mayores dudosos o periodistas supuestamente adversos. Los hay en todas las listas. Aquí nos conocemos todos. Les va la vida en la causa. Sus respectivas se quedarían sin ocasiones para lucir el astracán.
El Lagarto de la Catedral
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