¡Hay que seguir!
El Fiscal
Debemos revivir lo vivido, recordar cuánto bien hace esta fiesta, gozar con los mejores recuerdos, cerrar los ojos y dejarnos llevar por las horas más felices e intensas
Esta noche harás como siempre, acudirás a vivir lo vivido, frente a frente con ese nazareno que abraza la cruz alzada. Qué bello gesto el de abrazar la cruz. Hay pocos nazarenos con cruz de guía tan elegantes, con tanto poder de evocación, que recuerden con esa hermosa precisión a esas estampas en blanco y negro que se consumen por las esquinas y que pasaste horas mirándola. Esta noche buscarás su feliz silueta por la calle Cuna, cuando el domingo ya está ahormado, los barrios saludan de nuevo a las cofradías que salieron animosas a plena luz del día, y tú acudes al encuentro del Señor de la túnica blanca. Oro, trompetería, trono, soberbia, silencio, corazas... Qué fuerza la de su mirada tierna, de niño resignado, que se encoge, eleva los hombros y pierde la mirada en el vacío a la búsqueda quizás de alguna ayuda.
Esta noche os veréis. Sabes que lo buscarás donde siempre, a la hora que siempre lo hallas, en esa acera donde casi todos os conocéis de año en año. Verás pasar tus nazarenos favoritos, los que caminan con una serenidad que es patrimonio inmaterial de la mejor Semana Santa. Contemplar el andar de estos nazarenos es algo que deberían probar todos los sevillanos al menos una vez en la vida. El paso del tiempo se nota en la forma de llevar la cola. Una cofradía nueva nunca podría exhibir ese estilo. Te gusta esperarlos en silencio, ver cómo se van colocando los de siempre en los portales de siempre, pegados a la pared, en segunda o en tercera fila. Verás que está allí José Joaquín León. Y un poco más allá Pedro Molina. ¿Recuerdas dónde se ponía Engelberto Salazar? ¡Cómo le gustaba la Semana Santa! Y te fijarás en cómo está ese padre otro año más con su hijo mayor, al que siempre tiene cogido por los hombros. Te gusta cómo la calle Cuna absorbe el sonido de los tambores que llegan de la Plaza del Salvador y lo proyecta hacia Laraña. Ya viene el barco de oro con todos sus destellos, su plumerío encarnado, la carga expresiva de los personajes, la alta bisutería del Herodes... y el Señor hecho un crío, inocente, manso sereno.
Está ya Ángel Bajuelo preparando la cámara. Y Javier Mejía viene delante del paso. No, no te vayas a meter ahora en un bar que pierdes el sitio. Ya beberás agua luego. Aquel nazareno hace un guiño. Será Antonio Franco. Dos de los más pequeños hablan un instante entre ellos. Jesús Ollero va a la búsqueda del paso de la Virgen. Este año no se ha vestido de nazareno. Los clientes del Baco salen a los balcones. Los cofrades que viven en el centro son los que han cogido el abrigo. Ponte en la acera correcta para ver la cara del tipo que está agradando a Herodes. ¿No te recuerda a alguno de los personajes de hoy? El poder siempre se hace acompañar por acólitos dispuestos a reír todas las gracietas.
Estarán terminando de colocar las flores de los pasos en el Polígono, en el Tiro, en el Tardón, en el Museo... Pero eso queda todavía muy lejos cuando tú aguardas tu momento preferido no ya del día, sino de toda la Semana Santa. Pasan los nazarenos. Más guiños. Tal vez sea Jesús Rodríguez de Moya. O aquel hombre que te paró en la Feria sin conocerte de nada:“¿Cuántas veces viste la Amargura, miarma? Me hice contigo el recorrido de vuelta”.
No para, el paso de Virgen no para. Te preguntarás otra vez cuánto dura una chicotá de las que manda Alejandro Ollero. Dan para rezar un Padrenuestro y varios Avemarías. Lo estoy oyendo ya: “¡Hay que seguir, hay que seguir!”. Y sabes que como haya amenaza de lluvia, las chicotás duran más y más. Verás a Charo Lencina muy cerquita de la Virgen. Buscarás el diálogo entre la Virgen y el San Juan, que sabes que se ve entre el tercer y el cuarto varal, como le enseñó don Juan Moya García a su hijo Pepe. ¿Quién llevará la manigueta de Bulnes? Quizás veas a una mujer embarazada a la que el capataz entrega discretamente una estampa. “Esta levantá va por los hermanos de la Amargura que están todavía en el vientre materno”. Pasará junto a ti el ángel luciferario, la plata limpia y todo un compendio de la mejor Semana Santa. Notarás que los pies suman ya más de diez horas de caminatas y esperas, pero todo te habrá valido la pena porque en ese momento, justo entonces, estarás viviendo lo vivido y no por ello sentirás menos gozo, sino el mismo del primer día en que descubriste que tu Semana Santa no es de consumo, no se basa en experiencias, ni se puede tasar.
Caminarás cerca del paso de palio hasta por lo menos la calle Alcázares. Comprenderás que la belleza de una cofradía supera cualquier reto arquitectónico. “¡Hay que seguir, hay que seguir!”. Volverás a casa y te preguntarás por qué no fuiste hermano de la Amargura y qué harás cuando las piernas te fallen y no puedas acompañar a esta Virgen amarga en su regreso, cuando la crónica está cerrada, media ciudad duerme, los niños sueñan y ya hay nazarenos de ruan de vuelta por la Encarnación. Qué harás si alguna vez no hay Semana Santa. Pues revivir lo vivido, escribirlo, dejar el testimonio de cuánta belleza cabe en una calle en tan poco tiempo. No hay pandemia que pueda suprimir ni hacer caducar esos recuerdos. Hay que seguir, claro que hay que seguir. Y cada vez más largas las chicotás.
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