Los riesgos de la pastoral del tachiro en Sevilla
No se debe abusar de la piedad popular para combatir la ola de frío espiritual o presumir de una diócesis fuerte
La religiosidad popular es el gran asidero que tiene la jerarquía eclesiástica para recuperar vigor en una sociedad con cada vez menos sentido de lo trascendente. Las cofradías, los pasos, el despliegue litúrgico de cualquier manifestación de culto público tienen un efecto positivo con gran rapidez. El arzobispo de Sevilla vivió la fuerza de la piedad popular al poco de llegar a la ciudad con motivo del traslado del Gran Poder a las barriadas más desfavorecidas. Aquello fue verdaderamente un hito, algo extraordinario, emocionante y bello. Sin paso ni música. Sólo el Señor. Don José Ángel admiró cómo el público de toda condición se echó a la calle, incluidos los dirigentes políticos de muy diferentes partidos. En muchas ciudades de España eso sería inimaginable, como reconoció el mismo prelado, procedente de una diócesis donde cuesta mucho registrar elevados niveles de participación de esas características. ¡No sabemos lo que tenemos aquí!, sería una de las primeras reflexiones de monseñor, asombrado muy favorablemente de todo cuanto vivió.
El caso es que sí somos conscientes del tesoro que son las hermandades, como dijo José María Cirarda, un gran obispo auxiliar que tuvo Sevilla. Por eso que lo somos no debemos pasarnos de rosca, ni seguir forzando la maquinaria, ni abusar de unas manifestaciones de piedad que terminan siendo puestas en escena al perder el sentido de la medida y el carácter extraordinario. Asistimos, otra vez, a la multiplicación de procesiones con un motivo u otro. Tenemos por delante un calendario de dos años que anuncia pasos en la calle fuera de temporada y que, además, sabemos que seguirá creciendo, pues en 2024 hay congreso en Sevilla con una más que previsible procesión especial. Y en 2025 hay gran cita en Roma (el jubileo de las cofradías)con la posibilidad de que exportemos paso.
Hemos pasado de las restricciones de don Juan José Asenjo, que ya sufrió las consecuencias de la saturación con una procesión extraordinaria de la Patrona que no resultó como se esperaba, a anunciar más y más procesiones con don José Ángel sin que parezca que haya un criterio claro, pues también ha habido casos de vía crucis no autorizados que parecían más que oportunos.
No deberíamos abusar de las salidas extraordinarias, coronaciones y procesiones magnas. Estamos ya fatigados y, sobre todo, proyectando una imagen nada recomendable que causa perplejidad hasta en muchos foros cofradieros. El fenómeno, además, no se limita ya a la gran capital, sino a los pueblos de la Archidiócesis, amén de que también ocurre en otras diócesis hermanas. Alguien debe poner límites y, sobre todo, tener una visión global de la situación con perspectiva de futuro. Si se cumplen los pronósticos vamos a tener dos años cargados de acontecimientos extraordinarios. ¿Eso fortalece a la Iglesia en tiempos de escasa espiritualidad? Los doctores que tiene sabrán. En muchos momentos pareciera que trabajamos ya con una auténtica pastoral del tachiro. Y no es justo porque hay causas que merecen el gozo de una procesión triunfal, pero todo ha quedado ya igualado por abajo, metido en el saco de la saturación y relegado a experiencias para grabar en el teléfono móvil por un público consumista encantado de “ver cosas históricas”.
La desmedida marca la Semana Santa contemporánea. Los cambios de criterio caracterizan a la autoridad eclesiástica de los últimos 30 años. No se debe abusar de la piedad popular a golpe de procesiones extraordinarias para combatir la ola de frío espiritual, ni mucho menos para generar la imagen de que la Archidiócesis está viva y puede presumir de fortalezas. Son muchos los cofrades que ni acuden ya a las salidas extraordinarias. Alguien debe parar y reflexionar si merece la pena seguir fomentando un abuso evidente que, como tal, no puede tener efectos precisamente positivos. Los excesos tienen malas consecuencias. Miren el fenómeno del turismo.
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