La portada que anunció hace 25 años los grandes cambios en la Semana Santa de Sevilla
El Fiscal
Aquel Lunes Santo vivimos tres hechos que obligaron a tomar medidas nunca imaginadas para garantizar la seguridad y cumplir con los requisitos de prevención de riesgos
El eco tronante de la Semana Santa de Sevilla
¿Se reconoce usted en la Semana Santa de formato largo?
¿Una Madrugada con alcohol?
Sevilla/La Semana Santa que nace en el año 2000 se diferencia mucho de las anteriores. A partir de ese año comenzó el gran cambio. Hasta entonces disfrutábamos una Semana Santa basada en los cánones de Juan Manuel, con unas hermandades de puertas abiertas gracias al espíritu conciliar y que sufría (y sufre) los problemas derivados de la masificación. Nada de cuanto ocurre en la sociedad actual es ajeno a las hermandades ni, por tanto, a la Semana Santa, una fiesta que es hija de su tiempo, fiel espejo de la realidad de cada momento, una celebración más actual de lo que muchos imaginan. También es justo reconocer que nos había llegado una Semana Santa con una carrera oficial que el alcalde Luis Uruñuela, el primero de la democracia, dejó en manos de las cofradías. No habría ya subvenciones directas del Ayuntamiento a las cofradías, sino que éstas se repartirían la recaudación de la carrera oficial. Y así seguimos. El político andalucista le dio a las cofradías la caña y no los peces. Les dio poder de organización y libertad de criterio, como tantas veces hemos destacado en esta página.
Ocurre que todo gran cambio suele avisar, ofrece síntomas o indicios. Y ocurrieron justo un año antes. El Lunes Santo de 1999 se produjeron tres hechos que supusieron el precedente de una nueva etapa, tres sucesos que marcaron esa Semana Santa en particular y que tendrían consecuencias en los años siguientes: una protesta airada sin precedentes de los abonados de la Campana, muy molestos por la estrechez de los asientos y de los pasillos, lo que obligó a enormes cambios en la gestión y organización de la carrera oficial; la muerte de Juan Carlos Montes, costalero de las Aguas cuando el paso de Cristo discurría por el Arco del Postigo, y un escape de gas en la calle Sierpes al paso de las Penas de San Vicente, que dejó en evidencia los problemas de seguridad ante una emergencia.
Hace 25 años, por tanto, del nacimiento de un nuevo modelo de Semana Santa marcado por la imperiosa necesidad de la seguridad y de la siempre exigible prevención de riesgos. Los años anteriores con el Plan Trabajadera resultan hoy entrañables, una etapa feliz, pero superada. Todo cuanto ocurrió provocó consecuencias.
Poco después de aquel trágico 1999 se inauguraron los centros de atención al costalero con sanitarios especializados, las charlas en los días de cuaresma sobre cómo se deben preparar los costaleros para soportar los kilos, incluidos consejos sobre nutrición, y se comenzaron a contratar seguros de responsabilidad para que las cofradías tengan cubiertos los posibles casos de fallecimiento por accidente, deceso por infarto de miocardio, o invalidez permanente y parcial.
En 2000 ya estalló todo. Fuimos a peor. ¡Y de qué manera! Es la única Madrugada rota de la que jamás se han dado explicación. De las otra cuatro se han ofrecido las causas, pero nunca de la primera. Aquella noche quedamos desnudos, se nos vio vulnerable, se nos abrió una herida que todavía estamos lejos de cicatrizar. Un gran acierto fue la fundación del Cecop, una reacción rápida y que ha se ha demostrado eficaz con el paso de los años, aun cuando nadie pueda garantizar nunca al cien por cienla seguridad de ningún acontecimiento. Los males que amenazan la Semana Santa son en demasiadas ocasiones inabordables. A veces la Semana Santa ha parecido un perro flaco aquejado de pulgas y más pulgas. La falta de valores, la mala educación, los excesos de la noche, la gran cantidad de gente que no ha sido educada en el amor a la Semana Santa y que sale a la calle sin importarle cuanto pasa esa noche… Gente que sale como si se tratara de una Nochevieja con pasos. Hay que anotar también la escasa formación a la hora de ver una cofradía, ese público sedente que prefiere la silla plegable a buscar los pasos como siempre se había sabido hacer: sin molestar al nazareno. Ese público sedente que ejerce de colesterol de las calles.
El nazareno, por cierto, no ha hecho más que perder importancia en favor de costaleros y músicos. Ha sido otro cambio importante y revelador que nos ha tocado vivir en estos últimos 25 años, los mismos que lleva este periódico en la vida de la ciudad y de los sevillanos. Quizás no hemos podido asumirlo todo a la vez. Han sido demasiados problemas, numerosos frentes después de años en que todo salía bien porque... “esto siempre ha sido así”.
En 2004, cinco años después del premonitorio 1999 y cuatro desde la Madrugona que hemos considerado como el gran punto de inflexión, se produjo por sorpresa el primer aforamiento de una calle. Ocurrió en la calle Sor Ángela al paso de la Amargura. Las vallas, las restricciones, los aforamientos sin previo aviso... Cada vez han sido más patentes las señales de pérdida del concepto sevillano de bulla como organización espontánea y bien ordenada, que se autorregula en dos sentidos y que se disuelve sin mayores conflictos. La hermandad nunca pidió la medida y son frecuentes las veces que, con el paso de los años, ha reiterado que jamás la pide. Aquello que era excepcional se convirtió en una norma. Y años después se trasladó con éxito a otras calles y plazas. Los sucesos de 2000, por desgracia, no fueron una excepción.
Los horarios e itinerarios no son decididos ya sin el visto bueno de la autoridad municipal. Ni siquiera cuándo y cómo retorna una cofradía a su templo tras refugiarse por la lluvia. Hemos perdido mucho de lo que era espontáneo. Nos tuvieron que intervenir.
Vivimos hoy una Semana Santa que necesariamente está cada vez más intervenida por una suerte de troika formada por el Cecop y las Policías Nacional y Local. En los primeros años del siglo XXI se fraguó con gran evidencia el modelo de Semana Santa que ha llegado a nuestros días. Todo sea dicho sin olvidar que la autoridad eclesiástica dictó en diciembre de 1998 una reforma de la normativa diocesana en la que definía a las hermandades como asociaciones públicas de la Iglesia y, por lo tanto, acentuó su dependencia de la autoridad del arzobispo. Algunos tardaron en comprobar el verdadero alcance de dicha calificación. No solo era la instauración de la igualdad, sino una normativa que interesaba a la economía y los bienes. Hoy se ve, por ejemplo, en que nadie discute la invitación a participar en la gran procesión que rematará el II Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías el próximo 8 de diciembre, un acontecimiento insólito.
Hubo que mejorar mucho la carrera oficial a raíz de aquella protesta airada de 1999, que pasamos de dejarla en manos de los silleros que hacían y deshacían a probar otros modelos de organización. Primero mediante una empresa (Arcasur, S.L.) y después ya de forma directa. Por fin se levantó una planimetría de las parcelas de sillas y se informatizó el registro de abonados. La silla pasó a ser tan cotizada que comenzó el mercado negro en internet. Hasta el Consejo tuvo que contratar un detective para hallar los casos de fraude. Lo llamamos con pretendido sentido de humor el detective Quidiello.
Como hemos explicado, nada de la sociedad de cada tiempo es ajeno a las hermandades. Aun así, las cofradías tienen en la carrera oficial su gran sustento, el negocio perfecto soñado por cualquier empresario. Se monta en suelo público, se recauda el 100% entre dos y tres meses antes de la actividad y no se devuelve en caso de lluvia. Aunque sí en caso de pandemia... Ha sido la única excepción, pues tampoco nunca habíamos conocido que el mundo de detuviera y que estuviéramos dos años seguidos sin Semana Santa.
En 1999 tuvimos tres serios avisos de que se acababa una etapa de tranquilidad tan sólo alterada por las lluvias y la masificación que produjo los años de sequía en torno precisamente a la Expo’92. Hasta entonces era inimaginable un dispositivo de coordinación de la seguridad como el Cecop, que saliéramos corriendo por la calle en un episodio de pánico, las sillitas taponando el paso de público, la regulación de la participación de los menores de edad, los derechos de imagen de los sagrados titulares, la instauración de la ley seca, etcétera. Todo se ha ido complicando porque han surgido las nuevas amenazas, condicionantes o exigencias, según los casos.
Hoy nuestra Semana es fruto en buena medida de los grandes cambios producidos a raíz del año 2000. Hoy las redes sociales influyen también decisivamente. Ofrecen tanto ventajas como riesgos. La vía digital permite gestionar una papeleta de sitio, aunque se enfría muchas veces las relación entre la cofradía y el hermano, que puede llegar a hacer todos los trámites sin poner un pie en la casa de hermandad. También los medios de hoy posibilitan que se sigan los cultos en directo desde casa, lo que es una indudable ventaja para los hermanos de edad avanzada o que residen lejos.
Si en la estética de los principales rasgos seguimos viviendo de Juan Manuel, en cuestiones de logística, organización y legalidad somos herederos de la Madrugada de 2000 que nos obligó a grandes cambios que se han ido consolidando. ¿Quién imaginaba en 1999 unas calles videovigiladas, con medidores del tráfico peatonal y un sistema de encendido rápido de las luces en caso de emergencia? Nadie. Todo ha llegado para quedarse. Como en su día la revolución estética o el esplendor de las cofradías tras los años penuria de la pos-guerra.
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