El pañuelo morado de Antonio Chiappi

Qué ejemplo de buen nazareno, de señor elegante por sencillo y de honda devoción al Jesús que abraza la cruz

Antonio Chiappi
Antonio Chiappi / M. G.

07 de marzo 2021 - 07:30

Sevilla/Podría ser el padre de usted. O su tío, o tal vez su abuelo. Podría ser cualquier persona que usted tuviera en alta consideración por ser siempre afectiva, sencilla y amable, ese tipo de gente que te hace la vida más agradable solo con el saludo, a los que ves entrar en una iglesia y ni parece que han llegado porque no generan ni el más mínimo ruido. Podría ser cualquiera de los que todavía se quitan el sombrero al acceder a una estancia, se despiden deseándote que te quedes con Dios y que acuden a la capilla de Jesús Nazareno a echar un rato de charla íntima con el Señor, casi de mesa camilla. Se nos ha ido Antonio Chiappi Bergali (Sevilla, 1930-2021), el nazareno del Silencio que cada Madrugada acudía a pie desde el Retiro Obrero hasta San Antonio Abad en sus años de soltero. Y con el paso del tiempo, ya de casado, lo hacía desde Pío XII.

Hijo de hermano del Silencio, padre y abuelo de hermanos del Silencio. Persona cabal y entrañable que cada Madrugada nos regalaba la estampa de su pañuelo morado, el que le protegía del aire frío de Matacanónigos. “Me gusta llevar algo del color de la túnica del Señor”. Hoy lo veo quitarse el antifaz en el atrio, en el antebrazo lleva el canasto donde guarda el pabilo, la caja de cerillas con las Cinco Cruces y la lista de ese pequeño tramo de cuatro nazarenos de cera blanca.

Conoció el Silencio de los nazarenos con la cera negra, la antigua Virgen, la hermandad en la que se expedían las papeletas de sitio los Martes Santos, los nazarenos se podían sentar en los bancos del patio hasta que no fueran llamados a ocupar el sitio, la cofradía regresaba por la calle Temprado y aquella en la que se apreciaban algunas túnicas con la tonalidad ala de mosca. Su padre siempre le dijo al niño Antonio que la del Silencio era una cofradía de personas mayores. Antonio se tuvo que apuntar por su cuenta en 1949. Hasta fue costalero con Rafael Franco, Los Rechi y El Penitente.

Un día tuve el inmenso privilegio de que me contara todos sus recuerdos, esas vivencias que hacen único a un cofrade. Dimos un paseo matinal de cuaresma por la Plaza de San Francisco, donde se montaban los palcos. “¿Sabes? Cada Madrugada miro a Jesús Nazareno y le digo que si Él me ayuda una mijita más, vuelvo al año siguiente otra vez”. Y Chiappi siempre volvía con su figura inconfundible, nazareno serio, humilde y perfectamente vestido. Retornaba al puesto que tantos años ocupó, caminando detrás del Señor. Siempre le gustaba decir que los primeros nazarenos de la Concepción eran los más devotos de Jesús Nazareno.

Un día le pregunté qué sentiría si su hijo o nieto no quisieran salir en el Silencio. Y la respuesta fue toda una lección: “En la cofradía se sale por lo que se debe salir. Hay que tener fe y devoción. Salimos para rendir culto al Santísimo en la Catedral. Si no, nada vale. Yo no me enfado si no salen. Me enfadaría si salieran por una razón distinta”. Ay, Antonio, cuánto bien se le haría a la Semana Santa actual (de consumo y espectacularizada) si se enseñara así a los jóvenes.

No hay ya más mijitas, querido Antonio. Porque ya no te hacen falta más mijitas. Te has ido para siempre con el Jesús de los ojos grandes, la mirada dulce, el gesto manso y ese abrazo a la cruz que es el símbolo más importante para los primitivos nazarenos de Sevilla. Ajústate el pañuelo porque la Madrugada será larga, pero nunca perderás ese andar pausado de los buenos nazarenos. Nosotros rezaremos los cinco Padrenuestros por ti y pondremos lirios morados en tu memoria en nuestras tertulias y cada vez que nos reunamos en el atrio que nos une.

Monseñor Asenjo, flanqueado por Alejandro Mateos y Ricardo Suárez
Monseñor Asenjo, flanqueado por Alejandro Mateos y Ricardo Suárez / M. G.

El arzobispo recibe el cartel de la Corona

QUÉ encuentro más agradable se celebró esta semana en la planta alta del Palacio Arzobispal. Acudieron el pintor Ricardo Suárez y el hermano mayor de la Corona, Alejandro Mateos, a entregarle a monseñor Asenjo el cartel anunciador del pasado vía crucis. El artista le regló al prelado un boceto enmarcado. El arzobispo le tiene un afecto muy especial al pintor. Ambos se entienden la mar de bien y con frecuencia cambian impresiones sobre la ciudad y, por supuesto, acerca de una pasión común: el arte como vía para llegar a Dios. Mateos es un hermano mayor joven, activo y muy capillita que ha sabido apostar por el artista adecuado en el año más especial para la Corona y también más difícil para toda la Semana Santa. Don Juan José está demostrando fuerza y capacidad de sacrificio en estos meses en los que no termina de llegar su sucesor. El Vaticano tiene sus propios tiempos y no hay más remedio que esperar, pero lejos de caer en el tedio o en el desdén, ahí tienen al arzobispo con sus reuniones de trabajo y audiencias institucionales. Al arzobispo le encantó la obra de Suárez, un cartel total, que cumple esa función de grito en la pared, de aldabonazo en el espectador y que, además, presenta la particularidad de servir de guía para el rezo del vía crucis al reproducir catorce veces, todas ellas distintas, la imagen del Nazareno. En tiempos en los que vemos por toda España carteles muy extraños, de dudoso gusto y que tratan de incorporar extraños elementos relacionados con la pandemia y los cuerpos sanitarios, el cartel de la Corona confirma que se pueden hacer cosas con originalidad sin incurrir en la evidente ola de feísmo que invade el género.

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