La hermosa lección de un centenario
El Fiscal
El reto es con la sociedad, es el compromiso de fomentar la alianza entre la fe y la cultura. No debe separar a la cofradía de su objetivo en la sociedad nada que no sea el foso del Tagarete
Garrido Bustamante, un periodista de época
Hermandades en la vanguardia de la sociedad
La Semana Santa desubicadora
La foto en blanco y negro de un monaguillo risueño y regordete en el patio de la Universidad. El padre, Juan Moya García. El niño, Pepe Moya Sanabria. La imagen en sepia junto a los pasos de Jesús Nazareno y la Virgen de la Concepción, en la Anunciación, siempre en la Anunciación, donde queda al azulejo que recibe oraciones a deshoras, que la nieve acarició aquel febrero de 1954, en aquella universidad donde mis padres se conocieron, se hicieron novios y se inscribieron en la hermandad, una universidad con solo cuatro facultades, escasos alumnos y grandes maestros. Don Manuel Clavero con la vara de rector en un traslado junto al ministro de Educación y Formación Profesional, Cruz Martínez Esteruelas.
Los ensayos de aquella primera cuadrilla de hermanos costaleros, aquellos jóvenes atrevidos que en 1973 marcaron un antes y un después arropados, apoyados e impulsados por el hermano mayor Mena-Bernal. Amoscótegui, Henares, Montoya, Jiménez Esquivias, Palomino, Rodríguez de Moya...
La venta de túnicas en la casa de hermandad en aquellas cuaresmas de los años ochenta. Cinturones de esparto de piola antes de que se pusieran de moda los trenzados. Las fotografías secretas, guardadas bajo llave, de la cabeza desprendida del Señor –“tronchada como una rosa”, que diría el verso de Pemán– unas instantáneas captadas por Martín Cartaya en el fatal traslado a la Catedral de la cuaresma de 1983. Jesús es quizás el fotógrafo con más tacto que ha conocido la Semana Santa contemporánea. Benditas las manos de Paco Palomo, mayordomo y diputado mayor de gobierno, que portaron la cabeza con todo primor y urgencia hasta la Anunciación. Aquel Martes Santo salió la cofradía sin el Cristo, su espacio quedó respetado y marcado por cuatro nazarenos con palermos. El Martes Santo del vacío, de la orfandad, de la gélida ausencia.
Pepe Ávila y David Ávila, padre e hijo, eternos priostes, con su especial celo a la hora de montar la candelería del paso de palio. Juan Manuel Ríos, Fernando Collantes y Victorino Ramos (actual número 2) en la hermandad tanto en Laraña como en la Fábrica de Tabacos. La comisión delegada que dirige la hermandad durante seis meses en 1983, formada por el inolvidable sacerdote don Manuel Trigo Campos, don Antonio Escribano de la Puerta, don Ildefonso Camacho Baños, don Eusebio Torres Rodríguez de Torres y don Eduardo Ybarra Hidalgo.
El cardenal de Caracas, don Ignacio Velasco, que en un almuerzo en Sevilla nos abre los ojos y trata de que valoremos la importancia de que haya una hermandad “¡dentro mismo de la Universidad!”, cuando Dios es apartado de los debates públicos o se pretende dejar arrinconado en las sacristías. “¿Son conscientes ustedes del tesoro que tienen?” Sin quizás saberlo estaba rememorando el mensaje del pregón de Javierre de 1993.
Antiguos hermanos mayores como Javier Molina y Juan Antonio Galbis que pasan de la vara dorada a la cruz de penitente con toda sencillez y naturalidad. Los monaguillos como cantera, como hermanos predilectos, como siempre ensalza José Ignacio del Rey. Don Francisco Piñero con la manigueta trasera del paso de Cristo. Unos nazarenos que salen prematuramente y perfectamente cubiertos por la puerta de Ciencias cuando la cofradía no se ha recogido al completo. Y se oye un susurro entre el público de familiares. “Es que se ha muerto don Ricardo Mena-Bernal. Sí, precisamente un Martes Santo... Deben ser sus hijos y nietos los que salen”.
El crucificado genera la admiración de todos los profesionales del Instituto de Patrimonio de Madrid. El hermano mayor de un tiempo tan delicado es Juan Manue Contreras. El Cristo en una exposición de patrimonio de la Universidad en el Alcázar en el otoño de 1995. Los músicos del Soria 9 tras el paso de palio. El estreno de Virgen de los Estudiantes, de Abel Moreno. Las cruces apiladas por los extensos pasillos de la Universidad en cada amanecida de Martes Santo. Las primeras parejas siempre con las túnicas de ruan en tonalidad ala de mosca. Don Eduardo Ybarra con un cirio tiniebla a la espera de la salida. Lleva una escarapela de ruan, del mismo tono que la túnica, que tapa el escudo de las cinco Cruces de Jerusalén de la heráldica del Silencio. Paco O´Kean, Javier Mejía y Lucas Maireles que se dan un abrazo antes de la salida. Manuel Marchena, el último nazareno como corresponde a un guardamanto. Pepe Miralles que se despide de patero del paso de palio. Eduardo del Rey abrazado a la cruz antes de la salida. El periodista Luis Carlos Peris está de paisano en el patio, discreto en un rincón, para hacer la crónica de la salida que nunca se produjo por la luvia. Los hermanamientos con la Macarena y Santa Genoveva. El Cerro que se refugia en el Rectorado. Los pregoneros en el besamanos las tardes de Domingo de Pasión.
Los carteles de Luis Becerra de la extinta Caja San Fernando en las marquesinas de autobuses de una Avenida de la Constitución con tráfico rodado. Los almuerzos de hermandad en la Raza, golpes de cucharilla en las copas para que se haga el silencio y hable el hermano mayor. El almuerzo de cada Domingo de Ramos en ese mismo restaurante de Juan Moya Sanabria con Jesús Resa (padre), Antonio Gutiérrez de la Peña y Carlos Rosell para celebrar el gozo del inicio de la Semana Santa y esperar la llegada de la Paz. Las misas de hermandad de los martes donde da gusto saludar a Carmen Real. La fidelidad de Carmen Moya a la cofradía. El catedrático Lutgardo García Fuentes en el vestíbulo del Rectorado viviendo el que sería su Martes Santo postrero. Los diseños de Joaquín Castilla enmarcados. La fotografía del Cristo en el bar de Derecho que se muda al campus de Ramón y Cajal cuando lo hace la facultad. La réplica a menor tamaño de la Buena Muerte para la Universidad Loyola.
El cabildo de toma de horas donde se pide que los penitentes sigan yendo de dos en dos para cunplir las reglas, pero el vicario Domínguez Valverde sorprende con una dispensa para que, como todas las cofradías, se sitúen de tres en tres.
El aula Cultura y Fe, modélico y ejemplar. La colaboración con el Servicio de Asistencia Religiosa Universitaria, promovido por el cura Juan del Río en tiempos del don Carlos Amigo al frente de la Iglesia de Sevilla y Javier Pérez Royo de la Hispalense, el mismo que se presentó una mañana de Martes Santo en zapatillas deportivas. Y ante el que Juan Moya Sanabria tuvo que defender con energía la presencia de la hermandad en el Rectorado.
Ricardo Mena-Bernal entre hermanos de la cofradía en una tertulia en la barra de la cafetería del Hotel Luz. Juan Moya García, maestro de abogados, en los cabildos de oficiales mientras su esposa lo espera sentada en las dependencias de la hermandad. Dos jóvenes penitentes, José León-Castro y Joaquín Sainz de la Maza, exhaustos en uno de los patios tras la estación de penitencia.
El éxito del pregón universitario, que siempre apoyó el cardenal Amigo. Los lirios morados que no deben faltar los Martes Santos. Manuel Pérez Carrera, El Triana, que custodia los bocadillos de los costaleros y la merienda de los monaguillos. El catedrático Antonio Pascual fiel a la hermandad desde que fue consejero de Educación en los años del Telesur. Carlos Colón, José Luis Peinado y Joaquín Moeckel en una inolvidable mesa redonda en la casa de hermandad. Bernardo Martín, el promotor de Somersen, fundamental para sacar el nuevo manto.
El número de monaguillos que crece cada año. La Macarena en la Capilla de la Universidad para gozo de Fernando Cano-Romero. Tres Martes Santos seguidos con lluvia. Antonio Gutiérrez de la Peña que fija el criterio y deja claro que la cofradía sólo debe salir con un cero por ciento de riesgo de precipitaciones. La tarde de domingo cuaresmal en que los hermanos más pequeños ayudan en la priostía. El cartel del pregón de 1994 obra de Ricardo Suárez, quien mejor esculpe y pinta a la Buena Muerte. Las becas para estudiantes, la Fundación Persán con Concha Yoldi al frente que siempre arrima el hombro, los curas que confiesan nazarenos antes de la salida, el rezo del rosario por la megafonía, el ajuste de la ropa de los costaleros en las aulas... Antonio Piñero, brazos siempre abiertos, que recibe a las puertas de la capilla a monseñor Iceta, al que sorprende sabiendo pronunciar perfectamente su segundo apellido: Gavicagogeascoa. Los cuatro hermanos Moya Sanabria que portan al crucificado. Piñero recoge en el Paraninfo como hermano mayor la Medalla de la Universidad de Sevilla.
El papa Francisco besa y bendice la medalla de la hermandad que dos hermanos monaguilos le ofrecen en la Plaza de San Pedro en la cuaresma de 2019: “Hermoso, hermoso”. Y recibe una rápida explicación de los orígenes jesuítas de la hermandad. “Recen por mí, recen por mí”. Ex hermanos mayores que lo fueron de otras corporaciones con cirio en la reciente procesión de retorno al Rectorado: Mezquita, Moeckel, Creagh, Espejo, Cano-Romero Moreno...
Foso, verja y lonja jamás deben alejar a la hermandad de la sociedad. Es mucho lo vivido, mucho lo realizado y muy importante el testimonio que imparte una cofradía instalada en el corazón de una universidad pública con más de cinco siglos de historia. El incienso puede nublar el juicio, la corta visión capillita impide ver la grandeza y los bordados pueden deslumbrar la visión de la verdadera raíz fundacional. Cultura y fe. Fe y cultura. Hay que estar en esa vanguardia, en esa trinchera. El reto no es interno, es de cara a la sociedad.Un siglo es un aval y una responsabilidad. Todo debe estar centrado en la promoción de esa alianza de valores, en la presencia de Dios en la Universidad. Ninguna hermandad tiene una razón de ser tan nítida, una singularidad tan definida y un compromiso tan claro. No debe haber más foso que el de las aguas del Tagarete.
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