Más que nunca hay que formar al nazareno
El Fiscal
El nazareno bien vestido y que conoce las normas se gana el respeto y adquiere el prestigio que tanto necesita en una Semana Santa que lo considera una figura secundaria
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El debate sobre la seguridad marca la evolución de la Semana Santa de los últimos 25 años. No hay duda. Todo se ha supeditado a la seguridad hasta el punto de que hay una corriente de opinión importante que considera que sería beneficioso reducir el número de nazarenos. Cortejos más cortos aliviarían la espera (comodidad), facilitarían la movilidad (un público menos estático) y evitarían saturaciones, colapsos y tapones que solo entrañan riesgos. El caso es que cualquier debate sobre el futuro de la Semana Santa no puede consistir en orillar, despreciar o reducir al nazareno, figura fundamental e importantísima. El nazareno no molesta. Acaso hay que apostar por su formación, como ha hecho este fin de semana la Hermandad del Silencio con una jornada formativa a la que ha invitado a todos los integrantes del cortejo. No hay que ponerle cortapisas al nazareno, hay que procurar que tenga claro la razón de la estación de penitencia, el significado del habito, la causa por la que se reviste, la finalidad de una cofradía en la calle, la importancia de guardar una compostura modélica. El hábito hace al nazareno. Y el nazareno hace la Semana Santa. No basta ya con entregar una octavilla sobre cómo vestirse de nazareno correctamente o con publicar una página en el boletín o en el anuario al respecto.
Hay que avanzar hacia jornadas de formación. La hermandad tiene que demostrar que salir de nazareno no es cualquier cosa, ni mucho menos una costumbre o tradición civil. Hay que darle importancia desde la cúpula. Porque verdaderamente los cuerpos de nazareno se han disparado. Exigimos tensión a las autoridades para que no haya tumultos en Semana Santa. Ha llegado la hora de que las propias cofradías no solo sean celosas en el cumplimiento de los horarios y muestren la mejor voluntad, sino de que también preparen cuerpos de celadores, diputados o canastillas que sepan tratar a los hermanos, conozcan las normas de conducta y sepan hacerlas respetar sin histrionismos ni aspavientos.
El nazareno debe ir bien vestido. Parece una obviedad, pero se ve de todo en la calle. Desde antifaces con bolsillos interiores en la caída sobre el pecho que provocan el efecto buche, a bolsillos de túnicas tan cargados de caramelos, estampas o medallas que parecen los de Baltasar. En las túnicas de ruan se aprecia con demasiada frecuencia la tonalidad ala de mosca que revela una excesiva antigüedad, o el brillo propio de la tela que parece más bien de bolsa de basura.
El nazareno debe saber ir de casa al templo con la mayor discreción. El nazareno en la calle es la imagen de la hermandad, sobre todo en una sociedad donde cada persona tiene un teléfono con cámara de foto. A veces cuesta un mundo que se mire al frente se camine y se vaya concentrado en el único objetivo de llegar a la iglesia. La ciudad ha crecido muchísimo y ya no son los tiempos de una mayoría de hermanos residentes cerca de la sede canónica, pero siempre hay fórmulas para revestirse de nazareno cerca o en la misma hermandad o hacer desplazamientos sin dar el espectáculo. Es fundamental no banalizar el uso del hábito. No es un disfraz, no se trata de una experiencia ciudadana, ni siquiera de un ritual familiar o de una costumbre que se sigue año a año con amigos o allegados.
Hemos avanzado en los planes de autoprotección en los templos, en la geolocalización de los pasos, los sensores que controlan los flujos de público y permiten aforar calles y plazas... pero nos hemos olvidado de fortalecer la figura del nazareno, darle la importancia que merece. Casi se podría referir la necesidad de prestigiar al nazareno. Yla mejor forma es apostando por su formación, enseñando a los nuevos, no dando por hecho que todos traen aprendido de casa el significado de la estación de penitencia.
Mucho tiempo se ha criticado que los músicos han adquirido más protagonismo que las imágenes sagradas, o que los costaleros son los que se imponen con sus coreografías, todo propio de una Semana Santa espectacularizada. El nazareno ha quedado relegado a un papel secundario hasta el punto de que se plantea abiertamente su reducción, pero no su formación y la necesidad de que sea respetado con horarios apropiados y sin parones obligados por chicotás parsimoniosas o saludos interminables de los pasos ante otras hermandades.
Nos hemos acostumbrado a una pregunta que revela el pensamiento interior sobre la importancia que se asigna al nazareno. “¿Esta cofradía cuántos lleva?”. Que equivale a la de un niño en el coche: “¿Cuánto queda para legar?”. Queremos pasos con música, no cortejos de nazarenos bien vestidos y ordenados por tramos con insignias preciosas, cuando hay comitivas dignas de ser contempladas por su belleza. Sí, hay mucha belleza en las comitivas de las cofradías, pero la cultura de los pasos llevada al extremo lo eclipsa todo. Hay que saber apreciar los muchos detalles de un cuerpo de nazarenos, al igual que las muchas historias que ocurren en torno a un paso.
La hermandad de los nazarenos por excelencia hace muy bien en dar ejemplo y convocar una jornada de formación. Que cunda el ejemplo. El prestigio solo se adquiere con la conducta ejemplar. Un nazareno descubierto es una bofetada, por poner solo un ejemplo. Cuidar al nazareno es hacerlo con la Semana Santa desde la base. Pocas estampas más bellas que un nazareno bien vestido, erguido y con la mirada al frente de camino al templo por el camino más corto y con el andar ligeramente apresurado. De cartel.
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