Las tres claves del báculo del nuevo obispo auxiliar de Sevilla
Así es el nuevo prelado de la Archidiócesis
La estampa de don Ramón
Sevilla/Discreto al máximo. Impenetrable. Radicalmente humilde. Estudioso de los asuntos, que toma las cautelas máximas antes de tomar una decisión y, una vez requeridos todos los dictámenes, tira para adelante sin volver la vista atrás ni dejarse influir. Muy serio, con un porcentaje notable de timidez que le hace evitar las ruedas de prensa. La prueba de su condición de hombre que sirve al cien por cien a la Iglesia es que ha contado con la confianza de tres prelados. Así es en rasgos generales don Teodoro León Muñoz (Puerto Llano, 1964), el vicario general que el papa Francisco ha elevado a la condición de obispo auxiliar.
Don Teodoro es la antítesis del postureo. Hormiguita trabajadora, hombre de horas y horas de despacho. Es el modelo de sacerdote de curia que es necesario en toda gran Archidiócesis. Sus años de formación lo aproximan al perfil intelectual de Ratzinger. Valiente en muchas decisiones, como la de ampliar la plantilla de trabajadores de mantenimiento del Cabildo en sus años como deán de la Catedral. Tuvo claro que 20.000 metros cuadrados deben tener un equipo fijo de fontaneros, electricistas y carpinteros.
Desmontó, además, la estructura heredada de los años de don Francisco Navarro, el creador del modelo de visita cultural, y creó una nueva que ha llegado a nuestros días. Ha sido un deán riguroso hasta en detalles como guardar y hacer guardar el hábito de coro en el oficio de los laudes.
Su seriedad no es obstáculo pata que tenga una gran capacidad de captar la atención de los fieles, sobre todo de los niños el día de la bendición de los Niños Jesús en la Catedral. Su oratoria, sobre todo en temas como el amor, es de gran belleza en enlaces matrimoniales, marcada por la autenticidad y muy lejos del efectismo.
Muchos años ha oficiado la primera misa en la Catedral, la de las 08:30, a la que acudía a pie desde la feligresía de San Benito, acompañado por su madre y su tía. Su lista de cargos actuales y pretéritos es interminable. Quizás uno de los más llamativos sea el de delegado episcopal para la causa de los santos, donde hay un expediente para el padre Torres Padilla por el que siente especial devoción. De hecho la vida de don Teodoro no se entiende sin las Hermanas de la Cruz.
Nada amigo de la improvisación. Aficionado a pasar días de verano en Guadalupe, donde recibe culto la Virgen morena, patrona de Extremadura, y se oye el rezo del Ángelus por la megafonía del monasterio. Aparenta menos edad de la que tiene. Monseñor Asenjo le confió la oficina de recogida de denuncias de casos de pederastia en la Iglesia de Sevilla, una labor que lleva con exquisitez y con las puertas abiertas. No se le conoce un roce con las hermandades y cofradías ni en los años que dirigió sus asuntos jurídicos, más bien mereció el elogio de reputados cofrades juristas.
Cuando un cardenal y dos arzobispos le han encomendado altas tareas en la curia es porque, como dicen quienes lo han tratado, es un modelo de discreción tremendo y de una humildad extrema. El báculo que ha estrenado hace dos semanas es el fiel reflejo de una manera de ser. La parte superior, el cayado propiamente dicho, es simple, sin concesiones, sin un detalle que sobresalga. En la empuñadura se reproduce en madera el Buen Pastor. Y la base es en punta para que pueda clavarse y quedarse fijo, símbolo de que el obispo se asienta en la tierra, se queda, es fiel a su destino.
Tal vez haya obispos que huelan más a oveja. Pero siempre se necesitan grandes ejecutivos con un profundo conocimiento de la curia y un incuestionable amor a la Iglesia.
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