El Triana, un personaje auténtico
El Fiscal
Era la gracia pura, el saber buscarse la vida cada día y el típico sevillano identificado plenamente con su hermandad
La otra ventana de las Urgencias
La portada que anunció los grandes cambios de la Semana Santa
Sevilla/Se nos ha ido un trianero que luchó por no abandonar jamás el barrio, por estar siempre cerca de la hermandad de su vida. Se negó a dejar el arrabal por un piso lejos del Altozano. Disfrutó como pocos del misterio de las Tres Caídas. Silbaba la marcha y con la mano derecha simulaba el movimiento de la pata del caballo. Y así soñaba chicotás todo el año. Ha muerto Manuel Pérez Carrera (1941-2024), esposo, padre de dos hijos y abuelo de tres nietos. Sus ojos vieron la luz en un corral de la calle Rodrigo de Triana que la piqueta de finales de los sesenta se llevó por delante. Fue el único de la treintena de vecinos de aquel viejo corral que consiguió no levar el ancla. Todos los demás, aquellos hijos de Triana, como él mismop denominaba a fueron sus vecinos, comenzaron el exilio en el Polígono de San Pablo o en las Tres Mil Viviendas.
Comenzó como ditero dedicado a la venta de joyas por cuenta ajena. Cuando se hartó de ir cobrando a las clientas del barrio, recurrió a su amigo Francisco Rivera Paquirri para lograr un empleo estable. El matador de toros movió los hilos para buscarle trabajo en la banca. Antes debía examinarse en Madrid. Paquirri sólo le exigió un requisito: "Triana, preséntate al examen, pero tú no escribas nada, ¿eh? Ni una línea, que ya me encargo yo del resto". Y El Triana obtuvo, cómo no, plaza de ordenanza en la sucursal de la Avenida de República Argentina del entonces denominado Banco de Financiación Industrial (Indubán).
Con el tiempo pasó a cajero en una oficina de Sevilla Este, donde este trianero no cuadró las cuentas ni un solo día. Ni falta que hizo. No se podía tener ni más arte, ni más gracia, ni más autenticidad. Su fuerza estaba en ser natural y estar siempre dispuesto a servir a la hermandad y a sus amigos.
En la reestructuración bancaria le llegó su hora como a tantos empleados. El jefe de personal habló con El Triana, quien le respondió con firmeza: "Hable usted con mis asesores". El responsable de Recursos Humanos, venido expresamente de Madrid, se citó, efectivamente, con los asesores de El Triana en el bar Nuria, junto a la estación de Cádiz. Su sorpresa fue cuando aparecieron como representantes del trabajador nada menos que Fernando Yélamo, considerado uno de los mejores abogados laboralistas de Sevilla, el senador y abogado Juan Moya y el presidente de Persán, José Moya. El representante de Indubán, tan agobiado como sorprendido, tuvo que plegarse en un momento de la reunión y preguntar: "Díganme, señores, qué quiere su cliente". Y le respondieron: "Un taxi o una paguita". Y El Triana consiguió una indemnización fraccionada en una cantidad importante de años.
Hermano de la Esperanza desde 1951, cuando iba a la hermandad con los pantalones cortos y con remiendos y limpiaba puestos del mercado de abastos para poder comer. También fue hermano de los Estudiantes. ¡Cuántos años se hizo cargo de las meriendas de los monaguillos y de los bocadillos de los costaleros!
Conoció casi una veintena de hermanos mayores de su cofradía trianera. En 2004 nos confesó: "Con todos me he llevado muy bien y todos me han dado y me dan mi sitio, aunque recuerdo especialmente el trato humano de Manuel Bellido y del mayordomo Feliciano Fernández, porque miraban por las necesidades de las casas de los pobres". Trabajó casi todo. Carmen González, esposa del matador de toros Antonio Ordóñez, también lo ayudó y lo colocó de chófer del Banco de Vizcaya. Siempre se busco la vida para que nada faltara en casa.
La Semana Santa de su juventud era más familiar, de estrenos de zapatos de charol el Domingo de Ramos. Siempre notó las diferencias entre las cofradías del arrabal y las demás: "Los pasos de Triana andan con más alegría, los otros según el capataz y el misterio del que se trate. Pero cuando viene un paso de Triana se nota de lejos". La primera vez que lo vistieron de nazareno, allá por 1960, le pidieron que se quitara la túnica a la altura del bar Los Tres Reyes: "Me pusieron a ayudar como auxiliar para recoger cirios y varas, una responsabilidad que casi no he abandonado nunca". Siempre, siempre al servicio. Sólo se vistió dos veces más: "Una siendo hermano mayor Vicente Acosta y otra cuando tuve que representar a la cofradía en Córdoba". En alguna ocasión sorprendió a algún nazareno tomando café: "Jamás les digo nada, porque son poquísimos casos y hay que tener en cuenta que no es lo mismo salir un Lunes Santo que en una Madrugada".
La Madrugada de 1963
Inolvidable fue la Semana Santa de 1963. Andaba prestando el servicio militar con un permiso que expiraba el Viernes de Dolores: "Tenía que regresar al Sahara y no quería. Me inventé un dolor en el pecho y me ingresaron en el Hospital Militar. Me operaron, me cerraron y con los puntos me escapé para estar con la cofradía toda la noche. Al volver me arrestaron en el pabellón de lavandería. ¡Anda que no limpié sábanas!
La coronación de la Esperanza Macarena también la vivió como recluta. La vio por televisión y no pudo soportar un comentario irreverente sobre la devoción de los andaluces a las imágenes: "Le pegué una atragantá a uno y resultó que era un teniente de paracaidistas. Me la devolvieron hasta en el carné. .
El pícaro superviviente que llevaba dentro protagonizó historias dignas de ser recordadas. Y siempre con un corazón inmenso. Se coló en la final de la Copa de Europa disputada en Sevilla en 1986 tras ganarse durante horas la confianza de un corpulento jefe policial al que iba señalando quiénes en los mandatarios que llegaban al estadio Ramón Sánchez Pizjuán. "Ese es el presidente de la Junta". "Aquel que viene por allí es el alcalde y su equipo. Y detrás viene el presidente de la Diputación". Cuando todos pasaron, le dijo al policía: "Grande, ahora vamos tú y yo también para dentro". Y vio la final sin entrada, al igual que acedía al Teatro de la Maestranza el día del Pregón con una entrada de un año anterior, que eso lo hemos visto, no nos lo han contado.
Siempre fue amante del Domingo de Pasión y su rito. Le llevó la taza de caldo y la tortilla a Juan Moya Sanabria las noches que se quedaba escribiendo el Pregón en la cuaresma de 1989. Hoy veo al Triana camino del Rocío con Juan y Pepe Moya, Jaime Artillo, Antonio Ojeda... Lo veo ocultando algún disgustillo que se llevó en su hermandad de la calle Pureza. Lo veo colgando el teléfono cuando alguien pregunta por él con su nombre y apellido. O le decían Triana o no respondía. Lo veo hablando pasión de su nieta mayor. Lo veo auténtico, maravillosamente auténtico, en un mundo de las cofradías más espontáneo, más natural, sin redes sociales ni grandes complejidades. Lo veo alegre con las cosas sencillas que son siempre las más importantes. Y lo veo ya en su particular paraíso de interminables chicotás con el corneterío de fondo, terciopelos verdes y el rostro moreno de la Virgen de sus días. Brille para él la luz perpetua de las mañanas luminosas del barrio que nunca abandonó, donde dejó echado el ancla de su vida y la de los suyos.
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