El Papa se carga el cigarrito de las homilías de las funciones principales de instituto

El Fiscal

Francisco demuestra un conocimiento preciso de la realidad: las pláticas no deben durar más de ocho minutos

"No quiero ser hermano mayor, no insistid más"

La fuerza de la priostía

El papa Francisco. / M. G.

16 de junio 2024 - 04:00

Sevilla/El papa Francisco ha pedido que las homilías no duren más de ocho minutos porque la gente se duerme. En primera instancia me ha recordado a aquel padre de familia que decía que en agosto no iba a misa porque hacía mucho calor. Todavía busco la encíclica Ad Calorem Augustum que sustente la directriz del cabeza de la prole. Y en segunda, me he dado cuenta de que el santo padre se carga el cigarrito que tantos cofrades aprovechan para fumar durante las larguísimas pláticas que pronuncian nuestros sagrados oradores en las funciones principales de instituto. Alguien tiene que advertir al Papa que como las homilías duren ocho minutos como máximo se despueblan los atrios y los bares de enfrente. Sufre Altadis y sufre la hostelería. Porque todo templo con cofradía tiene un bar enfrente. O "frente por frente", que es otra forma de estar enfrente. No se trata de que nos durmamos, que para eso ya está la protestación de fe, sino de no darle al fumeque. Sería mejor que al santo padre inste a los oradores a no irse por las nubes, a evitar las perífrasis, a no abusar del concepto de "sinodalidad", tan de moda entre los pelotas del simpatiquísimo monseñor Saiz; a tratar los temas con sencillez, estilo directo y actualidad. No se trata de bajar el nivel, sino de llegar a todos los públicos sin perder el rigor.

Recuerdo el enfado de un ilustre sacerdote al que el hermano mayor de turno hizo una advertencia el tercer día de quinario antes del comienzo del culto. "Padre, una cosa cortita que ayer y antes de ayer se nos fue el reloj y tenga en cuenta que hoy juran los nuevos hermanos". No se puede predicar media hora por muchas razones. Menos es más. Hay curas que parecen politólogos de tertulia con tanta redundancia. Hay que sintetizar, colocar los dos mensajes fundamentales y, si se tiene la habilidad, ser ameno. El otro día asistimos a un bautizo donde el padre José Miguel Verdugo, un solvente orador, nos ilustró sobre San Diego Alcalá, titular de la parroquia del Plantinar. Muchos no sabíamos que San Diego fue vecino del pueblo de San Nicolás del Puerto (Sevilla). En la Archidiócesis hay muy buenos oradores, caso del obispo auxiliar Teodoro León, o de los sacerdotes Luis Rueda, Miguel Ángel Nuñez, Antonio Romero y Francisco José Gordón, por poner solo algunos ejemplos. Mejor no referir los que tantas veces nos mandan a los brazos de Morfeo...

La homilía larga es aliada del sector terciario siempre que respete unos límites. Fíjense que en las ceremonias solemnes de las cofradías siempre hay un grupo que se refugia en la sacristía o en la taberna próxima. Pero si la plática se excede ya de los límites razonables tiene el efecto de acabar con el aperitivo previo, porque el personal se va directo al almuerzo de hermandad o a su casa. Con ocho minutos, todos contentos. El Papa, cómo no, tiene toda la razón.

Estamos esperando a que la Santa Sede diga algo de la duración de los pregones. Algunos recordamos casos próximos a la tortura, reservas de mesa en un restaurante que se han ido al garete, informativos de radio de las 14:00 horas que se quedaron por emitir, trajes arrugados, traseros endurecidos como en una tarde sin almohadilla en el tendido de la plaza... Y el tipo del chaqué dando voces como un poseso o cantando ripios con el efecto hamburguesa: nadie se acuerda a la media hora de lo que ha ingerido y el hambre vuelve. No sólo las homilías nos duermen, sino las intervenciones públicas de ilustres laicos que repiten moldes del pasado, no aportan nada y se eternizan en el uso de la palabra. Con moderación todos podemos participar, sin ella debemos ser más restrictivos a la hora de abrazar el atril, que no de subirnos. ¡Hay que ver la de veces que oímos y leemos lo de que Menganito "se sube" al atril! Ni que fueran monos del Peñón de Gibraltar.

Que el santo padre mande a la Guardia Suiza a protegernos de los pestiños, ladrillazos y auténticos suplicios. Toda la culpa no la tienen los curas, que en privado andan que trinan con Francisco por las verdades que suelta de vez en cuando.

Y también aguardamos a que el Papa limite los saludos del cura a las hermandades y entidades presentes en la ceremonia. ¿Por qué hay que nombrar con el título completo de la corporación a cada hermandad que ha enviado a un representante? Es insufrible. Y, sobre todo, resulta algo ridículo cuando la hermandad saludada ha mandado al secretario segundo o al diputado de cultos. Un absurdo. Oiga, vayan en corto y por derecho. Un saludo breve. Y no incluyan al conserje de la ONG que tiene la sede en la feligresía.

El Papa demuestra un conocimiento preciso de la realidad. Está a pie de calle... y a pie de templo. Hay que ser sintéticos, no aburrir a las ovejas, nunca mejor dicho. Algunos ocupantes de la sagrada cátedra están próximos a protagonizar un Aló en el canal You Tube de la hermandad. Sean moderados. Los tiempos del Padre Cué ya pasaron, cuando el personal acudía a los cultos para oírle predicar. Terminaba la plática y se iba un cuarto del público. Esos sí que eran... fieles.

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