La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/Algún espabilado ha debido considerar que ahora sí, que esta vez es la oportunidad de oro para hincarle el diente a las cofradías, esas asociaciones que la minoría de inadaptados sociales mira siempre con prejuicios al creer que están pobladas por gente de derechas, todo el día con el fijador y vestidos con chaquetas azules de botonadura dorada. Los desahogados de guardia han visto abierto con la exhumación de los restos de Queipo el carril de alta velocidad para ajustar sus particulares cuentas con la Sevilla Eterna que los vuelve locos. Por supuesto ignoran la rica, plural y diversa realidad de las hermandades. Y además prefieren seguir ignorándola. Hay que ser idiotas y torpes, sobre todo muy torpes, para exigir ahora nada menos que se cambien los nombres de las cofradías de San Gonzalo y Santa Genoveva. No tienen ni pajolera idea de los títulos oficiales de las corporaciones, pero tal vez eso sea lo de menos. Ven vestigios del franquismo por todas partes. Están obsesionados con el fascismo y, en el fondo, con todo lo relacionado con la Iglesia. Solicitarán también que se cambien las "advocaciones fascistas" de Victoria y Paz de los titulares sagrados de la hermandad del Porvenir. Esto ya es para partirse de la risa directamente. ¡Menudos rancios!
¿Promueven la memoria o quieren perpetuar el odio? ¿Se han venido arriba con unas exhumaciones ejemplarmente efectuadas por la Hermandad de la Macarena? ¿Acaso están tristes porque no han podido montar el show pretendido a las puertas de la basílica?show Dejen tranquilas a las cofradías, donde por cierto siempre ha habido democracia, urnas y un escrupuloso respeto por los no creyentes. Dejen en paz a las hermandades, que abren sus puertas y sus asistencias sociales sin preguntar el credo de quienes piden ayuda.
Una ley que se aprueba el 20 de octubre ha sido cumplida por una hermandad la noche del 2 al 3 de noviembre. Jamás organizó la cofradía, que se sepa, actos en honor del general en los últimos cincuenta años. Hay que reiterarlo siempre. Nunca fue la capillita de las sepulturas de Queipo y su mujer un rincón de nostálgicos del régimen franquista. Esfuércense algunos, como hacen las cofradías, en ayudar a los necesitados. Todos los reportajes que se hacen en la prensa andaluza sobre comedores sociales, por poner un solo ejemplo, evidencian que en la vanguardia de la asistencia social está la Iglesia diocesana, Cáritas, las hermandades, congregaciones religiosas, órdenes de credo católico... Lo hemos visto en la crisis económica de 2008 y en los duros meses de la pandemia, cuando además tantísimas cofradías se preocuparon de telefonear a sus hermanos de mayor edad para preguntarles por sus necesidades o simplemente darles el calor de una voz humana. Nunca tendrán los partidos políticos la fuerza de llevarle cariño a un enfermo que tiene una cofradía, desde la más sencilla hasta la de mayor relumbrón, ese verdadero poder que consiste en dar consuelo y acompañar al que muere y a sus familiares.
¿Qué estupideces están contando algunos sobre advocaciones fascistas? Un cardenal sabio, nada sospechoso de posiciones conservadoras, lo dijo alto y claro en la ciudad. No se puede pretender ganar una guerra que se perdió hace más de 80 años. No podemos estar orgullosos de ese pasado. Ocurrió. Pasó. Solo la lectura del A sangre y fuego de Chaves Nogales (el periodista independiente cuya obra fue rescatada por la profesora Castillo) bastaría para que algunos fueran más responsables al tocar ciertos asuntos. Para quien no lo haya leído, solo se puede decir que resulta difícil hacerlo por segunda vez al comprobar cómo llegamos a matarnos entre hermanos.
Nadie en su sano juicio desearía repetir aquellos años, como tampoco negarle una sepultura digna a un antepasado que se halle en una fosa común. Pero dejen de agitar odios en nombre de la justicia, de promover rencores en nombre de la memoria. El estilo, la motivación y las formas son la clave. Y, sobre todo, dejen en paz a las hermandades, donde siempre hemos convivido todos y donde se acuñó un término precioso para zanjar las disputas: la concordia.
La ciudad de Sevilla está vertebrada por el fútbol y las hermandades. No, no hay fascistas. Hay pluralidad. ¡Por eso las cofradías vertebran como no lo hace ningún partido político ni ninguna plataforma civil! Por eso tienen ese poder tan envidiado. Porque todos conviven. Porque, escrito está, muchos sevillanos guardaban las sandalias de nazareno envueltas en las páginas de El Socialista, porque un célebre republicano y hombre del martillo salvó la talla del Cachorro, porque en las juntas de gobiernos y en las casas de hermandad han estado integradas personas de diferentes orientaciones sexuales cuando la realidad era en blanco y negro. Todo generaba y genera un ambiente de riqueza que ni el propio sevillano ha sabido muchas veces valorar al darlo como hecho, como algo que ha recibido de forma natural. Las hermandades, con sus errores y disputas, han sido siempre foros tradicionales de verdadera libertad, que se han adaptado a los tiempos de la sociedad y de la propia Iglesia, a los cambios de regímenes políticos y a la gran reforma conciliar.
No hay fascismo alguno en las cofradías. Hace muchísimo tiempo, muchísimo, que terminaron el franquismo y el nacional-catolicismo. Dejen de hacer el ridículo. Oiga, que en España hay seis millones de hogares con dificultades para llegar a fin de mes según el último informe de Cáritas y, pese a todo, hay quienes de forma irresponsable quieren llevar al extremo sus odios heredados. Queipo y punto. No enfrenten más. Y no molesten a las cofradías, orgullo y timbre de gloria de una ciudad a pesar de los excesos en el folklore todo el año, a pesar de hallarse muchas veces en la frontera de la fe, a pesar de sus históricas rencillas entre unas y otras y hasta con la misma autoridad eclesiástica. El legítimo anhelo de justicia deja de serlo cuando está motivado por la venganza. No permitamos que enturbien una de las realidades más hermosas de la ciudad. Márchense con sus obsesiones a otra parte. La ley está cumplida. No se ha recurrido, no se ha discutido, no se ha hecho uso de los mecanismos del Estado de Derecho para evitar o retrasar sus disposiciones. Se ha cumplido con celeridad y discreción. No hurguen más porque no hay. Aquí sabemos convivir todos.
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