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JOSÉ María Ruiz-Mateos ha sido un personaje único, inclasificable. Las luces que alumbraron buena parte de su vida como empresario se fueron apagando paulatinamente y dejando espacio a las sombras en el crepúsculo pero su figura será siempre objeto de controversia, como sucede con las personas que no dejan a nadie indiferente, que acaparan la atención de fieles acérrimos y de detractores.
Enjuiciar su figura o su labor (más allá de lo que lo han hecho durante treinta años los tribunales) entraña el riesgo de caer en el reduccionismo porque, sencillamente, hay muchos Ruiz-Mateos: el empresario de éxito de su primera etapa, el de la expropiación, el de la Nueva Rumasa y el de la segunda caída del holding. El bodeguero, el banquero, el inmobiliario, el político, el religioso, el showman, el reo... Cada una de estas caras ha dejado un recuerdo en la historia reciente de nuestro país y lo ha configurado como un personaje singular, capaz de todo.
Y es que desde un principio Ruiz-Mateos estuvo siempre muy preocupado por su propia imagen, aunque la cultivase de manera bien distinta según el curso de los acontecimientos. Eso sí, antes y después de la expropiación en 1983 fueron unas constantes en su vida su paternalismo y su carácter populista, que le llevaron a recibir en muchas etapas grandes baños de masas por parte de trabajadores, ex trabajadores, defensores y admiradores.
Tras la decisión del Gobierno de Felipe González, el espectáculo mediático le acompañó ya siempre y en muchos casos, sobre todo al principio, con la simpatía general de los ciudadanos, algo que se pudo comprobar con la calurosa acogida que recibió Nueva Rumasa, pese a su planteamiento bien diferente al original. Que levante la mano el político local, de cualquier signo, que se resistió a tener al menos un contacto con alguna de sus empresas. Porque su imagen, pese a los circos en los que aparecía y sus reveses con la Justicia, se ha seguido vinculando hasta hace bien poco a la creación de puestos de trabajo. En Jerez fue considerado algo más que un héroe y si no llegó a ser alcalde fue porque no quiso o porque no le interesó. Su legado, aunque desdibujado, se puede apreciar en muchos edificios que siguen en pie en la ciudad que lo acogió y adoró pese a ser roteño de nacimiento. Esa relación tan especial explica que en Jerez el juicio ciudadano hacia su figura haya sido diferente al del resto de España hasta hace muy bien poco.
Ha sido en los últimos años, tras la nueva quiebra de sus empresas pero sobre todo a raíz del fraude de los pagarés, cuando se ha ensombrecido ese perfil que gozaba de cierta comprensión y muchos de sus defensores (que confiaron sus ahorros en esa operación) le han ido abandonando, incluso en Jerez, entre duras críticas. Este ha sido el epílogo de una larga historia en la que tal vez él no escribió en solitario los capítulos finales -que son aquellos con los que los lectores se acaban quedando- y vio cómo se derrumbaba definitivamente algo más que un entramado de empresas.
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