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El negocio del poder

Desde que inició su carrera política en 1979, Rodrigo Rato dirigió y controló desde las más altas instancias las instituciones, entidades y organismos a los que perteneció

El negocio del poder
Redacción

17 de abril 2015 - 05:05

A sus 66 años Rodrigo Rato sintió ayer en la nuca el calor y seguro que también el sudor de la mano de un policía en ese gesto tan cinematográfico de ayudar a un detenido a subir al vehículo que lo traslada a comisaría. Pero lo de ayer no era una película ni el episodio de una serie de TV. Era la realidad. Pasaban pocos minutos de las ocho de la tarde y el ex de tantos cargos (presidente de Bankia, de Caja Madrid, director gerente del FMI, vicepresidente primero del Gobierno, también segundo, ministro de Economía y Hacienda y diputado por la provincia de Cádiz) salía de su domicilio rodeado de agentes intentando que el semblante tardara en mostrar los primeros síntomas de demacración.

Lejanísimos debieron parecerle ayer los años dorados y fogosos en los que se hizo con las credenciales, vía provincia de Cádiz, de diputado en el Congreso. En 1982, tres años después de ingresar en Alianza Popular, Rato -bisnieto del ministro, diputado, senador y alcalde de Madrid Faustino Rodríguez-San Pedro y Díaz-Argüelles- no está dispuesto a ser una rama más de ese árbol genealógico. Acuñarán para él el término todopoderoso. Y también se hablará y escribirá sobre él como el economista español más internacional. Pero antes tendrá que forjarse en política. Serán tiempos en los que Rato no faltará ni un día a la cocina de AP. Nada se guisará en el partido en su ausencia. Y apuesta a ganador cuando en 1989 es uno de los notables que convencen a Manuel Fraga de que el hombre para resucitar a la derecha en España es José María Aznar.

Con éste como presidente, Rato acumula poder. Suya es la política económica que aplica el PP, partido en el que toda una corriente interna lo tiene como líder indiscutido y, sobre todo, como sucesor de Aznar cuando el presidente se marche. En sus memorias, éste ha dejado escrito que hasta en dos ocasiones Rato rechazó la sucesión, que estuvo dispuesto a aceptar a la tercera. Para entonces Aznar ya no lo tenía tan claro.

Y llegó Rajoy. Rato aceptó el número dos, pero por poco tiempo. El PP cayó derrotado en 2004 y él vio una salida en el exterior. Lo atrajeron las siglas rutilantes del FMI en Washington. Tenía cinco años por delante para dirigir la política monetaria mundial, y sólo duró tres. Dimitió. Contó que se había cansado. Y a los que más defraudó fue a sus correligionarios, que pensaban que regresaba para hacer política cuando volvía para hacer negocios.

Caja Madrid, después Bankia. Nada de minucias. Salida a Bolsa. Sueldos astronómicos. Tarjetas black... Y pérdidas de 2.979 millones. Otra dimisión. El mismo FMI -del que se había marchado- consideró a Bankia el tumor más grave del sistema financiero español. Y el Estado salió en su auxilio. En el de Bankia: Rajoy firmó la orden de salvación de la entidad y la defunción política de Rato.

El ex todopoderoso siguió intentándolo con los negocios. Pero la Fiscalía de Madrid está convencida de que son sucios y de que ha querido lavarlos con la amnistía fiscal diseñada por sus compañeros de partido, aquellos que lo quisieron tanto.

Rato, entre dos agentes, sale de su casa para subir al coche policial

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