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La crisis del mercado laboral
La generación perdida que Andalucía amasa EPA a EPA y trimestre a trimestre nada tiene que ver con aquella de los Hemingway, Faulkner, Dos Passos o Steinbeck que se bebía París allá por las entreguerras. La generación perdida andaluza no rellena novelas sino portadas en la prensa: 210.400 menores de 25 años desempleados en la comunidad y una tasa de paro del 55,09%, según la Encuesta de Población Activa del último trimestre de 2011. Contextualizadas, las cifras suenan aún peor: uno de cada cuatro jóvenes parados españoles es andaluz (hay 884.100 en todo el país). Para encontrar una tasa aún más deprimente, hay que viajar en la máquina del tiempo hasta el tardofelipismo, 1994, cuando la región se movía en un 55,62% (303.700 jóvenes). En términos absolutos, el año más negro fue 1987, con 316.800 parados.
Lo de la lost generation no es sólo un recurso estilístico. Es una frase utilizada por la OIT en su más reciente informe de perspectivas laborales. Y no se refiere a Andalucía, ni siquiera a España, sino al planeta entero. La tasa juvenil de paro se situaba en 2011 en el 12,7% a escala mundial. En 2007 estaba en el 11,7%. Ese punto extra supone cuatro millones más de parados. Cuatro millones para un total de 74,8. "Los jóvenes -describe la OIT- tienen casi tres veces más probabilidades de estar desempleados que los adultos. Además, se estima que 6,4 millones de ellos han perdido las esperanzas de encontrar trabajo y se han apartado del mercado laboral por completo". Ese "por completo" tampoco es gratuito. Ha obligado a la Comisión Europea a marcar el problema con el rojo de los asuntos prioritarios. Las reformas laborales no han sido hasta ahora demasiado salvadoras. José Luis Rodríguez Zapatero intentó frenar la hemorragia en enero de 2011 aumentando las bonificaciones por la contratación indefinida de trabajadores de entre 16 a 30 años; fomentando la conversión de contratos de formación y en prácticas en indefinidos; y ampliado de 21 a 24 años la edad en la que se les puede fichar con un contrato de formación. Doce meses después, el país sumaba 43.500 jóvenes más en paro.
Si los expertos nativos no dan con la tecla, quizás lo hagan los de fuera. Bruselas enviará misiones de asesores a los países con peores estadísticas, entre los que España es claramente la estrella. La juventud ha de lidiar además con el lastre de la temporalidad, más acusada que en otras franjas de edad, y con la losa del infraempleo (contratos en prácticas a los que sigue un adiós sin indemnización; la moda de los minijobs, que en Alemania funcionan con topes salariales de 400 euros al mes y jornadas semanales de apenas 15 horas).
Por si las moscas, o por si pudiera ayudar en algo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, presentará dentro de dos viernes su esperada y temida reforma, ésa que según él mismo le costará una huelga general. Nadie duda de que gran parte del esfuerzo se volcará en suavizar la estadística del desempleo juvenil.
España y Andalucía comparten ciclos laborales. Cuando a la primera le va bien, a la segunda también (aunque menos). Si el país sufre, más sufre la comunidad. Los tres agujeros negros de la historia reciente son el trienio 1984-1986; el lustro más uno que va de la Expo del 92 al segundo año al mando de José María Aznar (1997) y el zarpazo de la actual crisis, iniciada en 2008 y sin fondo aparente. En 1984, Andalucía acumulaba 271.500 parados jóvenes (54,14%), 289.100 (55,74%) en 1985 y 295.300 (54,07%) en 1986. El diferencial con el promedio nacional rondó los siete puntos porcentuales los dos primeros años y se disparó a casi nueve en el último.
El lustro más uno 1992-1997 es por ahora la mayor travesía del desierto de la región, con tasas de paro siempre superiores al 49%. Ni siquiera hoy, con cuatro años de crisis a cuestas, se han batido esas marcas. Andalucía despidió 1992 con 278.500 parados menores de 25 años y una tasa del 49,53% que treparía hasta el 55,32% en 1993 (307.300), aún empeoraría en 1994 (55,62% y 303.700 desempleados) e iniciaría un lento descenso en los tres años siguientes: 268.700 y un 52,20% en 1995; 263.900 y un 51,19% en 1996; y 249.500 y un 49,06% en 1997.
Desde entonces y hasta el sopapo de 2008, una curva menguante casi inmaculada (falló 2002) que permitió rebajar el paro juvenil al 20,79% (2006) en pleno idilio inmobiliario y cuando España (8,30%) y Andalucía (12,22%) presentaban las mejores tasas globales (de 16 a 65 años) de la era democrática.
Y la estampa final, la de ahora, la que más duele por lo que encierra de interminable: en 2007, cuando sólo EEUU se olía la dimensión del huracán económico, la comunidad autónoma exhibía unos números aceptables: 122.400 chicos sin empleo (24,33%). Cuatro años después, añade a la lista a otros 88.000. Andalucía es la lacra de España. Y España la de Europa: sus cachorros representan el 26,87% del paro juvenil de la Eurozona y el 16,09% del soportado en la UE-27. Consuelo siempre se encuentra: la nación (laboral) más nefasta del viejo continente apenas absorbe el 0,01% del desempleo de los jóvenes del planeta.
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