¿Es tan nuevo David Broncano? ¿No es más nuevo Marc Giró?
La democracia en crisis. Fundamentos económicos
Análisis
Democracia, economía de mercado y sistema de bienestar son los pilares básicos del modelo social europeo, entre los que ha de existir un equilibrio del que depende la estabilidad del conjunto
EL sistema europeo de bienestar, una de las piezas centrales de lo que conocemos como modelo social europeo, es el más avanzado que existe porque en ningún otro lugar del mundo el sector público garantiza la cobertura de tan amplio espectro de necesidades básicas a la población. Luis Moreno (CSIC, Documentación Social, 186 (2018)) estima que el gasto en bienestar en Europa en 2007, es decir, antes del gran colapso financiero internacional, equivalía al 25% del total del gasto público, mientras que en Estados Unidos y en el conjunto del mundo eran el 16 y el 14%, respectivamente.
Su origen habría que situarlo en el final de la II Guerra Mundial y más concretamente en el pacto no explícito entre las dos grandes corrientes ideológicas, democristianos y socialdemócratas, de añadir al modelo liberal heredado del siglo anterior las funciones propias del estado protector: derechos sociales y cobertura pública de las necesidades básicas a la población. El nuevo contrato mantiene, a diferencia del bloque comunista, al mercado como mecanismo responsable de la asignación de los recursos en los empleos más eficientes, pero pone en marcha un potente mecanismo de redistribución de rentas y asigna a la democracia parlamentaria la función de garantizar el cumplimiento de los compromisos.
Democracia, economía de mercado y sistema de bienestar son, por tanto, los pilares básicos del modelo social europeo, entre los cuales ha de existir un cierto grado de equilibrio del que depende la estabilidad del conjunto. El problema es que uno de ellos, la economía, es inestable por naturaleza y proyecta una constante amenaza sobre la sostenibilidad del modelo. Los ciclos tienen una fase crítica durante la cual se destruye empleo y se debilitan los mecanismos de protección social. La democracia y sus instituciones consiguieron levantar al continente de sus escombros de la gran guerra y sortear las consecuencias sociales de las diferentes crisis que se sucedieron durante el pasado siglo, hasta el gran colapso de 2008. En su análisis, L. Moreno sostiene que “la cuestión a ponderar es si la presente Edad de Bronce del welfare (2008- ¿?) podrá mantener los rasgos constitutivos del bienestar social consolidados en la segunda mitad del siglo XX”.
Si el sistema de bienestar pretende sobrevivir al deterioro de la calidad democrática deberá apoyarse en un tejido institucional independiente de ideologías
El colapso financiero internacional golpeó a la economía europea con tal intensidad que ha llegado a afectar hasta los cimientos del pilar de la democracia. Grecia fue el mejor exponente de la forma en que los derechos de pensionistas y el conjunto de las políticas sociales se vieron recortados ante la magnitud de la crisis de deuda soberana, que posteriormente se extendió por el resto del Mediterráneo europeo. Organizaciones radicales de izquierda y derecha encontraron en el recurso al populismo la oportunidad de acercarse al poder en los años más duros de la crisis. Syriza se convirtió en el primer partido de la oposición en Grecia en 2012 y se hizo con el gobierno en 2015, mientras que Fidesz-Unión Cívica es el partido con el que V. Orban gobierna en Hungría desde 2010. El ascenso de los radicalismos de ambos signos se extendió por el continente en los años posteriores y tuvo en el 15M español de 2011 uno de sus más diáfanos exponentes. Vox se estrenaría como grupo parlamentario tras las elecciones andaluzas de 2018 y Podemos entraría en el primer gobierno de Sánchez en enero de 2020.
Una de las marcas de clase del radicalismo político es la crítica al modelo social europeo, aunque desde diferentes posiciones. Tanto desde el rechazo a la injerencia de las instituciones europeas en los asuntos internos de cada país y la exaltación de la soberanía nacional, como desde la defensa de lo público y de la intervención política frente al mercado, el resultado de la deriva radical ascendente es la polarización del clima político y de convivencia en general. La consecuencia es el deterioro del tejido institucional que sostiene a la democracia, cuya contribución tan decisiva resultó en el pasado para proteger al modelo social europeo de los vaivenes de los ciclos económicos.
El deterioro de la calidad democrática es un fenómeno que se extiende por la Unión Europea socavando sus cimientos desde la crisis de 2008. En el caso de España el momento cumbre se alcanza con el referéndum catalán por la independencia en octubre de 2017, aunque el origen del proceso comenzara a gestarse mucho antes. En concreto con el pacto en 2012 entre Junts y ERC sobre un referéndum de determinación de corte populista, amparado en la asfixia de las finanzas públicas catalanas y el eslogan del “España nos roba”.
El modelo social europeo está permanentemente amenazado, y con ello el sistema de bienestar, por la inestabilidad contagiosa de los ciclos económicos. La importancia que desde las instituciones europeas conceden a las políticas de estabilización cíclica, es decir, a la fiscal y a la monetaria, se justifica precisamente por la trascendencia de sus consecuencias sobre la viabilidad del proyecto común. A los gobiernos corresponde la función protectora de intervenir cuando la economía se adentra en la fase crítica del ciclo y a las instituciones democráticas garantizar el colchón de estabilidad capaz de soportar el golpe y defender los derechos ciudadanos. Pese a ello, la de 2008 fue tan colosal que todavía resultan visibles algunas de las grietas en las estructuras de la democracia que aparecieron entonces y que posteriormente la crisis migratoria, la pandemia y la invasión de Ucrania se han encargado de mantener abiertas.
Si el potente sistema de bienestar europeo pretende sobrevivir al deterioro de la calidad democrática deberá apoyarse en un tejido institucional potente e independiente de ideologías. Si no es así habrá corrupción y grietas en el pilar de la democracia que solo los grandes protagonistas en la construcción del modelo social europeo, democristianos y socialdemócratas, están en condiciones de cerrar. Para ello tendrían que ponerse de acuerdo, aunque la infección por el virus de la polarización lleva a desconfiar de su voluntad de hacerlo.
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