Análisis
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“La cerveza artesanal nos ha dado la vida”. Dicho por una alta ejecutiva de Heineken como Sagrario Sáez, responsable de Innovación, puede sonar extraño. Pero tiene sentido. La diversificación de la oferta, con estas minifábricas, ha sido brutal en los últimos años y las grandes multinacionales no sólo se han apuntado al carro, sino que han abrazado el fenómeno recuperando viejas marcas. Sucedió en Andalucía con Cerveza Victoria, relanzada por Damm con una fábrica en Málaga, y ahora Heineken hace lo mismo con El Alcázar, muy ligada a Jaén, y también con El Aguila, en este caso una cerveza muy madrileña pero que en su momento de apogeo tuvo plantas por toda España y llegó al 30% de cuota en los años 60.
Ambas habían desaparecido en los últimos años, por diferentes razones. En el caso de El Aguila, pertenecía a Heineken desde 1984 y a partir de 2000, cuando la multinacional holandesa adquirió Cruzcampo, fue retirándola poco a poco del mercado para introducir Amstel, con fórmulas como Águila Amstel, hasta quedar sólo Amstel. Lo explica Sagrario Sáenz: “Hace unos años la tendencia global era muy importante. Era lo que demandaba el mercado y seguramente fue la decisión correcta en su momento. Si el cambio se dilató fue porque el consumidor llevaba el Águila en su corazón”.
El caso del Alcázar fue algo diferente. Era propiedad de Heineken –entró en su portfolio tras comprar Cruzcampo– pero ésta tuvo que venderla en 2007 impelida por las autoridades de Competencia. La adquirió Ibersuizas, que comenzó a comercializar la enseña aunque la producción se mantuvo en la fábrica La Imora de Jaén. En 2015 dejó de hacerlo y ahora Heineken vuelve a resucitarla. Desde esta misma semana ya se puede encontrar en tiendas y beber en bares de Jaén y Granada.
Heineken ha buscado con estos relanzamientos una reconexión con el mercado local, una vuelta al origen. “Ha salido un nuevo consumidor que prefiere comprar la fruta al de la esquina y eso ha hecho que las marcas locales se hayan convertido en muy relevantes”, afirma Sáez. En Madrid, El Aguila es el barrio de Delicias, donde se conserva intacta la antigua y bella fábrica (incluso con parte de la maquinaria), que es hoy un centro cultural. El Alcázar no hace referencia a otra cosa que al castillo de Santa Catalina de Jaén, que también se llama Alcázar Nuevo. La marca está tan identificada con la ciudad que en los últimos años ha nacido un movimiento, el movimiento Artcázar, que ha pretendido recuperar esta marca a través del arte. En marzo de 2018, 40 artistas y coleccionistas, con el apoyo de Heineken, expusieron obras y piezas relacionadas con la mítica cerveza en el Museo Provincial de Jaén.
Tanto El Águila como El Alcázar están ya en la calle. La primera en botella y barril y la segunda –que se ha hecho de rogar y por eso Heineken ha tenido que acelerar– sólo en botella de 33 centilitros, de momento. La cerveza de Jaén está ahora mismo dando sus primeros pasos, y la madrileña, pese a su origen, se ha extendido ya por gran parte del territorio nacional, porque la memoria de la marca recorre toda España. En Madrid se encuentra en 6.000 puntos de venta, en 5.000 en el Levante y el resto, unos 1.000 se distribuyen en Cantabria, Asturias, Badajoz, Zaragoza y, en lo que toca a Andalucía, Córdoba, donde se hizo la cerveza durante muchos años en la fábrica La Mezquita. En lo que respecta a El Alcázar, su ámbito de influencia es menor, pero Sagrario Sáenz ya anticipa que ha habido reuniones con distribuidores para llegar a la Costa del Sol, donde también hay recuerdo de la cerveza. Como principio, Heineken actuará según demanda del consumidor. Allá donde haya demanda, ahí llevará sus dos marcas.
¿Cómo son las nuevas El Águila y El Alcázar? ¿A qué saben? En el Caso de El Águila, hay dos variedades, El Águila Lager Especial y El Águila Especial Sin Filtrar. La primera está elaborada con los ingredientes originales, con un 5,5% de volumen, “fácil de beber y muy equilibrada, que combina la intensidad de la malta caramelizada con la frescura de una mezcla de lúpulos”, informa la cervecera. La segunda es similar pero sin filtrar, “lo que significa que la levadura permanece en la cerveza”. Se sirve siguiendo una liturgia: hay que girar la botella –no agitarla– para despertar la levadura sedimentada en el fondo. Si es de barril, se transporta boca abajo hasta el bar y se debe quedar así hasta que se sirva. Esta cerveza, “con mucho cuajo y una intensidad particular”, según Sáenz, es la primera lager del mercado sin filtrar y la primera, lager o ale, de una gran cervecera.
El Alcázar, por su lado, recupera el color verde de la botella original de 1928, y tiene un toque amargo “ligeramente floral y cítrico”, producto de un lúpulo especial de 2007 que se añade al final del proceso de ebullición. La idea de Heineken es fomentar entre los agricultores jiennenses el cultivo de este lúpulo, igual que ocurre con el proyecto de la cebada entre olivos, para fortalecer el vínculo de esta cerveza a su tierra.
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