Análisis
Santiago Carbó
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El más que probable fracaso del súpercomité encargado de reducir el déficit de Estados Unidos devuelve la incertidumbre económica a Washington, y subraya el enfrentamiento frontal entre republicanos y demócratas en el Congreso.
Uno de los doce miembros del súpercomité, el republicano John Kyl, reconocía que es "bastante dudoso" que se alcance un acuerdo bipartidista para reducir el déficit fiscal en 1,2 billones de dólares, tal y como se les había encomendado.
Pese a que tanto los republicanos como los demócratas se negaban a arrojar la toalla y afirmaban estar abiertos a nuevas conversaciones el domingo, ambas partes reconocía que apenas quedaba tiempo para completar su trabajo antes de la fecha límite del miércoles 23 de noviembre. "En el tiempo que nos resta deberíamos alcanzar un acuerdo, redactarlo, y que sea evaluado por la Oficina de Presupuestos del Congreso para final del lunes", afirmó con escepticismo Jeb Henserling, congresistas republicano por Texas y uno de los presidentes del súpercomité.
Lo cierto es que la superación de las diferencias nunca pareció próxima desde que fuese designado el pasado mes de agosto, tras la agónica negociación entre la Casa Blanca y el Congreso para evitar que Estados Unidos se declarase en suspensión de pagos y se permitiese elevar el techo de la deuda en última instancia. El pacto incluía una serie de recortes automáticos en defensa y programas sociales, vacas sagradas de republicanos y demócratas respectivamente, por un valor conjunto de 1,2 billones de dólares a partir de 2013 de no alcanzarse un acuerdo.
Los demócratas han mantenido, en la línea con el presidente Barack Obama, que el equilibrio de las cuentas públicas debe proceder de "sacrificios compartidos" por republicanos y demócratas, que incluyesen una eliminación de las exenciones fiscales.
Por contra, los republicanos, crecidos tras su victoria en las elecciones del Congreso de hace un año en las que retomaron el control de la Cámara de Representantes, se han atrincherado tras el argumento de que el aumento de los impuestos desalienta la inversión y la creación de empleo en un momento de frágil recuperación económica.
Esta supuesta espada de Damócles de recortes inmediatos que pendía sobre el supercomité finalmente parece no haber servido de nada, ante las justificaciones de congresistas de ambos lados del espectro político en las que se insinuaba que era mejor no llegar a un acuerdo que alcanzar un mal acuerdo. Tampoco han funcionado las llamadas del presidente Barack Obama a "pensar en grande y por el bien del país", quien en esta ocasión no se ha implicado personalmente, como sí hizo en verano, para tratar de acercar posturas.
Queda por saber cómo se tomarán los mercados financieros este nuevo capítulo de incapacidad por parte del Congreso de Estados Unidos de alcanzar un consenso que permita encauzar las cuentas públicas y encauzar el galopante déficit. Todo ello con el panorama de fondo de inestabilidad financiera que se proyecta desde Europa, con tres países rescatados con ayuda internacional (Grecia, Irlanda y Portugal), y las crecientes tensiones sobre la deuda amenazando economías más grandes como Italia, España y Francia.
Después del circo político del pasado verano, en palabras del portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, las agencias de calificación de crédito redujeron la nota de Estados Unidos por primera vez en la historia moderna.
La derrota del supercomité prolonga el misterio sobre el futuro de las cuentas públicas estadounidenses y augura nuevas batallas políticas en el Congreso a finales de diciembre, cuando expira la prórroga de los beneficios sociales por desempleo aprobada meses atrás por el presidente y una inminente subida de impuestos sobre la nómina. Además, añade combustible a la campaña electoral por la Casa Blanca del próximo año en la que Obama buscará la reelección mientras que los republicanos, aún con candidato por decidir, tratarán de aprovechar de aprovechar la endeble situación económica para recuperar el poder.
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