Fernando Faces
Perspectivas económicas: España 2025
Durante este año que se acaba, en Alemania y en otros países del centro de Europa, se han celebrado numerosas manifestaciones religiosas y reuniones académicas, para celebrar el V centenario del nacimiento del protestantismo. El 31 de octubre de 1517, el agustino Martin Lutero colocó en la puerta de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis en las que criticaba la corrupción en el Vaticano y el tráfico de indulgencias, por las que los pecadores podían ser redimidos si pagaban a la iglesia.
No me corresponde comentar las consecuencias religiosas que deparó este cisma en la Iglesia católica, pero las consecuencias económicas del protestantismo luterano han tenido una influencia extraordinaria en la divergencia y el crecimiento a largo plazo, entre regiones europeas que abrazaron la nueva doctrina y las católicas. El protestantismo tuvo una influencia inmediata y resulta clave en el nacimiento económico del mundo occidental.
Hace ya un siglo, el sociólogo Max Weber indagó en las relaciones entre la ética protestante y el nacimiento del sistema capitalista. Las investigaciones económicas que se han realizado durante los últimos años, no dejan lugar a dudas acerca de las profundas transformaciones que experimentó Centroeuropa.
Las epidemias que asolaban el continente de forma continuada eran combatidas por la iglesia católica construyendo más iglesias para que las masas fueran a rezar. Por el contrario, en las ciudades en las que el protestantismo había triunfado, los escasos recursos disponibles fueron utilizados, en gran medida, en la construcción de escuelas y hospitales, que mejoraban la salud y educación de la población.
Esa diferente utilización de los recursos públicos inició la secularización de la economía, alejándola de los usos eclesiásticos que de forma masiva venía siendo la norma en toda Europa.
El protestantismo señalaba un camino de salvación que no requería la compra de indulgencias ni la utilización de esos recursos para la construcción de más iglesias o para el mantenimiento del gran aparato burocrático de la iglesia católica. Una de las consecuencias, fue la secularización a gran escala de cientos de monasterios que, en algunas zonas, controlaban hasta la tercera parte de las tierras.
El protestantismo significó el nacimiento del mundo occidental, no sólo por la nueva asignación de recursos señalada, sino que produjo una transformación profunda en las mentalidades de los ciudadanos. Lutero insistió, desde los inicios de la reforma, en la necesidad de que todos los creyentes leyeran la Biblia directamente. Él mismo, tradujo la Biblia al idioma germánico medieval, sin notas aclaratorias a pie de página y utilizando la imprenta para su difusión a gran escala.
La traducción al alemán y la utilización de la imprenta facilitaron extraordinariamente la lectura del texto sagrado. Además, la ausencia de anotaciones en las páginas, tenía como objetivo permitir la interpretación personal del lector sobre lo que leía, estimulando la inteligencia y evitando ser guiado en la lectura por las autoridades eclesiásticas.
Esa situación perduró durante siglos. En España, George Borrow, difusor protestante de la Biblia por Europa, encargó la impresión del texto traducido al español sobre el año 1835. Poco después fue detenido y encarcelado en Sevilla. Durante siglos, las traducciones se limitaron al Antiguo Testamento o solo a partes del Nuevo, generalmente traducidas e impresas fuera de España.
No sólo la traducción a lenguas vernáculas y sin notas permitió una gran difusión del texto; también contribuyó de manera muy importante a la alfabetización de la población. Hasta bien entrado el siglo XX, en Suecia y en Alemania, los sacerdotes responsables de las parroquias protestantes, tomaban la lección semanalmente de un capítulo de la Biblia a los feligreses de sus parroquias, a los que visitaban en sus casas. La presión psicológica y la fuerza moral que los sacerdotes han ejercido siempre sobre la población hacían que los feligreses leyeran la Biblia y aprendieran a leer. Como contraste, en España o Italia, era el sacerdote el que, en la homilía, daba conocer a los creyentes el contenido de la Biblia. No era necesario saber leer.
El resultado es que, a principios del siglo XX, en Suecia el analfabetismo había prácticamente desaparecido, en Alemania era del 25% (mayoritariamente en las zonas católicas) y en España e Italia era todavía del 55%.
Tenemos que añadir que la positiva evolución tanto de la asignación de recursos para fines civiles como la enorme mejora en la alfabetización no tuvo lugar en todas las zonas en las que triunfó el protestantismo. Hubo zonas protestantes en las que los recursos continuaron asignándose a la construcción de iglesias y siguieron padeciendo los mismos problemas sanitarios y educativos, esto es, epidemias y población analfabeta.
No fue, por tanto, sólo un problema religioso, sino también de cambio institucional que favoreciese la libertad de pensamiento y de crítica, que permitiera avances en el conocimiento científico.
La mejor formación de la población que aprendía a leer y el entorno de libertad de pensamiento propiciaron movimientos de población hacia las áreas protestantes. La Reforma significó el triunfo de la razón, el pensamiento crítico y el uso del método científico, y ese entorno atrajo a los ciudadanos con mejor formación, que asesoraban a príncipes y empezaron a nutrir del mejor capital humano a las universidades. Además, muchos dejaron de estudiar teología para formarse en profesiones seculares, relacionadas con el derecho, el comercio y la ciencia.
Las consecuencias económicas comparadas para las zonas reformistas y no reformistas han sido extensamente estudiadas. Las primeras han crecido sistemáticamente por encima de las segundas, tanto en PIB como en población, desde el siglo XVI. Una de las conclusiones fundamentales de estas investigaciones es que la Revolución Industrial no habría tenido lugar en Alemania durante el siglo XIX, de no haber podido contar con una población educada, que entendiera la ciencia y la tecnología asociada a los nuevos tiempos.
Como en tantos otros aspectos de nuestra historia, España llegó muy tarde.
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