Fernando Faces
Perspectivas económicas: España 2025
Análisis
Sevilla/Ayer hemos celebrado el día de la Hispanidad. Una conmemoración que a no pocos les parece rancia en su forma y en su propósito, el de recordar unos hechos históricos de los que, según ellos, no deberíamos sentirnos orgullosos. Muchos, simplemente, han celebrado que haya caído en viernes para así sumar el festivo al fin de semana. Y otros han aprovechado la efeméride para manifestar su sentimiento nacional, sobre todo en las redes como habrán visto. Es cierto que, en el pasado, durante la dictadura, se producía toda una exaltación de las pasadas glorias imperiales y es probable que ello todavía siga influyendo en el pensamiento de muchos o en su percepción del significado de este día, hayan vivido o no durante el franquismo.
La realidad fue que un emprendimiento español, pilotado por un no español, según los expertos, dio lugar a un descubrimiento sin precedente, nada menos que un gran continente inesperado, en tiempos en los que se creía saber, más o menos, cuál era la superficie emergida de la tierra y no habían faltado relaciones entre sus territorios. Era inevitable que América fuese conocida, y alterada su condición, en algún momento, y nos cupo a los españoles ser los protagonistas.
Pero tengo para mí que lo más extraordinario no fue la conquista en sí misma. En realidad, no parece que haya sido un asunto de grandes gestas militares, sino de arrojo, valentía, ambición y capacidad de intriga de un limitado número de personas. En los libros de Historia no ocupan lugar grandes batallas en América, a diferencia de lo sucedido con la formación de anteriores imperios.
Desde luego, es asombroso que tan pocas personas llegasen a dominar un continente, o gran parte de él. Sin embargo, lo que me parece extraordinario y debería de constituir motivo de orgullo fue nuestra capacidad de organizar al modo occidental y de administrar tan vastísima región. Una región que en su parte sur ofrece de todo menos facilidades para las comunicaciones, debido a la orografía y a otros factores. Aún hoy en día hay una parte intransitable, la selva –tapón– del Darién, entre Panamá y Colombia.
Decía que es sorprendente con las comunicaciones de entonces cómo unas instrucciones emitidas, por ejemplo, por Felipe II en el Escorial, eran transmitidas y cumplidas en lugares a varias semanas de navegación y no poco tiempo de viaje por tierra. Asimismo, la organización y el control del transporte de mercancías en las dos direcciones, aún con inevitable contrabando, resulta digno de admiración aún hoy en día. Y, por mencionar sólo un caso, resulta también de admiración la organización de los aprovechamientos mineros, bastante bien estudiada.
La percepción que algunos tienen, que no dudan en calificar de genocidio y rapiña lo que hicimos, me parece muy equivocada y de creyentes a pies juntillas de lo que dejó escrito (o inventado) el padre Las Casas.
Era inevitable la búsqueda de aprovechamiento económico, a la vez que la vocación civilizatoria según nuestra religión y valores. Pero esto ha sucedido casi siempre así en la Historia, y visto lo sucedido en otros territorios también colonizados, gran parte de África, por ejemplo, los resultados han sido buenos.
No creo que sea justo achacar las deficiencias institucionales que existen en algunos países hispanoamericanos a nuestra herencia, hace mucho tiempo que son independientes y hace mucho tiempo que se sabe qué instituciones favorecen el progreso económico y social y cuáles no lo hacen.
Hemos tenido diferentes etapas de relación con Hispanoamérica. Fue lo más importante del Imperio y era inevitable contemplarlo así. Las sucesivas y también inevitables independencias fueron provocando un impacto económico en la economía española que no supimos suplir debidamente, entre otras razones por nuestro deficiente proceso de industrialización.
La languidez se apoderó de nosotros tras las últimas independencias, pero pronto fueron vistos esos territorios como tierra de oportunidades para personas que difícilmente podrían construir en España una vida económicamente aceptable. Los gallegos sabemos mucho de eso, cuando la emigración era la única forma de salir de la pobreza. Y en tiempos más recientes, numerosísimos hispanoamericanos han venido a construir su vida en España, y en muchos casos huyendo de su país para poner a salvo su propia vida.
Es cierto que un elevado porcentaje está realizando tareas profesionalmente modestas, pero tengo confianza en que sus descendientes sepan aprovechar las oportunidades de progresar que ofrece la educación en nuestro país. Además, nuestra tendencia demográfica es bastante preocupante y sólo podremos mantener o acrecentar la población con un volumen significativo de inmigración. Y aquí hay una gran ventaja en compartir el idioma y, en general, los valores. La evidencia demuestra la mayor facilidad de integración de los inmigrantes latinoamericanos frente a los de otras procedencias.
Paro los intercambios no son sólo de personas, también lo son de inversión y comerciales, éstos cada vez más importantes. En los años noventa los españoles nos llevamos la sorpresa de ver que teníamos empresas de talla internacional en algunos sectores, cosa que ahora ya damos por sabida. Y en esos años hubo una corriente liberalizadora en no pocos países sudamericanos que animó un importante volumen de inversión española allí dirigida; en buena parte mediante la adquisición de empresas públicas y empresas privadas existentes.
Las primeras avanzadas fueron, como es natural, de grandes empresas, que disponían de los recursos para introducirse en esos países y, no menos importante, de recursos para hacer frente a un fracaso si éste se producía. Adolecimos, según cuentan quienes vivieron aquello, de un exceso de arrogancia y de no querer comprender bien la institucionalidad y usos del país huésped, lo que causó algunos problemas a empresas significativas.
Lamentablemente, no parece que entonces haya habido una política de facilitar la presencia de sus proveedores españoles o de facilitar la llegada de empresas de menor tamaño, siquiera facilitándoles su capital relacional. Y no hubo una firme política de Estado para amparar las iniciativas del empresariado español. Cierto es que desde 1986 nos debemos a los acuerdos comerciales de la Unión Europea, pero es también cierto que no hemos querido o no hemos sabido impulsar la política de la UE hacia Latinoamérica. Creo que, dadas las circunstancias del Mundo, el actual sería momento para hacerlo.
Los años de crisis económica en España, como es sabido, provocaron la movilización de empresas españolas hacia el exterior, bien asentándose en otros países o bien intensificando su acción comercial internacional. Y en esto las cifras revelan que estamos teniendo éxito. Según nuestra fuente estadística de Comercio Exterior, Datacomex, en 2000 fueron 30.700 las empresas que exportaron a los países americanos de habla hispana (lo que excluye Brasil), con un montante económico de 7.000 millones de euros.
En 2017 fueron casi 69.000 los exportadores, que dieron lugar a una cifra de exportación hacia allá de 15.200 millones de euros. Los volúmenes según países, como es natural, son muy dispares. El principal destino en 2016 ha sido México, 4.500 millones de euros, seguido en la región por Brasil (2.500), Chile (1.500), Cuba (no se sorprendan, 1.000 millones), y Colombia y Argentina, ambas receptoras de unas exportaciones del orden de 950 millones.
Creo, sinceramente, que este esfuerzo económico y personal bien merecería una política de Estado sólida, firme y mantenida en apoyo de la actividad empresarial; más allá del apreciable trabajo que realiza el ICEX. Hispanoamérica está, en las dos direcciones, en nuestro destino como país.
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