Análisis
Santiago Carbó
Algunas reflexiones sobre las graves consecuencias de la DANA
la crisis del euro Mañana se conocen los tests de estrés a la banca, cuyo impacto en los inversores es una incógnita
A mediados del siglo pasado, cinco familias se repartían la ilegalidad en Nueva York. Aunque la mafia contaba con un comité de nueve sabios para arbitrar las políticas de los bajos fondos en EEUU, los conflictos estaban asegurados. A Europa le pasa lo mismo: hay tantas voces, y a veces tan contrapuestas, que cualquier decisión de mediano calibre -no digamos ya una de calado, por ejemplo, la salvación del euro- implica un tortuoso, lento y complejísimo debate cuyo resultado final equivale habitualmente a cero. Ayer volvió a ocurrir: pese a los esfuerzos del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, por convocar mañana de urgencia al Eurogrupo para tratar la debacle griega y el contagio a España e Italia, las diferencias afloraron de nuevo y dejaron las cosas como estaban.
El mundo económico, entretanto, continuó girando, y lo hizo a velocidades de vértigo: Fitch adjudicó a Grecia la peor nota, una triple C que equivale a admitir la posibilidad real de quiebra. Irlanda consideró una bofetada nacional la inesperada rebaja del rating perpetrada por Moody's. "Cumplimos con todas las metas que nos pone el Fondo Monetario Internacional (FMI)", se lamentaba el ministro de Finanzas, Michael Noonon. Londres pidió "actuaciones decididas" a sus socios comunitarios. Italia reforzó su lista de tareas con un ahorro extra de 25.000 millones sobre las cantidades inicialmente previstas (40.000). En España, el Senado rechazó el techo de gasto que el Gobierno propone para 2012. Desde Washington, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advertía que el prolongado debate en la Zona Euro sobre la ayuda adicional a Grecia y la participación de los acreedores privados en el segundo paquete de rescate al país es un "enorme problema" para generar confianza en la economía helena. Y Alemania, la omnipresente Alemania, no descarta que el actual fondo de rescate, conocido como Fondo Europeo de Estabilidad Financiera sea utilizado por los países miembros para recomprar sus propios bonos, mientras recordó que cualquier solución a la crisis debe contar con el respaldo del BCE sin ningún "tabú".
El lenguaje diplomático de Bruselas, a pesar de sus giros enfáticos, sus adjetivos grandilocuentes y sus palabras melifluas, parece tener el mismo efecto que una gota de agua en el desierto: su evaporación es casi inmediata. Da igual quien sea: S&P, Moody's o Fitch llevan más de un año poniendo en jaque a los 27 socios, al BCE y a todo aquel que pretenda hacerles frente. Ni la comisaria de Justicia del bloque, Viviane Reding, ni el comisario de Mercado Interior, Michel Barnier, que han lanzado una cruzada contra la presunta "inmoralidad" de estas agencias, han logrado frenar los tentáculos de este pulpo de tres brazos que parece dirigir a la Eurozona desde la sombra, a golpe de boletines.
Bruselas no se atreve a admitir que es, quizás, la ausencia de un mensaje nítido del Eurogrupo, del BCE, de la Comisión Europea o incluso del gobierno económico europeo en la retaguardia (Berlín), el origen del problema. La falta de acuerdo del Eurogrupo en su reunión del lunes, situación repetida el martes en el Ecofín en torno al segundo rescate griego, que parece haber quedado postergado a septiembre, el rechazo de Berlín y La Haya a una nueva reunión en Bruselas y los ataques casi diarios de las agencias de rating vaticinan un panorama más que preocupante de cara a mañana, cuando se conozcan los tests de estrés a la banca.
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