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Alo largo del tiempo los avances científicos y tecnológicos han sido muy patentes. El movimiento de las primeras máquinas de vapor sin intervención de fuerza humana o animal, los sucesivos avances en los motores y sus aplicaciones al ferrocarril y a los automóviles o la magia de un avión volando ofrecían una extraordinaria visibilidad.
En la actualidad podemos percibir algunas de las manifestaciones de esas nuevas tecnologías. Los ordenadores que utilizamos en la actualidad son mucho más rápidos que los que usábamos hace 20 años. Vemos a robots que cumplen tareas domésticas. Los dispositivos actuales nos permiten movilidad geográfica, entre otras manifestaciones visibles.
Sin embargo, muchos de los avances que en la actualidad genera el mundo de internet, son invisibles. Residen en el interior, en las tripas mismas de la tecnología. La Inteligencia Artificial, las conexiones entre máquinas que permiten a estas aprender o la computación en la nube representan avances extraordinarios que no vemos, aunque podamos percibir sus resultados.
Desde hace unos diez años se ha ido desarrollando una nueva tecnología Blockchain o de cadena de bloques que está llamada a provocar una revolución dentro del mundo de internet y de las posibilidades que ofrece la digitalización de la información. Esta semana, el Catedrático de Economía y empresario Adolfo Castilla, nos ilustró sobre el Blockchain, en una conferencia impartida en el Observatorio Económico de Andalucía.
El Blockchain consiste en un conjunto de tecnologías (encriptación, P2P, etc.) que permite a los ordenadores gestionar información compartiendo y distribuyendo un registro, de manera sincronizada y descentralizada entre todos ellos, de manera que la información contenida en los registros sea irreversible e inmodificable, otorgando una gran seguridad a la información introducida.
Una comparación con un libro mayor de contabilidad nos ofrece una imagen sobre el funcionamiento de la cadena de bloques. Imagine que introduce un registro con una información cuantitativa, introduciendo el número 100. Posteriormente introduce 200 y por último, otros 100. El importe acumulado, 400, pasa a la siguiente página y seguimos añadiendo cifras. Si usted modifica cualquiera de los registros, tendrá que cambiar todas las páginas en las que se acumula esa cantidad. Al haberse distribuido esa información entre un número enorme de partícipes en un asunto en particular, tendrá que modificar también esos nuevos datos en miles de páginas de otros usuarios. Una tarea imposible.
Si en lugar de introducir números, escribimos un texto, el cambio tendrá que ser distribuido entre los miles de usuarios, tarea también imposible. Esa relación entre todos los jugadores implicados en los distintos registros, configuran a la cadena de bloques como una gran red a semejanza de las actuales redes sociales, pero con objetivos muy distintos. No se trata de relacionarse para divertirse, sino de asegurar operaciones entre distintos agentes involucrados en una determinada transacción.
La aplicación más conocida son las monedas virtuales. En particular, el Bitcoin, cuya tecnología subyacente es la cadena de bloques. Esta moneda virtual -y otras que han surgido- permite transferencias entre particulares sin utilizar la red bancaria. Esto permite reducir los costes de transacción para empresas, particulares y el conjunto de la economía. Solo si el regulador interviniera para asegurar la veracidad y fiabilidad de las operaciones, se generaría un coste para las partes, lo que reduciría notablemente su utilidad.
Los jugadores que quieran utilizar la cadena para realizar pagos tendrán que contar inicialmente con un monedero (wallet). Un primer jugador quiere enviar dinero a un segundo. La transacción es representada en forma de bloque. La transacción es enviada a todas las partes interesadas. Los miembros de la red comprueban que la transacción es válida. El bloque es añadido a la red, que asegura un registro transparente e imborrable. El segundo jugador recibe entonces el dinero.
Pero además de transacciones financieras, el Blockchain permite, en teoría, configurarse como la tecnología que asegure la prestación de múltiples servicios que ahora se llevan a cabo con un coste elevado y considerable consumo de tiempo.
En la actualidad, el almacenamiento en la nube a gran escala (Dropbox, etcétera) es susceptible de ataques informáticos. El uso de la cadena de bloques aseguraría la eliminación de ese riesgo. En la actualidad, nuestras identidades físicas la mostramos mediante un DNI o, más avanzadamente, a través de reconocimiento facial. El uso de la cadena permitiría una identificación digital, al ser imborrables e inmodificables todos nuestros datos. La tarea de los notarios o registradores garantizando la propiedad de las cosas o la validez de transacciones, podría llevarlas a cabo la cadena. El seguimiento de una cadena de suministros y la prueba de su procedencia puede controlarse también mediante esta tecnología. De hecho, hay una empresa que de manera experimental lo está realizando para transporte de mercancías entre el puerto de Singapur y el de Algeciras. Hay muchas más.
No obstante, no creemos que algunas de estas funciones vaya a desplazar completamente el papel de algunos agentes. Por ejemplo, los notarios continuarán certificando, acreditando o verificando transacciones comerciales. Ningún Estado moderno hará desaparecer esta figura. Tampoco los registradores serán desplazados como custodios de los títulos de propiedad privada por agentes privados.
Ahora bien, lo que si puede realizar la cadena es una reducción extraordinaria de los costes de transacción para los agentes interesados, de manera que si es previsible que estos agentes la utilicen. Ya está ocurriendo para algunas tareas en California y Delaware en EEUU, así como en Singapur y Corea.
El uso de esta tecnología, inicialmente, es para expertos. Pero como sucede con otras, la evolución de la misma será cada vez más amistosa con los usuarios y muchos terminaremos aprendiéndola y usándola. Y, en segundo lugar, surgirán empresas especializadas que realizarán las tareas más complejas.
Ya hemos inventado el motor de explosión y los aviones. Pero las innovaciones en el mundo digital causan también asombro.
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