Manuel, hace unos días, al volante de un autobús de Tussam, en Sevilla.
Manuel, hace unos días, al volante de un autobús de Tussam, en Sevilla. / José Ángel García

Sevilla/Abengoa tiene aproximadamente unos 90.000 accionistas. El capital está muy atomizado y es extremadamente heterogéneo. Decenas de miles de ellos son inversores particulares. Trabajadores que decidieron apostar no sólo por la renta variable para que su dinero produjese, sino por una empresa puntera andaluza y española. Una seña de identidad de la industria nacional, pionera del desarrollo de las energías renovables. Todos ellos viven ahora angustiados. Atrapados por la situación que vive la multinacional, cuya cotización está suspendida desde el 14 de julio por decisión de la CNMV, que intentaba, hasta ahora sin éxito, un rescate financiero que separaría el grupo de la matriz, la histórica sociedad que este mes cumplió 80 años de la que son los dueños, que iría a liquidación. Si eso ocurre, lo perderán todo. Ahorros de toda una vida.

Varios de esos partícipes han accedido a compartir con este diario sus angustias, miedos y consecuencias que sufren ante el temor de perder su inversión: depresiones, desahucios, divorcios, conflictos laborales y familiares. Aunque mantienen una mínima esperanza. Todos forman parte de la sindicatura de accionistas que han forzado una junta general extraordinaria –que está a punto de ser convocada–, para que uno de esos propietarios, Clemente Fernández, se ponga al frente del señero grupo andaluz y trate de salvar tanto a la compañía como su inversión.

Promediar a crédito

Manuel nació, en 1964, y vive en Sevilla. Es conductor de autobús en la empresa municipal de transporte urbano Tussam. Y es accionista de Abengoa (16 millones de títulos de la clase B). Hijo de familia muy pobre, sus padres quedaron huérfanos desde pequeños, emigró a Alemania. Ha conducido autobuses por toda Europa. Hace unos años, por añoranza, volvió a Sevilla.

Todo lo que había ahorrado en sus años de emigrante y parte de lo ganado ya como retornado a su ciudad está en riesgo. Ha llegado a invertir en Abengoa 270.000 euros, aunque ahora tiene comprometidos unos 90.000 euros. “Lo aposté todo a una empresa sevillana, con el propósito de ayudar en nuestra tierra”, dice reconociendo que uno se sus errores ha sido no diversificar el dinero destinado a invertir en renta variable.

“Empecé a invertir en 2015, y a partir de ahí empezó mi pesadilla”, afirma compungido. “He ido promediando hasta 2020, metiendo dinero que se esfumaba, hasta el famoso 14 de Julio de 2020 en el que se excluyó a la acción de cotizar”, relata, para explicar una práctica común entre los accionistas minoritarios de las cotizadas. Cuando el valor de la acción está muy por debajo de la inversión que hicieron, compran más acciones para promediar la inversión y poder recuperar cuando la acción supere ese promedio.

En el caso de Manuel no sólo tiene comprometido el ahorro de su vida laboral: “Pedí un préstamo de 50.000 euros a ocho años para promediar, el cual seguiré pagando religiosamente al BBVA”, lamenta. Ahora, sin ahorros y con su salario comprometido por esta inversión, “además de la ruina económica” sufre “insomnio, tristeza, ansiedad y preocupación permanente”.

Con la crisis de 2015 en Abengoa, logró sacar su inversión, que no era muy alta, sin quedar afectado por la dilución del 95% que afectó a los accionistas de entonces en la reestructuración que permitió levantar el preconcurso en que estuvo la compañía. Pero tras ejecutar esa refinanciación, como muchos de los accionistas que ahora están atrapados, volvió a invertir en Abengoa. “La empresa se había reestructurado y volvía a tener futuro, eso decía Gonzalo Urquijo”, afirma admitiendo sentirse, como todos los que participan en el reportaje, “engañado, estafado”. “Han intentado dejarnos a cero”, señala indignado, y remacha: “Por ahora no lo han conseguido, pero seguimos en riesgo”.

Decidió unirse a la rebelión de accionistas que se agruparon en Abengoashares. Y aunque le costó mucho decidirse, también se ha sindicado. “Tenía muchas dudas porque temía no poder disponer de mis acciones si nos hacían una oferta por ellas”, pero finalmente se ha sindicado. “También me he adherido a la querella de Benjumea”, señala en relación a la acción penal iniciada por Inversión Corporativa, la empresa que las familias fundadoras de Abengoa usaban para controlar la empresa. Hasta 2017, IC tenía la mitad del capital de Abengoa.

Ambas iniciativas las secunda para seguir luchando, aunque admite que le da “vergüenza” decirlo: “Doy casi por perdido lo que invertí, que por cierto, era todo lo que tenía. Y empezaré de cero”.

José Luis está hundido: perdió su casa y sus ahorros.
José Luis está hundido: perdió su casa y sus ahorros. / M. G.

Sin casa y sin ahorros

José Luis (Madrid, 1971) está literalmente arruinado por su inversión en Abengoa. Siente que no sólo ha perdido su dinero, también su casa, su pareja: su vida. Trabajador desde los 15 años, entonces como aprendiz de protésico dental, ahora es operador informático. Vive en casa de una hermana. Siempre fue ahorrador, con el objetivo de prosperar dignamente, poder tener casa, hijos. Al principio, sus ahorros los tuvo en cuentas remuneradas, pero desde la Gran Recesión, en 2007, comenzó a invertir en Bolsa: “Por mediación de un compañero de trabajo, siempre empresas del Íbex y grandes: Santander, Iberdrola… cuando conseguía pequeñas plusvalías salía y si me pillaba pues esperaba”. Un buen día se fijó en Abengoa, “una empresa del Íbex y auditada por Deloitte, grandes proyectos por todo el mundo de energía solar y desaladoras… qué podía salir mal, nada”, rememora.

Sus ahorros de 15 años, más de cien mil euros, están comprometidos por su inversión en Abengoa desde 2014. “Nada era verdad: cuentas mal auditadas y mil triquiñuelas de Benjumea; después la frustrada entrada de Gestamp, operación que hundió el Banco Santander, que destituyó a Benjumea y metió a Urquijo, el que dijo que venía sin chaqueta de ningún banco: otra mentira y así infinitas”. Cuando la acción bajó hasta 0,22 euros (tiene más de un millón de la clase B) sólo quedaba “asumir pérdidas o promediar”. “Y promedié”, se lamenta. También tiene 300.000 warrants, fruto de la dilución del 95% en 2017, otra promesa incumplida que terminó por hundirle anímicamente. “Si no he perdido el trabajo es porque mis jefes conocen la situación y me han ayudado”, relata agradecido.

Se queja de que nunca nadie ha defendido al accionista, ni los sucesivos gobiernos “ni varios presidentes de la CNMV”.

José Luis admite que incluso valoró el suicidio, hundido por esta situación: “Te ves en el puente de Segovia mirando cómo hacer para quitar las mamparas y saltar”.

“Ni siquiera soy capaz de poder plasmar todo el dolor, sufrimiento, lágrimas… y la tortura a que nos sometieron…”, resume, escarmentado de oír a quienes les dicen a los accionistas que esto les “pasa por jugar en bolsa”. “Yo no jugué en bolsa yo invertí en una gran empresa española, no lo entienden”, concluye.

Ester, en proceso de divorcio, tuvo que hipotecar su casa.
Ester, en proceso de divorcio, tuvo que hipotecar su casa. / M. G.

Ester (Madrid, 1963) invirtió a partir de 2017. “Tenía unos ahorros, que en parte provenía de un dinero que me dejó mi madre en herencia”, y siguiendo el proceso de reestructuración de Abengoa, cuyos pasos componen la hemeroteca que la compañía tiene colgada en su sala prensa, vio una serie de hechos que le llevaron a invertir: “Incremento de resultados netos, previsión de duplicar ingresos, reducción significativa de la deuda, todos alentadores en una compañía de futuro, internacional, Marca España, de soluciones tecnológicas, desarrollo sostenible en sectores punteros como infraestructuras, energía y agua”, explica su decisión de invertir unos 30.000 euros en varios tramos.

En proceso de divorcio, admite que la inversión fallida ha influido. “Yo nunca he invertido dinero que me hiciera falta para vivir”, señala antes de relatar que de haber podido desbloquear su inversión no habrá tenido que hipotecar su casa para comprar la parte indivisa que no le pertenecía.

Como otros accionistas, Ester es consciente de que si la Junta de Andalucía no hubiese bloqueado el rescate planteado por la dirección de la compañía en agosto, “ya lo habríamos perdido todo”, porque habrían consumado la ruptura societaria del grupo, separando todos los negocios y activos de la matriz, y ésta, que está en preconcurso desde el 18 de agosto, estaría en liquidación. Ester se muestra muy crítica con la actitud que el PSOE andaluz ha tenido en esta crisis, por presionar al Ejecutivo actual para que facilitase el rescate que habría hecho irreversible la ruina de los accionistas.

Sergio quiere volver de Belfast a Valencia si recupera su inversión.
Sergio quiere volver de Belfast a Valencia si recupera su inversión. / M. G.

Proyecto de vida truncado

Sergio (Valencia, 1987) ha visto truncado su proyecto de vida porque decidió invertir sus ahorros de emigrante en Reino Unido en Abengoa. Propietario de diez millones de acciones B, en las que invirtió unos 120.000 euros. Hoy valen 64.000, pero están, como las de todos, bloqueadas y en riesgo cierto de convertirse en cero.

Después de estudiar ADE, Sergio optó por salir de España en mayo de 2016. Vive en Belfast desde 2018, donde tiene dos trabajos. Uno en horario de oficina y un segundo en un restaurante. Invirtió por primera vez en Abengoa cuando cotizaba a unos 0,20 euros. “A medida que baja el valor, como confías en la empresa, promedias con la intención de salir lo antes posible al mínimo rebote”, explica antes de añadir: “Eso me ha llevado a esta situación”.

El proyecto de vida de Sergio es volver a España, a Valencia, y montar su propio negocio: “Una academia de inglés, un sueño”. De lo que pase con Abengoa depende su futuro. Como los demás, vive angustiado por ello.

Herencia que se esfuma

Fernando (Llovera, 1936) posee más de un millón de acciones de la clase A de Abengoa, compradas a partir de 2018 “como una inversión para poder dejarlas a” sus “hijos y nietos”. Una herencia que está en el aire, a punto de esfumarse. “Invertí porque que creo que tenía mucho provenir”, confiesa a sus 85 años, y recuerda que los 30.000 euros que invirtió le “representó un terrible esfuerzo” que ahora puede perderse.

“La empresa por su capacidad, patentes y talento creo que es para salvarla si es necesario con la ayuda del Estado, pues una empresa así no se fabrica de la noche a la mañana y éste sería el primero beneficiado”, razona.

Félix, natural de Vizcaya y de 49 años, es licenciado en Psicología, aunque tiene un trabajo mileurista en una empresa de servicios. Invirtió en julio de 2015 promediando para poder recuperar la depreciación de la primera inversión. Tenía gran ilusión con la empresa por su gran proyección internacional. A día de hoy la inversión total realizada asciende a 90.000 euros. Desde que se suspendió la cotización en julio vale 31.000 euros aproximadamente, prácticamente el importe del crédito bancario de 30.000 euros que pidió para poder promediar. Todos sus ahorros y la deuda están en peligro. Tiene el piso embargado desde 2010. Está en tratamiento médico por depresión y ansiedad desde julio pasado por Abengoa.

Fernando (Orense, 1986), también vive angustiado porque puede perder los 40.000 euros que metió en Abengoa creyendo en su potencial, el mismo que aseguraba tener la cotizada, que ahora ni siquiera presenta las cuentas.

La lista de afectados llenaría varios periódicos. Miles de vidas en angustia permanente pendientes de lo que pase con Abengoa.

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