La vertiginosa bondad de la locura
El otro partido
El desorden táctico en un continuo duelo de transiciones, mezclado con la excitación del sevillismo, genera el ambiente ideal para un triunfo mágico.
El vértigo es el riesgo, la adrenalina es la emoción y la locura es la magia en el fútbol. La locura planeó ayer en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán primero en los alrededores y luego, simultáneamente, sobre la grada y sobre el césped. La locura en el fútbol puede significar muchas cosas, tanto en emociones como en parámetros tácticos. Desde pasión, euforia, ilusión, lágrimas incluso que una cita como la de ayer producía en cada uno de los 35.000 sevillistas que teñían de rojo el santuario nervionense, hasta las continuas idas y venidas que un partido abierto, roto, desordenado... La excitación ofrece alternativas que nunca dará un encuentro controlado en lo táctico por los dos equipos.
De la euforia al desorden, del descontrol en la pasión que había en las gargantas a la desorganización que las continuas pérdidas de uno y otro equipo producía algo que, sencillamente, se llama un partido loco.
Pero en ese duelo de transiciones ganó el Sevilla. Son las dos fases del juego (la de defensa-ataque y la de ataque-defensa) en las se producen los espacios, las situaciones de uno contra uno, el juego vertical... en definitiva, las que favorecen al que tiene más calidad, recursos y físico y ahí el Sevilla se supo mover mejor que la Fiorentina. Era como una conexión continúa. Mientras el sevillismo vivía la noche con las emociones a flor de piel, en el campo los profesionales se movían como pez en el agua en ese ir al filo de navaja.
Lo que son las cosas. A veces un susto, un fallo, que la frecuencia cardiaca suba a 180 por un error, acaba siendo la clave para ganar un partido. El fallo de Kolodziejczak en un balón que le dio a Salah hizo posible la desorganización del equipo italiano, que olió sangre y fue a apretar para acompañar el avance del egipcio. En la siguiente transición el Sevilla encontró los huecos para que llegara el primer gol de Aleix Vidal. Y un lateral es el jugador que más puede pescar. Lo hacía un Daniel Alves que a menudo era el que generaba esa locura, y lo hizo ayer el catalán, el hombre del partido.
En el segundo tanto pasó lo mismo. El juego de transiciones creó la atmóstera idónea. Entre el robo, otra pérdida, otra recuperación... entre Reyes y Badelj, la situación favoreció al equipo que más cerca de la portería estaba y más intensidad puso en la acción. Otra vez el desorden, la locura, el vértigo... situaciones y sensaciones que estuvieron presentes todo el partido y que convirtieron en mágica una noche inolvidable para el sevillismo, como otras tantas que quedan en el arcano de una afición y un club que lleva esta competición en la epidermis, en el ADN y también a la hora de plasmarlo todo en el campo. Hasta el vértigo y el desorden se ponen la bufanda roja.
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