La teoría del hormigón y la dinamita
Final · Holanda-España
Holanda aspira a su primer Mundial con una generación que recuerda al pasado
No entraba en las apuestas para llegar a la final de la Copa del Mundo, pero Holanda se ha ganado ese privilegio a base de buenas maneras. Sus números hablan por sí solos, ya que ha sido la única selección que ha vencido sus seis compromisos previos a la decisiva batalla, aunque siempre, a excepción de ante Dinamarca (2-0), con una pizca de incertidumbre hasta el final.
El gran trabajo de Bert van Marwijk, un desconocido de los banquillos a nivel mundial ya que tan sólo ha logrado dos campeonatos de liga holandesa con el Feyenoord, viene de lejos. La oranje acumula una increíble racha de 25 partidos sin conocer la derrota.
Si de algo ha pecado Holanda a lo largo de su historia es de no contar con el mismo potencial defensivo que ofensivo. En Sudáfrica el escalón parece que se ha reducido unos cuantos centímetros. La pareja Mathijsen-Heitinga ha dado la consistencia necesaria en el centro de la zaga, mientras que la experiencia de Van Bronckhorst, en el costado izquierdo, y la velocidad y el descaro de Van der Wiel (seguido muy de cerca por grandes como el Barcelona), han creado por delante de Stekelenburg un muro macizo. Aun así, el pico y la pala de España deben ser más contundentes que el hormigón tulipán.
Van Marwijk es sabedor de ello, por eso establece un doble pivote de contención (más crema de ladrillo) por delante de la primera línea de cuatro. Coloca a su yerno, Van Bommel, y a De Jong para agilizar la salida rápida del balón y liberar de labores defensivas a los cracks naranjas.
El del Bayern Múnich se encarga de bombear la gasolina de la maquinaria holandesa, por lo que cuando su motor comienza a gripar su selección acusa un bajón importante. Sus 33 años han supuesto que haya perdido parte de las cualidades que le han llevado a ser una de las referencias en su país en la última década. Si el toque de los bajitos de España es el habitual, no habrá señales de su juego.
La potencialidad de Holanda se multiplica de la mitad del campo en adelante. Ahí, un elenco de estrellas brilla, cada una con luz propia. Desde la legendaria oranje que conquistó la Eurocopa de por entonces Alemania Federal en 1988, y en la que figuraban leyendas como Van Breukelen, Rijkaard, Ronald y Erwin Koeman, Gullit o Van Basten, la selección de los Países Bajos no atesoraba tanta calidad.
Sneijder ha asumido los galones reservados, a priori, para Robben. El jugador del Inter aspira a convertirse en el mejor jugador en Sudáfrica después de llevar a su selección a la final y anotar cinco goles. De lograr el Mundial, completaría la mejor de las temporadas posibles tras ganar Liga y Copa en Italia y la Liga de Campeones.
Robben, por su parte, viene pecando de individualista, como casi siempre, pero forma parte de esa especie en extinción que es el extremo a la vieja usanza, y su desborde es magistral.
La trilogía de la línea que el seleccionador establece por detrás de un único punta la completa Kuyt. Sin la exquisita calidad de los anteriores, el del Liverpool aporta pundonor, trabajo y esfuerzo, además de una dosis de confianza que le permite estar siempre en su sitio.
Van Persie, en sus inicios extremo, ha sido reconvertido a delantero. No es su puesto, pero su categoría es incuestionable. Mucho cuidado tendrán que tener Piqué y Puyol con él si no quieren que les haga un desaguisado.
El banquillo puede ser el talón de Aquiles de Holanda. Sus componentes, a excepción de Van der Vaart, no ofrecen el nivel de los titulares. Pero no es el momento de pensar en ello. Holanda tiene ante sí su tercera oportunidad, tras el 74 y el 78, de ser campeona del mundo. La suerte no le ha acompañado: la mejor España estará enfrente.
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