La suerte de jugar como un campeón (0-2)
Liga europa: Fiorentina - Sevilla · la crónica
El Sevilla convierte las finales europeas en su hábitat natural tras barrer a una Fiorentina que asiste impotente a la exhibición. La estrategia finiquita la emoción antes de la media hora con sendos goles.
El Sevilla se adornó para retornar a ese hábitat natural que lo ha situado al nivel de los grandes equipos del fútbol europeo. El equipo de Unai Emery no sólo hizo bueno el tres a cero con el que se presentaba en Florencia, sino que, además, convirtió en un verdadero guiñapo a esta Fiorentina que tantos piropos había acumulado por los jugones que tiene en su plantilla. Como también fueron elogiados por su calidad el Borussia Mönchengladbach, el Villarreal y el Zenit de San Petersburgo, pero el fútbol es mucho más que el lucimiento y el toque y este Sevilla, el de Emery, ya se ha convertido en un clásico en las finales europeas, algo que lo conduce a saber manejar todo tipo de situaciones sin alterarse.
La exhibición de ayer en Florencia fue espectacular. Gritaban como si les fuera la misma vida en ello los 30.000 aficionados violas que se dieron cita en el Artemio Franchi con la intención de imitar, en eso también, lo que habían protagonizado los sevillistas sólo siete días antes en el Ramón Sánchez-Pizjuán y hasta ahí, hasta lo que se puede copiar, llegó la Fiorentina. Porque después está el fútbol, lo que protagonizan once hombres por cada equipo vestidos con camiseta y pantalón corto y calzados con unas botas, y en eso no hubo ninguna mimesis posible. La legión del Sevilla se convirtió en el verdadero dominador de la situación en esta ciudad renacentista.
Porque el dominio de la situación ejercido por el Sevilla no sólo fue propio de un campeón, también lo era de un equipo grande, de una orquesta perfectamente afinada que poco a poco va minándole la moral a su adversario. Así fue en este segundo acto, Montella había apostado por un planteamiento casi suicida con tres centrales y ¡toda la banda derecha para Joaquín! Emery oteó el horizonte, no pestañeó siquiera y sacó al campo a sus mejores hombres en una disposición de las piezas preñada de coherencia. Cuatro zagueros con Krychowiak y Mbia apoyando por delante para que todos los espacios quedaran herméticamente cerrados para los anfitriones. Y arriba Banega dirigía la orquesta con el trío integrado por Aleix Vidal, Bacca y Vitolo dispuesto a picar a la mínima que tuvieran. Y, por supuesto, Sergio Rico, un joven aspirante a porterazo echando el candado en última instancia, como en el balón que le sacó a Gonzalo Rodríguez en un cabezazo a bocajarro.
El Sevilla, que ya se había podido poner por delante antes de alcanzar el minuto uno en un córner rematado por Coke y al que incluso le escamotearon un claro penalti de Gonzalo Rodríguez a Aleix Vidal en el seis, se acabó de asentar en el terreno de juego con esa gran parada de Sergio Rico. A partir de ese momento ya no habría otro equipo en el terreno de juego. La ocupación de los espacios por parte de la legión de Unai Emery era una lección de fútbol moderno, en la que todos están en su sitio y en la que cuando surge el inconveniente de que un rival tenga una opción de tiro allí que van dos o tres leones para tapar cualquier disparo.
Y cuando ya estaba controlada la situación de manera irritante incluso para los aficionados locales, llegó el momento de recordar otro concepto que le dio muchos réditos a los blancos y que en este curso había aparecido algo menos, el balón parado. Minuto 22, falta lateral sacada por Banega y Bacca remata en el área pequeña; minuto 26, falta frontal botada otra vez por Banega y Coke prolonga para que Carriço finiquitara definitivamente aquello. El campeón había golpeado sin dar siquiera la opción a que la Fiorentina llegara a creer.
Porque lo que llegaría después sería un verdadero paseo para los hombres que vestían de blanco. El efecto efervescente del arranque viola se había asemejado al de una gaseosa. Una vez abierta, se le fue todo el gas muy pronto, entre otras cosas porque enfrente tenían a una escuadra que era infinitamente superior. Banega, con dos escuderos fortísimos por detrás, comenzó a dominar la situación y, en césped perfecto para jugar al balón, le daba una lección de control de la pelota a Borja Valero, Matías Fernández y Pizarro. El argentino, aunque tuvo alguna pérdida innecesaria, sólo alguna para que el porcentaje de aciertos no fuera del ciento por ciento, movió a los suyos y permitió que las contras volvieran a aparecer.
Pero tampoco había mucha necesidad de arriesgar, aquello estaba más que sentenciado desde el ecuador del primer periodo y tampoco era cuestión de gastar más fuerzas de las necesarias teniendo en cuenta que aún estaba pendiente esa final de Varsovia. Tanto es así que Emery entendió que en el momento en el que había visto una tarjeta amarilla Banega no tenía ningún sentido arriesgarlo a la segunda y perderlo para la final. Lo tuvo algún tiempo en el campo, pero con la orden de que ya no debía meter la pierna jamás.
El trámite de la segunda mitad se jugó porque no se ha inventado el partido que se suspenda por la superioridad de un equipo sobre otro, pero difícilmente se podrá presenciar una semifinal con menos condimento en el guiso. El Sevilla, el CAMPEÓN con mayúsculas, se había ganado el derecho a disfrutar de su cuarta final de la Liga Europa en diez años, algo que no está siquiera al alcance de la crema del fútbol europeo. Y es que cuando se llega a disfrutar en este hábitat en el reino de los elegidos el goce llega a ser infinito. El Sevilla no sólo se ha quitado de en medio a la Fiorentina, también había noqueado antes al Borussia Mönchengladbach, al Villarreal y al Zenit en una prueba palpable de la suerte que lo acompaña. De la suerte, sí, de la suerte de disfrutar de Bacca, Krychowiak, Mbia, Carriço, Gameiro, Aleix Vidal, Vitolo, etcétera. Bendita suerte de jugar como un verdadero campeón.
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