Una situación irreconducible y otra de difícil conducción
Cuando se habla de reconducir una situación habría que preguntarse a cuál de ellas nos referimos cuando se habla del Sevilla. Si nos centramos en la relación Jiménez-afición, se puede convenir que difícilmente la ecuación tiene visos de despejarse de manera positiva para el técnico. Si, por el contrario, nos encaminamos a analizar el momento deportivo y las posibilidades de la plantilla, habría que matizar que, considerando que el Sevilla se encuentra en un profundo bache de ideas en cuanto a concepto de juego, sí habría que aclarar que no encender las alarmas también sería conveniente porque la situación que vive el equipo que todavía entrena el de Arahal es envidiada por muchos y que caer en octavos de final de la Champions no está al alcance de cualquiera.
Pero, entonces, cabe preguntarse. ¿Los males del Sevilla son achacables a Jiménez o al modelo escogido por sus rectores? ¿La situación actual es culpa de la gestión que el técnico hace de los recursos humanos de que dispone o de la planificación deportiva?
El golpe del martes ha puesto aún más difícil la continuidad de Jiménez la temporada que viene porque, si ya el ambiente estaba viciado, la atmósfera es ahora irrespirable. En la situación actual pesan mucho más los fracasos que los éxitos. Es decir, Jiménez podrá ganar la Copa del Rey goleando al Atlético y dejar al equipo tercero, que no tendrá mérito su trabajo. Es imposible. En su fuero interno ya lo sabía antes de medirse al CSKA y por eso está trabajando en su salida desde hace tiempo.
Y para que se haya llegado a este punto hay factores en los que él no ha influido -como que nunca caló en el sevillismo, ni como jugador- y otros en los que sí, fundamentalmente su tormentosa relación con la prensa, erosionada en muchas ocasiones por el excesivo celo con que defendió (Mosquera, Romaric...) el mismo modelo de esos rectores que ahora se plantean si seguir manteniendo la bandera del jimenismo contra viento y marea.
En cuanto a la otra situación también hay que valorar cómo la política de fichajes ha abocado al proyecto a un estilo de juego que, por mucho que haya sido el orgullo de los sevillistas, aparece desfasado. Las bandas y los dos delanteros estáticos se antoja como un modelo casi suicida que además nadie utiliza ya. Pero ni las bandas ni los delanteros. Ningún equipo juega con dos puntas (salvo el Atlético) y ningún equipo juega con extremos puros porque por simple cuestión de geometría son más fáciles de contrarrestar que el juego interior y los apoyos en zonas del campo que ofrecen dos salidas de balón y no sólo una (tiranía de la cal). Y ahí, en el juego interior cuya función también es ofrecer una salida a Navas y compañía, es donde la planificación puede haber chirriado por cuanto Renato no tiene sustituto. Cuentan que en verano Monchi, Del Nido y Jiménez se debatían entre el gol (Negredo) y la creación (Kuzmanovic). Pesó el primer supuesto por populismo y quizá también para obligar al técnico a alinear a dos delanteros...
Completa el atasco la inoperancia para el robo de balón, faceta destinada a Zokora, que acaba haciéndolo en terrenos equivocados. El factor sorpresa no existe porque el Sevilla no roba arriba, tampoco en el centro, sino en zona defensiva, por lo que no hay contragolpes y todo se hace más y más previsible. Por último, la edad de la plantilla. La generación de 2005 se agota. Palop tiene 36 años; Dragutinovic, 34; Renato, 30; Kanoute, 32; Luis Fabiano, 29… y de los fichajes de peso que han llegado la mayoría pasaban de 27 (Zokora, Squillaci, Stankevicius…).
No es para deprimirse, pero sí que todo invita a una revisión profunda del proyecto y no sólo en el puesto del entrenador. Pero que no haya precitación. Todo eso se hace en verano. Ahora, lo que prima es competir y el Sevilla, con todos los factores negativos enumerados, lucha por sus objetivos, aunque no como a todo el mundo le gustaría.
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