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Dos puertas a la Champions (2-1)

Sevilla-almería · la crónica

El Sevilla despierta tras el descanso, remonta con dos goles de Iborra y acabará cuarto si gana en Málaga y no lo hace el Valencia en Almería.

Foto: Juan Carlos Muñoz
Juan Antonio Solís

17 de mayo 2015 - 20:50

La cuarta plaza, esa zanahoria de oro que ha perseguido con fe el Sevilla toda la temporada, aún estará al alcance del pujante equipo de Unai Emery en el broche de la Liga en Málaga, cuatro días antes de la gran final de Varsovia. Dos goles de Iborra en la segunda parte sofocaron al animoso Almería, que regresó a su tierra en puestos de descenso, y como el Valencia no fue capaz de repetir esa remontada ante el Celta en Mestalla, los sevillistas se plantarán en La Rosaleda, el próximo sábado, con todo el derecho a ilusionarse con acabar cuartos.

Siempre, absolutamente siempre, sale a flote este Sevilla. Y se encarama a la cresta de la ola. Su dinámica ganadora es arrebatadora, irresistible. Es como uno de esos héroes de las películas de aventuras a los que las balas les rozan el cráneo y que jamás muerden el polvo. De nada le sirve al enemigo salir con el cuchillo entre los dientes, dejar claro que sus urgencias son mucho mayores, como pasó con la puesta en escena del Almería. Al final, la película siempre acaba con un happy end para los sevillistas, que se han encontrado de propina con otro éxodo de ilusión, éste mucho más cercano y habitual que el polaco: a La Rosaleda.

Allí, ante un Málaga que depende del Athletic para acabar séptimo -y los vascos reciben en San Mamés a un Villarreal en chan-clas-, Unai Emery va a disponer un equipo muy parecido al que saltó a la hierba de Nervión ayer: Figueiras, Arribas, Fernando Navarro, Iborra, Reyes, Denis, Gameiro...

Un equipo que sin ser el que defienda la corona ante el Dnipro el 27 de mayo, tendrá trazas competitivas. Un equipo, eso sí, que debe aprender la lección de la primera parte que perpetró ante el Almería. Y lo peor, ante un sevillismo que pobló en buena medida las gradas a pesar del sofocante calor.

Poca sensibilidad con los asistentes al espectáculo tuvo el Sevilla en los primeros 45 minutos. Desde las primeras acciones se vio quién era el que se jugaba la permanencia y quién era el que tenía ya la mente en una final europea que se anunciaba para dentro de diez días.

Entre ir de verdad a por la pelota e ir con el temor a un mal golpe media tanto que, de repente, un equipo capaz de sumar 70 en 36 jornadas se vio a merced de otro que en ese trayecto acumuló 32. ¡38 menos! Y 38 puntos son muchísimos. Tantos que esta temporada te sirven para mantener la categoría.

Esa manifiesta superioridad sevillista en la tabla no se reflejó ni por asomo hasta que Vicandi Garrido ordenó la reanudación del juego. Al equipo que venía de hacerle un acumulado de 5-0 en una semifinal europea al quinto de la liga italiana le faltó salir al campo en bañador estampado y con un mojito en la mano. O un zumo de frutas tropicales, por si alguno se molesta.

La pareja Mbia-Iborra, lejos de tabicar los pasillos interiores para que Arribas y Kolodziejczak no sufrieran, siempre estaban desajustados. La dispersión del camerunés -ayer tocaba su cara B, tras su poderosa cara A de Florencia- hizo que todo el andamiaje de Emery se viniera abajo. Al Almería le bastó con apretar con agresividad en cada disputa y recordar a los sevillistas que no hace falta un percance muy violento para irte a la enfermería y permanecer de baja diez diítas. Así, el partido se fue cociendo, bajo un sol justiciero, en el mediocampo de Sergio Rico.

Los medios Thomas, Corona y Espinosa, éste algo más descolgado, empezaron a tejer el juego y a encontrar con facilidad las vías hasta Thievy y Zongo, cuya movilidad y conexión trajo en jaque a la circunstancial -aunque lógica y justificada- zaga que eligió Emery. Y en una de esas acometidas, con Mbia persiguiendo sombras sin acelerar, Thievy abrió a Zongo, éste penetró hasta el corazón del área y se la devolvió con toda la ventaja para que fusilara a Sergio Rico. La única llegada del Sevilla en la primera parte fue un balón de Reyes a Gameiro, quien sin ángulo chutó duro a las manos de Rubén. El francés quedó tumbado en la hierba, doliéndose. Y la grada compartió en ese momento el temor que rezumaban los jugadores en cada acción.

Todo cambió en la segunda parte. En la caseta, Emery tocó el resorte adecuado una vez más. Algo ayudaría el 0-1 provisional en Mestalla. Y los cambios del preparador vasco hicieron el resto: Tremoulinas por Fernando Navarro en el 57, Aspas por Arribas en el 58. Mbia de central por Arribas y Banega más atrás, viéndolo de cara. Todo encajó de nuevo. Ayudó ese balón al poste de Zongo en el 55: esa bala que pasó rozando el cráneo. El héroe se salvó de nuevo. Tremoulinas abrió un pasillo, Banega invitó a Figueiras a hacer lo propio por la derecha, Aspas cargó de trabajo a los centrales. E Iborra actuó otra vez de supremo llegador. El Sevilla se encaramó de nuevo a la ola, batió su récord de puntos y mantiene dos puertas abiertas a la Champions. Una de plata, en Málaga, y otra de platino, en Varsovia.

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