A por la proeza de 2004

El Sevilla tiene idénticos números a falta de cuatro jornadas que el equipo de Caparrós que se metió en la última jornada en la UEFA. La diferencia de goles actual, clave entonces, es inferior a la de aquel año.

Medel, Reyes, Fazio, Deivid y Manu del Moral muestran su disconformidad hacia una decisión de Velasco Carballo durante el partido con el Levante.
Medel, Reyes, Fazio, Deivid y Manu del Moral muestran su disconformidad hacia una decisión de Velasco Carballo durante el partido con el Levante.
Eduardo Florido / Sevilla

23 de abril 2012 - 05:02

Real Madrid, Betis, Rayo Vallecano y Espanyol. Estos cuatro equipos conforman el difícil calendario que afrontará el Sevilla para buscar el clavo ardiendo al que agarrarse de la Liga Europa, un reto menor que, en el mejor y más optimista de los casos, no paliará el fracaso de no cumplir el objetivo marcado, porque la Champions se le escapó prácticamente con el frustrante empate ante el Levante. Aunque a estas alturas y visto lo visto sería un regalo digno de ser apreciado una nueva clasificación continental. El Sevilla no da más de sí y sólo hay que realizar una estadística comparada con los últimos tiempos, esos ocho años de clasificación europea de los que tanto presume José María del Nido, para ratificar la realidad de una decadencia ya confirmada. Porque el Sevilla no tenía tan escaso bagaje de puntos y victorias desde hace ocho años, precisamente desde que se inició el ciclo de éxitos.

Los números no engañan y dejan un significativo y sintomático paralelismo. A falta de cuatro jornadas, el equipo que ahora adiestra Míchel acumula 46 puntos, gracias a 12 triunfos y 10 empates, que se completan con 12 derrotas en las 34 jornadas disputadas, con 41 goles a favor y 39 en contra. Curiosamente, el Sevilla de hace ocho años, aquel de Joaquín Caparrós que fue el primero en abrir las puertas de Europa en la era de Del Nido, también sumaba a estas alturas 46 puntos, 12 victorias, 10 empates y 12 derrotas, aunque tenía un mejor bagaje goleador de 49-42. Cuando sólo faltaban cuatro jornadas, aquel conjunto al que insuflaban energía los goles de Julio Baptista, estaba décimo en la clasificación y tenía complicado colarse en la Copa de la UEFA. Pero un apretado sprint final culminó con un éxito celebradísimo por una afición que no se imaginaba aún lo que iba a vivir en los años venideros. El sevillismo explotó de alegría la noche del 23 de mayo, con aquel triunfo sobre un Osasuna extramotivado pese a que no se jugaba nada y que incluso hizo derramar sangre, literalmente. Fue la noche del mordisco de Webo a Javi Navarro y de la roja a Pablo Alfaro por recibir un puñetazo de Bakayoko. La noche en la que Julio Baptista hizo estallar Nervión con el gol que metía al Sevilla en Europa tras una larga travesía de sinsabores.

Tan lejos hay que retrotraerse para encontrar una situación similar a la que vive ahora el Sevilla, un equipo que, desde entonces, jamás ha estado a estas alturas fuera de Europa. En la jornada 34, el Sevilla era quinto el curso pasado (52 puntos); quinto, el anterior (54); tercero en 2009 (60); sexto en 2008 (52); tercero en 2007 (64); sexto en 2006 (56); y tercero en 2005 (58). Como para no hablar de decadencia y de fin de ciclo. O, al menos, de reinicio de ciclo, si en las cuatro jornadas que restan el equipo es capaz de realizar una remontada similar a la de hace ocho años. Lo tiene difícil.

Hay dos inconvenientes con respecto aquel tiempo de ilusión. Entonces el Sevilla tenía una diferencia de goles a favor de +7, y ahora sólo es de +2, y el goal average general fue clave para superar al Atlético en la lucha por la UEFA, porque ambos equipos terminaron con 55 puntos, sexto y séptimo. El particular estaba igualado, como ahora. Además, el calendario fue más afable. Venció en casa al Athletic (0-2), vio ganar la Liga al Valencia en Nervión (0-2) y ganó al Albacete (1-4) antes de la mágica noche ante Osasuna. Ahora, el Sevilla, fundido física y mentalmente y mermado por las lesiones, ha cambiado la motivación de aquel grupo hambriento por la presión de querer ser un grande. Es el tributo del tiempo y del éxito.

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