El privilegio de los que suman
Paso importante de Cristóforo e Immobile desde la segunda línea.
Los entrenadores siempre los recuerdan públicamente porque cumplen una función importantísima para la armonía de un equipo de fútbol. Son gente por lo general tranquila, alguno de sangre más caliente -sobre todo los delanteros- y tienen la tranquilidad necesaria para trabajar esperando su oportunidad. Los que no gozan habitualmente del rol de la titularidad, los que tienen que convivir siempre con especulaciones sobre su salida, los que acuden a entrenar día a día sabiendo que salvo que se alineen los astros no serán titulares... también tienen su momento en cada temporada y de estar preparados o no depende que esa oportunidad se vaya al limbo o que de verdad sirva para algo.
Son carne de especialistas de la psicología aplicada al deporte de élite (que los hay y muy buenos), pero por regla general aceptan su rol y tratan de sumar desde su posición, eso sí, con la maquinaria bien engrasada. Sebastián Cristóforo y Ciro Immobile han acabado el año demostrando que estos futbolistas cumplen una función primordial en el fútbol. Se trata de trabajar en silencio para cuando son reclamados tener la moto ya arrancada y a punto. Si un futbolista se refugia en lamentaciones, excusas, sensación de negatividad... cuando el entrenador lo reclame perderá un tiempo clave en montarse en la moto, prepararla para arrancar, calentarla... mientras otros ya han dado el primer acelerón y están en la segunda curva.
Los que suman, suman todo el año y la recompensa llega. El Sevilla-Espanyol dejó dos muestras -cada una con sus condicionantes- de las que hacen que un cuerpo técnico se sienta orgulloso de su trabajo, quizá mucho más que cuando llega un triunfo sonado, sobre todo porque tiene un gran valor para el futuro. Especial fue el caso de Cristóforo. Con menos de cien minutos en lo que va de Liga y una prueba en la Copa ante un rival de Segunda B, el uruguayo aprobó con sobresaliente el examen que la quinta amarilla de Krychowiak en el derbi le había puesto. Emery le dio la confianza y el ex jugador de Peñarol se quitó de un plumazo muchos de los fantasmas que lo perseguían desde hace cerca de dos años, justo el tiempo que ha estado sin jugar al fútbol al más alto nivel. Decidido, con anticipación y siempre bien colocado, Cristóforo dio un paso importantísimo en una carrera que se truncó cuando se fracturó por primera vez el ligamento cruzado anterior. Sólo hace unos días se especulaba con su salida al Málaga en el mes de enero para dejar hueco en la plantilla a un refuerzo (sonaba Mario Suárez), pero en 90 minutos le ha dado la vuelta a la tortilla. Lo vio todo el sevillismo y Emery puede confiar en él a partir de ahora en la única posición en la que el títular, Krychowiak, parecía no tener recambio. Un problema menos.
Con Immobile las circunstancias eran distintas. Éste sí que estaba en todas las quinielas para abandonar el barco en cuanto fuera posible. Con Gameiro y Llorente por delante de él, peligrosamente habían corrido bulos como que tenía mala relación con algunos compañeros, que Emery no lo había pedido y era una imposición del club o que el entrenador había solicitado a Monchi que le buscara una salida. Había equipos interesados, pero el problema radicaba en el alto coste de la inversión realizada. O se optaba por ceder y perder una importante suma a la operación o por esperar y tratar de ver la evolución de su respuesta. Immobile, con ese punch de entrega que tanto gusta por aquí, tardó muy poco en despejar la duda cuando Emery decidió darle la titularidad en el último partido del año. Dieciséis minutos necesitó para firmar un gol muy parecido a otro con el que marcó la remontada ante el Real Madrid para cambiar ostensiblemente su situación en la plantilla, un privilegio al que sólo se llega sumando. Como lo han hecho antes Escudero, incluso Reyes y próximamente Carriço. Sólo faltaría que se engancharan Kakuta o Juan Muñoz, aunque éstos, cada uno con sus circunstancias, son casos distintos.
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